Dixon se puso de pie y volvió a acomodarse la chaqueta que le habían dejado prestada.
—Me voy ya. No quiero ser un estorbo.
Arim lo observa desde la cama. Su voz sonaba apagada, ronca, pero honesta:
—Gracias… de nuevo. No lo olvidaré nunca.
Dixon asintió con la cabeza y salió del cuarto, dejando atrás un silencio pesado entre Arim, sus padres y el médico que parecía más sorprendido que el resto.
En el corredor, Dixon ve a la niñera Myung, que está mirando a través de la puerta entreabierta. Aparenta una calma inexistente, pero sus ojos brillan con una curiosidad que no tenía nada que ver con el cuidado de la niña.
—Oh...disculpa—le dice ella al verlo y sigue asustando lo que hablan en la habitación.
—No pasa nada. Adiós.
El sigue su camino y va hacia donde está la niña, unos pasos más allá, en la sala de espera; la niña seguía llorando suavemente. Tan pronto como vio a Dixon, saltó y corrió hacia él.
—¿Qué haces ahí solita?
—La Nana me dijo que me quedara aquí.
—Entiendo. No llores.
Esa señorita no tenía ningún tacto.
—¡Dixon, no miento! —dijo entre sollozos la niña—. ¡De verdad vi a mi mamá! ¡Nadie me cree!
Dixon se arrodilla para quedar a su altura, acariciándole el pelo húmedo.
—Yo te creo, Sakura —le dice suavemente—. Pero debes ser buena, ¿de acuerdo? Tu papá casi se muere por una mala decisión. Y tú tienes que cuidarlo.
La niña lo mira con lágrimas en los ojos. Dixon le sonrie.
—Lo voy a cuidar mucho.
—Si algún día van a Bora Bora, vivo en una casa de huéspedes que se llama Olas H2O. No hay acuario, pero puedes nadar con los peces directamente. Hay un arrecife muy bonito. Puedo enseñarles a nadar si quieren, incluso a surfear. ¿Lo recuerdas?
—Sí… Bora Bora, Olas H2O… Peces, nadar y surfear—repitió, como si guardara un secreto.
—Perfecto. Pero no llores más. A tu mamá no le gustaría verte triste. Ella te está viendo desde el cielo.
Sakura asintió, mordiéndose el labio para contener otro llanto. Fue a sentarse de nuevo, más tranquila. Dixon se incorporó justo cuando la niñera, con gesto rígido y llena de celos, se le acercó.
—Será mejor que se marche, señor. Si la señora Gwon lo ve aquí, me meterá en problemas.
Dixon asintió.
—Disculpa, no quiero causarles problemas. Ya me voy. Pero no la dejes sola.
—Bien. Pero antes de irse, dígame ¿cómo cayó el señor Kim al agua, si no sabe nadar?
Dixon se detuvo un segundo.
—El solo corrió para rescatarla. No pensó en él. El amor de un padre hace tomar decisiones sin pensar. Por suerte… ya está a salvo.
Ella bajó la mirada, incomoda. Dixon dio media vuelta y empezó a caminar.
Al regresar al acuario, Dixon entró en su oficina sintiéndose exhausto y abrumado. Allí lo esperaba Haru Do, su gran amigo y ayudante, visiblemente inquieto.
—El abogado de los Kim estuvo aquí hace poco —le informó directamente—. Han interpuesto una denuncia por perjuicios y descuido.
Dixon suspiró profundamente y se desplomó en su asiento.
—Me lo temía. Son increíblemente rápidos.
Haru movió la cabeza en señal de negación.
—Pero tranquilo. Todos saben que el área estaba correctamente señalizada y, revisando las cámaras, vimos que la puerta estaba cerrada. La niña la abrió. El error fue del padre por no estar atento, y luego meterse ahí tras ella. Seguro es una niña consentida.
—Dice que vio a su madre. Pero el padre dijo que había fallecido. Eso me inquietó.
—¿La niña vio a su madre muerta? ¡Qué barbaridad!
—Sí. Tal vez tenga la capacidad de ver fantasmas.
—Tú antes podías verlos.
—Prefiero no hablar de eso.
En ese instante, la puerta se abrió. Sergey Han Li, el propietario del acuario, un adinerado empresario chino de aspecto imponente, entró con una sonrisa estudiada.
—Hola, campeón. Mi héroe favorito.
