Manfreed Olguín estaba sumamente disgustado. -¿Acaso te has vuelto loco, Matthias? Ella no puede competir en la Fórmula Uno, es una novata, ni siquiera ha corrido en la Fórmula Dos, harás que se estrelle y se mate, eso será un gran escándalo-, echaba el tipo humo de las narices.
Bill estaba sereno leyendo el legajo de diarios dela mañana que le había alcanzado su secretaria a su oficina, con la boca estrujada, interesado, también, en el movimiento de la bolsa. Tenía muchísimas acciones en diferentes empresas.
-Los bólidos no están hechos para ella, no podrá sentarse adecuadamente al timón, la chica es demasiado delgada, no podrá dominar la máquina, el bólido es muy pesada-, insistía Olguín.
-Hablaré con Robert para solucionar lo de la cabina-, dijo apenas Matthias.
-La mujer no soportará la temperatura, los trajes inflamables, el casco, la máscara, la sofocarán, tendrá que soportar un horno al timón de un coche de carrera, se desmayará manejando y se estrellará con los muros-, insistía enojado Olguín.
-Ya han competido mujeres en la Fórmula Uno-, le recordó Bill.
-Pero fueron esporádicas y además solo una logró puntuar en 1975, es más ella solo consiguió medio punto-, se molestó Olguín.
-No puedes comparar las máquinas de antes con la de ahora, Rayo azul cuenta con un motor de primerísima calidad, computadoras modernas, neumáticos eternos-, enfatizó Bill.
-Es que no lo entiendes, Matthias, las pistas de carrera no son para Marcela Smith-, se alzó Olguín furioso.
-Hay varias mujeres que clasificaron en otras competencias de pista, hicieron buenas carreras, cronometraron buenos tiempos, consiguieron la pole position, prueban los carros en los circuitos, ¿por qué no darle ocasión a Marcela?-, se recostó a su silla Matthias.
-Porque ella será el hazmerreír de los periodistas, ni siquiera conseguirá medio punto como la otra chica, será última en el Mundial de pilotos-, reclamó muy fastidiado Olguín.
-Jimmy Henry ha cumplido su ciclo, quiero sorprender al mundo, dejarlo estupefacto, haré que Marcela Smith sea la campeona del mundo-, sonrió Matthias.
-Contrata a Jong, a Froll, a Fontana, a Dos Santos, hay pilotos muy buenos que les gustaría estar en Rayo azul-, no daba su brazo a torcer Olguín.
-Es que tú no me entiendes, Manfreed, quiero acaparar titulares en la prensa, imantar a los aficionados, ¡¡¡Marcela será un boom!!!-, se entusiasmó Matthias.
Olguín no quiso seguir discutiendo. -Estás cada día más loco, amigo-, arrugó su nariz.
-No digas nada, aún, Manfreed, mantén en secreto lo de la chica Smith, quiero aprovechar el momento propicio para anunciarla como la nueva estrella de Rayo azul-, le pidió Bill.
-Bien-, se resignó Olguín.
-Dile a Robert que prepare un bólido ideal para ella, que le sea confortable, cómodo, también el uniforme, el casco, que no le resulten tan asfixiantes, habla con el sponsor, necesito que ella se sienta súper cómoda-, se meció en su silla Bill.
Olguín sonrió de mala gana. Salió de la oficina y ya en el pasadizo del autódromo rebuznó enfadado, -viejo estúpido-, y se fue con destino a la zona de mecánicos para hablar con Robert.
*****
Jeremy Brown se sentó junto a Bill. -¿Quién es esa chica? ¿tu hija?-, estrujó su boca.
-No sé, se presentó de repente y me pidió una oportunidad, domó al siete, es buena-, mascaba su pipa Bill.
-La vas a despedir ¿no cierto?-, seguía con la cara estrujada Brown.
-Ella es buena, sabe de autos, se queda-, echó mucho humo Bill, haciendo toda suerte de dibujos con el vaho. Jeremy se sulfuró y se puso rojo como un tomate. -No la quiero en mi equipo-, renegó.
-Es mi equipo, no el tuyo, y tú eres mi empleado-, siguió disfrutando de su pipa Bill sin hacerle caso a los reniegos y bufidos de Brown.
-Mándala a inflar llantas o a cargar combustible, pero no maneja ningún bólido, ¿entendiste?-, se alzó Brown sulfurado.
Bill no quería discutir. No le contestó y siguió degustando su pipa indiferente haciendo más y nuevas figuras con el humo que soplaba del tabaco haciéndose cenizas.
Desairado Brown se fue, rebuznando como un toro enjaulado.
*****
Yo ya tenía catorce años, cuando mi padre consiguió inscribirme en una carrera de karts, a nivel juvenil. Ni siquiera teníamos vehículo propio y las pocas veces que participé en competencias anteriores, de amigos, fue con un carrito prestado en el improvisado circuito del parque que estaba frente a la casa. No lo hacía mal, tampoco, llegaba siempre entre los primeros, ganándole a mejores carros, bien equipados, veloces, y superaba con autoridad a chicos con mayor experiencia en el timón y que sí contaban con los medios suficientes para ese deporte demasiado costoso. Papá veía que yo tenía muchas condiciones en la pista. Dominaba las curvas con facilidad, era intrépida, versátil y evolucionaba los cambios sin problemas.
-Quiero ser una gran campeona, papá-, le decía yo alborozada cada vez que ganaba una carrera y mi padre me abrazaba feliz, llorando de la emoción. Mi papá me alentaba en todo. Veíamos las carreras de kartismo, de Fórmula Uno y de rally en el cable y yo soñaba con ir al mando de un timón, devorando las pistas, ganándole a los mejores del planeta y cruzando, siempre, en primer lugar, en todas las competencias. -Los sueños se cumplen, hija, cuando se es perseverante y tenaz-, me recomendaba papá convencido.
En el internet encontré simuladores de carreras de Fórmula Uno y me quedaba horas de horas manejando, haciendo los cambios, dominando las curvas, yendo a toda marcha por las rectas, y gracias a eso me volví una experta. -La realidad es diferente a lo virtual-, sin embargo me aclaraba mi padre. Eso lo sabía, pero sentirme en una pista de carrera me hacía percibir en las nubes, delirando y viéndome, en efecto, una gran campeona.
No teníamos dinero para comprar un carro por eso mi padre le pedía a los otros competidores le presten un kart. Algunos le daban un vehículo y fueron muchas las veces que me quedaba sin competir, sujetando mi guante y mi casco, mordiendo los labios de impotencia viendo a a otros ganar, sin poder competir porque nadie nos cedía un carro para poder estar en la pista de carrera. Eso frustraba demasiado a mi padre. se sentía culpable y me abrazaba, pero yo no me resignaba, por el contrario me sentía más fuerte, más decida y convencida que podía ser una gran campeona .
Tampoco tenía uniforme adecuado. Cuando podía competir usaba un overol viejo de mi padre y que mi mamá cortó y recortó para que me quedara exacto.
Fue entonces que mi padre me inscribió para participar en ese torneo de karts. -No tenemos vehículo, papá, no voy a poder competir a menos que consiga un carro-, parpadeé sin embargo emocionada cuando me dijo que iba a estar en el premio de nuevos valores del kartismo, en el circuito callejero de Parque Grande.
-Pediremos prestado uno, siempre lo hemos hecho ¿no? muchos competidores llevan un carro de más para casos de emergencia-, dijo, como siempre, optimista mi papá, alentando mis sueños, dándole alas a mis ilusiones, convencido de que yo podía ganar aún nuestra precaria situación económica.
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