el regreso de Tomás

​La noticia de la carta fue el catalizador que rompió la rutina de la mansión. Por primera vez en casi cinco años, el eco de los preparativos para la llegada del joven amo llenó el aire. La señora Jenkins se movía como un general en un campo de batalla, dando órdenes precisas a los criados.

​El polvo y el silencio fueron reemplazados por el murmullo de las escobas y el ajetreo de los trapos. En el ala este, las ventanas se abrían de par en par, permitiendo que el aire fresco ventile las habitaciones que esperaban al hermano. La habitación de Tomás, que había permanecido intacta desde su partida, fue desempolvada y adornada con las mantas y sábanas más finas. Una bandeja con su té favorito y algunas galletas se colocó en su mesa de noche, la jarra de agua fresca y flores en su viejo escritorio, una pequeña bienvenida que la señora Jenkins preparaba cada vez que el joven regresaba.

​Pero no todos los preparativos eran iguales. ​Elaiza observaba los trabajos de la casa con su habitual calma, pero su mente estaba en otra parte. Mientras veía cómo los criados pulían los muebles, y la señora Jenkins le daba indicaciones a una joven muchacha sobre la limpieza de las habitaciones de huéspedes y el resto de las habitaciones, en caso que algún amigo de Tomás hubiera decidido acompañarlo de improviso.

​El marqués, por su parte, se dedicó a sus asuntos con sus asesores, revisando las finanzas y los proyectos del condado. Acudía al palacio y daba su opinión sobre asuntos de estado, pero su mente también se sentía extrañamente inquieta.

​Rosalba, sin embargo, se sentía en su propio mundo. Pasaba sus días entre sus clases y la biblioteca, con la rosa seca todavía en su libro. Su mente no estaba en los preparativos, sino en las promesas del pasado y en la incertidumbre del futuro. Se preguntaba si Marcello la recordaría, si su amor seguiría intacto después de tanto tiempo, si las cartas que nunca llegaron se perdieron en el camino o simplemente nunca fueron escritas.

​El día señalado llegó, y el repicar de un carruaje en el camino de entrada resonó con el anuncio de la llegada de Tomás. El carruaje del marqués se detuvo frente a la imponente mansión. Rafael, que había ido a buscarlo a la recién inaugurada estación de trenes, bajó primero. Su rostro reflejaba el orgullo de un padre que acaba de regresar con su hijo. Detrás de él, una figura alta y esbelta descendió con la elegancia de un militar. Era Tomás, impecable en su uniforme, con un porte maduro que no tenía hace cinco años. El joven que ahora se esforzaba por hacer todo perfecto, ya no tenía esa torpeza ni esa malicia de la infancia. Ahora era casi un adulto, con un rostro más maduro, pero que aún irradiaba esa inocencia que lo caracterizaba. Emanuel y Rosalba corrieron a recibirlo, ambos con una mezcla de emoción y nervios.

​"¡Tomás, regresaste!", exclamó Emanuel, lanzándose a sus brazos con un grito de alegría.

​Tomás, con una sonrisa que iluminó su rostro serio, lo abrazó con fuerza. "He regresado, pequeño. Y he traído muchas cosas para ti y Rosalba. He pedido a varios compañeros algunas nuevas recetas que seguro te encantarán", dijo, sus ojos brillando con la emoción de compartir su pasión.

​Rosalba, con un paso más lento y formal, se acercó a su hermano. "Bienvenido a casa, hermano. Te extrañamos mucho". La joven lo abrazó con cariño y dulzura. Su voz era suave, pero en sus ojos había mucha calidez.

​"Y tú, hermana, te has convertido en toda una señorita, pero aún así ahora soy más alto que tú", dijo Tomás, mirándola con admiración y con picardía al decir esto último.

​Tomás entró a la mansión, seguido por los criados que bajaban sus baúles del carruaje. El marqués, con un gesto de orgullo, lo acompañó. La familia se sentó en el salón principal, donde los hermanos se pusieron al día. Tomás contó con emoción los detalles de su viaje en el tren, las ciudades que había visto, y las noticias que tenía de la academia. A pesar de que hablaba de todo y de todos, en sus palabras no había ni una sola mención a Marcello.

Rosalba, por su parte, trataba de ocultar su decepción. A pesar de la alegría de tener a su hermano de vuelta, la falta de noticias de Marcello le pesaba. Su corazón se sentía dividido entre la felicidad de ver a su hermano y la tristeza de no saber nada de su amado.

