Un mal que persiste
Impulsado por el deseo de un futuro pacífico para su hijo, el rey Benedict convocó al reino de Al-Mad para firmar un tratado sin precedentes. La propuesta era clara: el primogénito de Sargón se casaría con el heredero de Al-Mad. Este acuerdo, sin embargo, venía con una cláusula peligrosa: el reino que incumpliera el pacto perdería su corona y se convertiría en parte del imperio unificado.
Todo esto fue pactado ante la atenta mirada de nobles, sabios y el pueblo. Era una apuesta realmente grande y aterradora.
Pero la desconfianza era un fantasma que acechaba a los reyes. El rey Joaquín se negaba rotundamente a firmar, sospechando que era una trampa de su eterno enemigo, Sargón. Criado bajo la sombra de su abuelo, Joaquín I, un rey cruel y sin escrúpulos, la prioridad de Joaquín en su reinado era clara: conseguir el título de emperador a toda costa.
Ambos Reinos querían lo mismo, sin embargo Sargon con su nuevo líder quería cambiar.
Es por ello que durante cinco años, el Rey Benedict envió misivas, pero sus ruegos fueron ignorados e incluso rechazados.
Hasta que un día, cuando las esperanzas parecían derrumbadas reciben La gran noticia, El Rey Joaquín de AL-MAD había aceptado reunirse para firmar el tratado de paz fue un golpe de sorpresa, totalmente inesperado.
Benedict, cauteloso por los consejos de su corte, que veían en el acto una posible trampa, se encontraba en una encrucijada. La desconfianza era mutua, ya que Sargón era, para Al-Mad, el enemigo número uno.
Finalmente, ambos reyes y sus reinas se reunieron para sellar la paz, todo el consorte, Nobles, Plebeyos, ambos pueblos siendo testigos de algo nunca visto.
Así mismo En el consejo, la reina Virginia lucía feliz, mostrando su embarazo por primera vez ante todos. El rey Joaquín, a su lado, sonreía por fin, celebrando la noticia del futuro heredero.
En presencia de todos los testigos, Sargón y Al-Mad unificaron sus reinos con la promesa de que sus hijos, al casarse, gobernarían juntos un nuevo imperio.
Lo que nadie sabía era que ambos reinos guardaban un secreto: el príncipe de Sargón ya tenía cinco año, y aun no era presentado al pueblo y el heredero de Al-Mad apenas estaba por nacer.
...-*-*-*-*-*-*-*-*-*...
Mientras la luz del sol y promesas de un futuro lleno de paz volvía a bañar los reinos de Sargón y Al-mad, y la esperanza florecía en los corazones de sus gentes, una sombra se regocijaba. En el bajo mundo, un lugar donde la miseria era una moneda y la oscuridad un manto, un mago de corazón negro, quien había manipulado la disputa de los reinos, sonreía.
El nigromante regocijándose del odio que había sembrado, se encontraba en su guarida, realizando un conjuro. La magia que emanaba de su ser no era la de la luz, sino una magia que se alimentaba del resentimiento, la envidia, y el miedo. El hechizo que había lanzado sobre los reinos en disputa era solo el comienzo. Él no quería la destrucción, quería el caos. El caos que había visto en la guerra, el caos que había alimentado su poder.
En sus manos, un orbe de cristal oscuro brillaba con una luz negra. En él se podían ver las imágenes de los dos reinos, de sus gentes, y de sus líderes. Y con una sonrisa malvada, el mago comenzó a pronunciar un conjuro. Esta vez, el hechizo no era para la guerra, sino para sembrar la discordia.
Todo esto ocurría bajo las narices de ambos reinos, quienes se mantenían trabajando para lograr su mayor cometido en la historia del continente antiguo, sus antecesores jamás creyeron qué la paz se podría lograr. La iniciativa tomada por el Rey Benedict y aceptada por el Rey Joaquin estaría puesta en prueba.
Ambos reinos se esforzaban por dar lo mejor de si, era mucho lo que podían perder. Preferían unificarse y mantener sus títulos de nobleza antes que ver caer y perder todo.
Mientras que en las sombras se alimentaba de venganza esperando que su hora llegara
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