—No me llames así. Solo hice lo que me pareció correcto. Es solo que... me dan pena. Esa familia es muy rara. Creí que sus padres estarían agradecidos, pero en vez de mostrar alegría, solo hablaban de la demanda, intentaron darme un cheque al mismo tiempo que me acusaban de negligencia. Me duele mucho la cabeza.
—Dixon, no te sientas culpable por algo que no te corresponde. Hoy has salvado dos vidas. Y eso, te aseguro, vale más que cualquier demanda. No es tu culpa que esa familia tenga problemas mentales.
—No me digas así. Solo hice lo que creí correcto. Es solo que...me dan lástima. Esa familia es extraña. Pensé que sus padres se alegrarían pero en vez de estar felices solo hablaron de demanda, intentaron darme un cheque al mismo tiempo que me culpaban de la negligencia. Me duele la cabeza.
Dixon guarda silencio, clava sus ojos en su interlocutor. Aunque su amigo y superior tenía razón, en su interior resuenan las palabras susurradas de una pequeña: “Olas H2O… ya no lloro, Dixon… mamá me mira desde arriba…”.
Ese recuerdo era una carga más pesada que cualquier posible acción legal.
En el hospital,
Nam Gil Kim interrumpe el silencio con el rostro tenso.
—Te dijimos que evitaras ese acuario o cualquier atracción peligrosa. ¿Por qué ignoras siempre nuestras advertencias?
Arim se endereza en la cama, todavía muy pálido, pero con una mirada que refleja agotamiento.
—Era el aniversario de Ji Eun —dice con la voz temblorosa, pero forzándose a seguir—. Le había prometido a Sakura llevarla a ver los delfines.
Sook Hee manifestó su desaprobación chasqueando la lengua.
—Las promesas no tienen valor si implican poner en peligro a tu propia hija.
—¡Sí que lo tienen! —exclamó Arim, sorprendido incluso por su propio tono. Respiró hondo antes de continuar—. No me vine a Tahití solo para vivir volcado en el trabajo. Soy el director del aeropuerto más importante de la isla y del puerto que une medio Pacífico… Pero de nada sirve si mi hija solo me ve en reuniones y conferencias.
Nam Gil lo mira fijamente, aunque su expresión se suaviza ligeramente esperando que su hijo entienda. Arim prosigue, sin bajar la voz.
—Estuve cuatro años en Busan, sumergido en el trabajo, creyendo que así superaría la pérdida de Ji Eun. Sakura era muy pequeña cuando su madre falleció… y permití que creciera rodeada de cuidadores y abuelos mientras yo solo me preocupaba por contratos y números.
Baja la cabeza, apretando los puños.
—Hace un año que estamos aquí. Y hoy fue la primera vez… ¡la primera! que salía solo con mi preciada hija a disfrutar, a cumplirle un deseo. No iba a romper esa promesa, aunque ustedes no lo entendieran.
Sook Hee se cruza de brazos, ofendida.
—Te justificas demasiado, hijo mío. La responsabilidad de un padre no es complacer los caprichos de los hijos, sino mantenerlos a salvo.
Arim la mira directo, muy molesto. Pero no dice nada para herirlos sinó para que entiendan.
—Ji Eun me pidió antes de morir que hiciera feliz a nuestra hija. Que la dejara vivir, que no la encerrara en un mundo de reglas y miedos. Y ustedes… ustedes la ahogan.
Su madre enmudece. Nam Gil, su padre, carraspea, incómodo, sin saber qué responder.
El doctor Eun Taek, que había estado en silencio todo ese tiempo, finalmente intervino en voz baja:
—Me van a disculpar, Arim… debes descansar. Lo importante es que ambos están vivos.
Pero Arim no lo escuchaba del todo. Cerró los ojos y, en lo más profundo de su corazón, se juró que ya no dejaría que nadie —ni siquiera su propia familia— le robara la oportunidad de ver a Sakura reír.
El despacho olía a sal y café frío. Haru ya se había marchado, pero Sergey Han Li seguía allí, de pie junto a la ventana panorámica que daba al acuario central.
—Necesitas aire, Dixon. Si quieres toma unos dias—El tono de Sergey fue firme —. En una semana habrá una fiesta de disfraces en Tahití. Quiero que vayas.
Dixon arquea una ceja. —Sabes que los disfraces no son lo mío.
—Pues invéntate uno, mi amor. —Sergey lo mira de frente, con esa sonrisa calculada—. No puedes esconderte para siempre en Bora Bora, ni en tus recuerdos de niño lindo, hace rato que no salimos a botar el golpe. Tu hostal Olas H2O no se caerá porque faltes unos días.
