La mansión, que había estado llena de la vida durante el día, se sumió en un silencio profundo. Las últimas luces se apagaron y solo el tenue resplandor de la luna iluminaba los corredores. A pesar de su larga jornada, Elaiza no podía dormir aún. Estaba terminando su ronda, asegurándose de que Emanuel estuviera dormido y bien arropado. Cerró la puerta del niño en silencio cuando sintió una presencia detrás de ella.
Unas manos fuertes y familiares la tomaron por la cintura. Sintió el aliento cálido de Rafael en su cuello. No se sobresaltó, pero su corazón se aceleró al instante. Él besó la piel de su cuello con suavidad, un beso que era a la vez un saludo y una declaración.
"Alguien podría vernos", susurró ella, aunque su voz era apenas un soplo. No se resistió, apoyando su cabeza en su hombro mientras él la abrazaba con más fuerza.
"Entonces, te llevaré a un lugar donde no haya nadie", le susurró al oído. Con una agilidad que desmentía el cansancio, la tomó en sus brazos. Ella puso poca resistencia. Sus ojos se encontraron con los de él, en un gesto de complicidad silenciosa. Él se movió con cautela, caminando por el solitario corredor principal, con Elaiza en sus brazos, hasta que llegaron a su habitación.
Él cerró la puerta con el pie. Una vez dentro, la dejó sobre la cama, pero no la soltó. Sus labios buscaron los de ella, y el beso que siguió fue el de dos almas que se habían extrañado más de lo que las palabras podían decir. Era un beso que transmitía la desesperación, la ternura y la pasión de los años en silencio. Rafael pasó sus manos por el cuerpo de Elaiza, desabotonando su blusa mientras besaba la piel que poco a poco quedaba al descubierto. Con calma, la despojó de sus ropas y se entregaron el uno al otro en silencio. Rafael, aunque más experimentado, aún temblaba cada vez que sus manos rozaban la piel desnuda de Elaiza, casi diez años menor que él. La buscaba como un náufrago a tierra firme, buscando sus ojos, sus labios, su cuerpo. Aquellas noches eran para ellos un bálsamo reconfortante después de los días más tensos.
Una vez que sus ansias fueron sofocadas, yacieron en la cama, cubiertos por una sola sábana. El silencio de la noche se llenó de la tranquilidad de su cercanía. Ella acurrucada en su pecho, él acariciando su cabello.
"¿Qué tal estuvo tu día?", preguntó ella, moviendo su cabeza para verlo.
"Largo", respondió Rafael con un suspiro. "La reunión con el rey... siempre es un drama. Querían que le diera mi opinión sobre un problema fronterizo. No es grave, solo gente que necesita un apoyo por las lluvias en la zona." El marqués se acomodó en la cama. "¿Y el tuyo?"
"Muy atareado", respondió Elaiza. "Rosalba es muy buena en el piano, pero aún tiene dos pies izquierdos y no logra el baile principal. Eso pone de nervios a su instructora", dijo con un suspiro contenido. "Estuve a punto de arrancarle la peluca cuando le gritó que un oso baila mejor que ella".
Rafael rio imaginando la escena que su amada le describía. Elaiza también rio suavemente y por un instante ambos se quedaron en silencio.
"¿Qué te hizo afeitarte?", susurró ella, acariciando el mentón ahora desnudo.
Rafael soltó una risa suave. "Ayer vi algunas fotos de mi juventud... Me vi en el espejo y sentí que había pasado mucho tiempo desde la última vez que me vi así, sin barba. Fue un impulso".
"Extraño", dijo ella. "Pensé que lo habías hecho por... por mí".
"¿Por nuestra charla de anoche?", respondió riendo. "Jajaja, sí, tal vez. Cuando llegué y te vi, me di cuenta de lo mucho que te había extrañado y de lo mucho mayor que me veo con barba a tu lado. Tú aún no llegas a la mitad de tus treinta y te ves tan joven y bella, fácilmente podrías elegir entre muchos hombres".
"No digas tonterías", respondió Elaiza tocando con el índice la nariz de Rafael. "En primer lugar, hace mucho que pasó mi tiempo para casarme. Nadie querría a una mujer en sus treinta, y menos si ya no es pura", dijo suspirando. "Y en segundo lugar, estoy demasiado enamorada de un hombre muy guapo", añadió riendo.
Rafael sonrió y la besó cariñosamente. Un largo silencio los cubrió, solo roto por el latido de sus corazones.
"Sabes, cuando salgo de esta casa, a veces no puedo concentrarme. Solo pienso en ti, en estas noches y en tus ojos", confesó Rafael, mirándola a los ojos.
"Yo pienso en ti todo el día. En si estás bien, en tu aroma...", susurró ella. "Es extraño, ¿verdad? Vivimos en la misma casa, pero nos extrañamos como si estuviéramos en lados opuestos del mundo".
"Es verdad, pero al final del día, te tengo aquí. Eso es lo único que importa". Él se inclinó y la besó suavemente en los labios. "Por la mañana, ¿puedes traerme un té? No probé las galletas de Emanuel por el ajetreo del día. ¿Aún quedaron?"