​La noche se hizo más profunda y el silencio de la mansión se asentó. Los hermanos se reunieron en la habitación de Tomás a comer golosinas de lugares lejanos, un espacio que, a pesar de los años, conservaba la esencia del joven que se había marchado. La luz de las velas proyectaba las sombras de sus pequeños batallones y artillería de sus soldados de plomo en las paredes, y un aura de nostalgia y comodidad llenaba el aire con sus juguetes y adornos dispersos por toda la habitación. Rey Arturo, que había seguido a los niños hasta la habitación, se acurrucó a los pies de la cama, atento a la conversación.

​Emanuel, sentado en la cama, entregó a Tomás una canasta con galletas de chocolate. "La señora Salazar y yo las hicimos para ti. Son las que te gustan, con mucho chocolate", le dijo con una gran sonrisa.

​Tomás probó una galleta y su rostro se iluminó. "¡Están deliciosas! Saben exactamente como recordaba las de mamá. Eres un gran chef, Emanuel, estoy seguro de que llegarás a ser el mejor". Se levantó y se acercó a su baúl, que los criados habían subido a su habitación. De él sacó una caja de madera tallada. "Este es para ti. Lo compré en la ciudad cerca de la academia. Es una colección de las especies más raras que vi".

​Emanuel abrió la caja con cuidado. Dentro, había una variedad de hierbas secas, cada una etiquetada con su nombre en pequeños frascos. Emanuel tomó una y la olió, sus ojos brillaron con la misma emoción que tenía en la cocina.

​Rosalba, con un paso tímido, se acercó a su hermano y le entregó una pequeña caja adornada con un lazo. Dentro, había una camisa de seda bordada con sus iniciales. "Es un regalo para que uses en las ceremonias. Me esforcé mucho en los detalles así que úsala con cuidado", le dijo con una voz suave.

​Tomás, conmovido por el gesto, tomó la camisa en sus manos y la admiró con cuidado. "Es hermosa, Rosalba. Eres una artista. Gracias". Él también se acercó a su baúl y sacó una pequeña bolsa de terciopelo. "Para ti. Compré este broche en una pequeña tienda de la ciudad. Pensé que iría bien con el color de tus ojos".

​El ambiente se llenó de risas y de historias. Tomás les contó con entusiasmo las aventuras que había vivido en la academia. Les habló de las lecciones de esgrima, de las largas marchas bajo la lluvia y de los exámenes de historia.

​"Rosalba, ¿estás bien? Te noto callada", le preguntó Tomás, notando su silencio.

​"Solo me preguntaba si Marcello vendrá a casa este año", preguntó, su voz temblaba un poco.

​Tomás se rio con ligereza, como si la pregunta fuera de lo más normal. "Claro que sí, hermana. Al pobre le tocó esperar un día o dos. No tenía suficiente para el tren de regreso, así que optó por un transporte más económico. Dijo que probablemente llegue el fin de semana cuando nos despedimos en la estación".

​La noticia fue un bálsamo para el corazón de Rosalba. Una ola de alivio la inundó.

​"¿Y cómo está él?", preguntó Emanuel, con curiosidad.

​Tomás asintió. "Marcello está muy bien, ha crecido bastante y se ha vuelto muy callado. Ya casi no habla en su idioma natal, aunque aún tiene ese acento, y es muy bueno como siempre en sus estudios. Obtuvo el segundo lugar en las calificaciones, yo me quedé con el tercero por muy poco". Se rio. "Nos ayudamos mucho, sobre todo en las clases de estrategia militar. Él siempre es más brillante que yo en los estudios".

​"No puedo creer eso, Alessandro es todo lo contrario entonces", rio Emanuel al recordar a su amigo.

​"Jajajaja, no lo dudo. Marcello es alguien muy diferente al resto", dijo Tomás con admiración. "En sus ratos libres, Marcello siempre busca trabajos extra. Creo que sus benefactores no le envían suficiente dinero, o tal vez el dinero que gana es para ayudar a su familia. Me comentó que su casa necesitaba una nueva cerca para que las gallinas no se salgan, y que la reparación costaría mucho", dijo, su voz con un tono de preocupación genuina.

​Rosalba sintió un nudo en la garganta. La noticia de que Marcello estaba bien la había aliviado, pero la idea de que su amado pasara por dificultades la entristeció.

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