Dixon se mordió el labio. Su “hostal” no era solo un negocio: era su refugio cuando el mundo a su alrededor lo estresaba. Clases de buceo, surf, excursiones en yate y catamarán… un todo incluido que mantenía turistas felices mientras él fingía estarlo también.
—Sergey… —empezó, pero su jefe y buen amigo levantó una mano.
—No, escucha, cariño. Has salvado dos vidas, y todavía cargas como si debieras dar una explicación al mundo. Basta. La fiesta es benéfica, la comunidad GLBT recauda fondos para un proyecto en Camboya. Niños que dejaron la prostitución, aprendiendo oficios. ¿No es suficiente razón? Beberemos hasta quedar desnudos en la playa.
Dixon cierra los ojos un instante. La palabra “GLBT” le retumba como una buena idea… y un recuerdo lo arrastró a otro tiempo, otra ciudad.
Seúl.
Diecisiete años atrás.
Un chico de ojos brillantes, su primer enamorado. El temblor de manos al rozarse en secreto. El estallido de la verdad en casa. El grito de su padre:
“¡Fuera de esta familia!”.
Sus hermanas gemelas llorando. Él, huyendo con la mochila a la espalda, refugiándose en casa de un amigo un poco más adulto que él, que vivía solo. Una semana después, aquel mismo amigo muerto en un accidente, y él… viéndolo de pie junto a la cama, convertido en fantasma.
Seis meses de terapia. Seis meses de sentir que el amor traía consigo una maldición.
—Dixon. —La voz de Sergey lo devuelve al presente.
Abre los ojos. El agua azul tras el vidrio parecía susurrar que olvidara todo.
—Está bien —dijo al fin, exhalando como quien suelta un ancla—. Iré a la fiesta. Pero antes, necesito volver a la isla. Y no pienso emborracharme.
Sergey asintió satisfecho. —Perfecto. Haz tu vida en Bora Bora, pero no me falles el próximo fin de semana.
La mañana siguiente, Dixon llega al hostal Olas H2O. El mar lo recibe con espuma brillante y el murmullo de turistas madrugadores en la cocina y el patio.
Ara Dupree, la gerente, lo esperaba con una carpeta en la mano y su habitual energía.
—Buenos días, jefe. Aquí tienes el day list: dos clases de buceo, una de surf, y el multimillonario Brayan Lagares insiste en otra semana de clases privadas.
Dixon frunció el ceño, cansado de escuchar ese nombre.
—Brayan ya terminó su curso. ¿Qué más quiere?
Ara sonrió con picardía. —Tú sabes lo que quiere. Ese pelirrojo no se da por vencido.
Como si lo hubieran invocado, a medio día Brayan apareció en el muelle, traje de baño caro, sonrisa segura. Se acercó con aire triunfal.
—Dixon. Ya volví—Su voz era profunda, envolvente mientras lo abrazaba—. ¿Ya sabes que habrá una fiesta en Tahití? Habrá bailarinas brasileñas trans, drag queens, toda la comunidad GLBT reunida para donar a un proyecto en Camboya. Tienes que ir.
Ara se sintió excluida en medio de tanto amor gay.
Dixon lo mira con paciencia contenida. —Ya lo sé. Sergey me invitó. Nos veremos allá.
Brayan alza una ceja, como si hubiera ganado algo.
—Perfecto. Entonces… guardaré mi disfraz sorpresa solo para ti. ¿Me hiciste espacio para mis clases de buceo?
—Ya te sabes todo el programa—Se zafa de su abrazo y hace creer que lee unos papeles.
—Aun así, nunca digas que lo sé todo.
Dixon gira hacia el mar para ocultar su incomodidad. Lo último que necesitaba era un millonario encaprichado encima. Pero, en el fondo, sabía que no podría evitarlo por mucho tiempo.
El océano brillaba frente a él, inmenso y sereno. Y aunque los fantasmas del pasado aún lo perseguían, algo en esa promesa de disfraces, música y causas nobles parecía decirle: Tal vez el destino todavía guarda un giro inesperado para ti. Así que ponte hermoso y sal a brillar mi pequeño saltamontes.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 26 Episodes
Comments
💖
La nana quiere al jefe
2025-10-12
1
Maru19 Sevilla
Buena historia
2025-08-24
1