Elaiza se rio suavemente. "Claro, mi amor. Temprano pediré que te traigan té y galletas antes de que te levantes". Lo besó y se cubrió con la sábana. "Emanuel guardó una porción especial para ti en la alacena y no permitió que nadie la probara bajo pena de no preparar pastel el resto del mes". Ambos rieron un momento y después se acomodaron para dormir. Elaiza descansó con una sonrisa en sus labios y el corazón lleno de la paz que solo él podía darle.
El silencio del despacho del marqués era denso, solo interrumpido por el ligero susurro de la pluma de Rafael sobre el papel. Rafael revisaba la correspondencia que se había acumulado en su ausencia. Firmó un documento, se sirvió un vaso de agua y, al mover la pila de cartas, una en particular llamó su atención: el sello de cera de la Real Academia Militar. Rafael la abrió con una curiosidad que no se había molestado en ocultar.
Sus ojos recorrieron las elegantes letras. Una expresión de sorpresa, genuina y notable, se apoderó de su rostro. Se levantó de inmediato y se dirigió a la biblioteca, un lugar que casi siempre encontraba lleno de la vida de su familia.
Al entrar, la escena lo hizo detenerse por un momento. Emanuel leía sus lecciones de literatura en voz alta para Elaiza, quien le daba indicaciones con un tono suave y paciente. Rosalba, sentada en un sillón junto a la chimenea, practicaba un bordado nuevo, mientras la señora Jenkins acariciaba a Rey Arturo, que dormía plácidamente en su regazo. La imagen de tranquilidad y armonía era el bálsamo que siempre encontraba en su hogar.
Rafael carraspeó suavemente y todos levantaron la mirada. "Tengo noticias de la academia", dijo, su voz resonando en el acogedor espacio. "Recibí esta carta. Al parecer, todos los estudiantes a partir de segundo año regresarán a sus hogares para las vacaciones. Llegarán en una semana".
Elaiza, sin pensarlo, tomó la carta que Rafael con una enorme sonrisa le entregó y comenzó a leer.
...--...
Real Academia Militar de la Corona
Estimado Marqués Rafael de Robledo, Capitán de las Fuerzas Armadas,
Nos dirigimos a usted en calidad de padre y tutor del joven Tomás de Robledo, distinguido estudiante de cuarto año en nuestra institución.
Es un honor informarle que, como es costumbre y en cumplimiento de la normativa académica, el período de instrucción correspondiente al año en curso ha concluido. Por ello, todos los estudiantes, a partir del segundo año, serán dispensados de sus deberes y se les concederán sus vacaciones de verano, con una duración de tres meses.
Se espera que los jóvenes se presenten en sus respectivos hogares en el transcurso de la última semana del presente mes, una vez que el transporte organizado por la Academia los haya trasladado a las cercanías de sus residencias.
Aprovechamos la ocasión para felicitarlo por los sobresalientes avances de su hijo, el cual ha demostrado una disciplina y un liderazgo dignos de su nobleza. Sus calificaciones, que recibirá en un informe adjunto, reflejan un futuro brillante en el servicio a la Corona.
Esperamos que su regreso a casa sea un momento de merecido descanso para su hijo y toda su familia.
Con los más altos honores.
Coronel Sir Reginald Finch
Director de la Real Academia Militar
...--...
"¡Tomás regresa!", exclamó Emanuel, dejando caer su libro con un ruido sordo.
La señora Jenkins se levantó de inmediato, despertando al zorro de su descanso. Rey Arturo se levantó y se subió a una mesa al ver la algarabía y el júbilo de la familia. "Mi señor, con su permiso, comenzaré los preparativos para su regreso. Es necesario revisar sus habitaciones y preparar una comida especial".
Rosalba no dijo nada. Su corazón, que había estado sintiéndose pesado, dio un vuelco. Se levantó y se acercó a la mesita de costura donde yacía su libro de poemas. Lo abrió en un hermoso poema. En la palma de su mano, apretaba una flor prensada. Hacía casi cinco años, Marcello le había entregado esa flor, y la había guardado con el mismo cuidado que se le exige a una reliquia. La había secado con esmero y, con el tiempo, la había deslizado en su libro de poemas favorito. Ahora, esa pequeña rosa seca servía de marcador de página. Su color se había desvanecido, pero su significado seguía intacto: una promesa silenciosa.
Rafael se acercó a ella. "Rosalba, sé que la noticia te alegra, pero te noto callada. ¿No te hace feliz el regreso de tu hermano?".
Rosalba se volteó, su cara con una mezcla de emociones que solo una adolescente puede sentir. "Sí, padre, claro que me hace feliz. Extraño mucho a mi hermano... Solo me tomó por sorpresa la premura del tiempo". Su voz era formal, un contraste con su voz interior que gritaba que él también regresaría, mientras el silencio de cinco años le decía lo contrario.
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Comments
Melisuga
¿Entiendo que Rafael no se detuvo a pensar en los días fértiles de Elaiza como en la noche anterior?
¿Será que viene un nuevo marqués a agrandar la familia?
2025-10-08
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Melisuga
¿Lo contrario? ¿Acaso hay riesgo de que Marcello no regrese en estas vacaciones?
2025-10-08
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