El llamado del bosque

Capitulo 5
La mañana se estiraba lenta entre las nubes bajas.
Lía salió al jardín sin prisa, con el cabello suelto cayendo en ondas suaves sobre los hombros, tenía el cuaderno de tareas contra el pecho y un lápiz escondido en el doblillo de su blusa.
Colgando de su cuello, una cuerda delgada sostenía una piedra lisa, gris con reflejos verdosos. La había encontrado bajo su almohada días atrás, y desde entonces, no se separo de ella.
A veces creía que latía, como un corazón dormido. La noche anterior, incluso, la había visto brillar tenuamente en la oscuridad.
Camino descalza hasta el borde del jardín, buscando un rincón tranquilo donde sentarse. El suelo estaba cubierto de hojas secas y los restos de flores apagadas. A lía no le importaba, le gustaba como olía la tierra después del rocío.
Se acomodo junto al vigo tronco donde solía crecer la mandragora, hojeo su cuaderno, pero no escribió nada. Sus ojos se desviaron hacia el fondo del terreno, donde comenzaban los árboles del bosque.
Y entonces vio..
Una pequeña luz parpadeante, como una Chispa suspendida en el aire, se movía entre las ramas lejanas. Lía entrecerró los ojos, tal vez él reflejándose en alguna telaraña, o el viento, pero es otro de un insecto brillante. No le dio importancia, pero luego apareció otra luz. Y otra. Pequeñas flotantes, danzaban a pocos centímetros del suelo, como si un puñado de estrellas hubiera caído en el bosque.
Todos se mecían lentamente, como guiadas por un ritmo secreto. Lía camino varios metros sin darSe cuenta, con el cuaderno todavía en la mano. Algo dentro de ella se agitó, curiosidad, talvez. O un recuerdo que no sabía que tenía. se acercó un paso más, pero el bosque estaba inusualmente silencioso, No estaba la luz parpadeante que había visto, no había cantos de aves ni crujido de ramas, ni zumbidos de insectos. Solo un murmullo lejano, como el suspiro de alguien que espera.
Lía supuso en los animales que podrían vivir allí. Zorros, serpientes, quizás algo peor. Y pensó en su padre, que notaria su ausencia... pero si la notaba, sería peor.
Se quedó quieta. De nuevo vio las luces parpadeantes estas danzaban entre los árboles, como si la invitaran.
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Pero se alejó.
Apretó la piedra contra su pecho y se alejó poco a poco. No podía moverse, pero tampoco quería mirar atrás.
Algo estaba empezando. Y aunque no lo entendía, lo sentía en los huesos.
Lía regreso a la casa con paso lento, como si dejara algo atrás, cerro la puerta de madera sin hacer ruido y camino por el pasillo largo y frío, donde la luz del día apenas entraba. La piedra colgando en su cuello parecía más tibia que antes.
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En la cocina, su padre estaba sentado a la mesa, con una taza de café entre las maNos. no levanto la vista cuando ella entró, pero su voz resonó grave y áspera:
Papa de lia
Papa de lia
¿Dónde estabas? No te vi en el jardín
Lia se detuvo, dudó un segundo.
Lia
Lia
Si estuve... Vi una luz, allá, en la línea del bosque. Parpadeaba, me acerqué para ver que era.
El padre levantó los ojos, cansados, opacos. La Observó como si luchará entre decir algo o callarlo todo.
Papa de lia
Papa de lia
¿Otra vez con esas fantasías? -murmuro-
Papa de lia
Papa de lia
No hay nada allá afuera más que tierra, ramas secas y peligro. No te acerques al bosque lía, Nunca.
Ella bajo la mirada.
Lia
Lia
Pero la luz estaba ahí, yo lo vi. - insistió casi en un susurro-
El no respondió. volvió a mirar su taza como si esperara encontrar respuesta en el fondo oscuro del café
Lía subió las escaleras, sintiendo cada peldaño como una vibración. Al llegar a su habitación, cerró la puerta y dejó el cuaderno en el escritorio. Se acercó a la ventana y miró otra vez al bosque. Las luces ya no estaban.
Entonces se quitó la piedra del cuello. La sostuvo en la palma de la mano. Ya no brillaba, pero seguía cálida, viva. Como si en su interior hubiera algo despierto.
Se sentó en el borde de la cama y la observó largo rato. No sabía por qué, pero tenía la certeza de que no debía contarle a nadie lo que había visto. Ni de la piedra. Ni de las luces. Ni del silencio extraño en el bosque.
Era su secreto. Y ese día, mientras la tarde caía sin apuro sobre el jardín marchito, Lía sintió que algo en su vida se había movido, como una puerta entreabriéndose sin que nadie la tocara.
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