Hay momentos que se te graban en la piel. En los huesos. Momentos que no pediste, que no buscaste, pero que lo cambian todo.
El mío fue ella.
Ava.
La chica pelirroja con la mirada que podía congelarte o incendiarte, dependiendo del día. La que caminaba por los pasillos del instituto como si fuera dueña del suelo que pisaba. La que hablaba poco, reía fuerte, y tenía esa aura de "no me jodas" que a mí, sinceramente, me volvía loco.
Desde que la vi por primera vez -con ese moño despeinado, riéndose con su mejor amiga en la fila de la cafetería- supe que iba a ser mi perdición.
Y sí, puede sonar exagerado, pero es la jodida verdad.
Nos veíamos todos los días. Cruzándonos entre clases, en el patio, en la biblioteca. Pero ella nunca me miraba. No de verdad. Para ella, yo era solo ese tipo popular, el que jugaba en el primer equipo de rugby, el que salía en las fotos del equipo colgadas en el gimnasio, el que estaba demasiado metido en su propio mundo.
Y yo... bueno. Yo la conocía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Sabía que se sentaba al fondo en Literatura. Que tomaba café helado incluso en invierno. Que llevaba colgado del bolso un llavero con una letra "A" plateada, y que su perro -Rolo- había salido en tres stories seguidas cuando se rompió una pata saltando del sofá. Lo sé, suena enfermo. Pero nunca fue de forma rara. Solo... me fijaba.
La veía. Siempre.
Y esa noche, en esa fiesta, la vi más que nunca.
Entró como una tormenta. Vestida para matar, con los ojos encendidos y los labios apretados como si contuviera un grito. Su ex, Justin -sí, el idiota que juega en el segundo equipo- estaba ahí. Riendo con sus amigos como si no acabara de destrozar algo valioso.
Y entonces sucedió.
Ava me miró. Y yo supe. Supe que estaba a punto de pasar algo.
Ella caminó directo hacia mí. Sin pestañear. Sin dudar. Y antes de que pudiera reaccionar, me agarró de la camiseta... y me besó.
¿Sabes cuando imaginas tanto una cosa que crees que nunca va a pasar?
Pues pasó.
Y fue mil veces mejor de lo que jamás soñé.
Sus labios eran suaves, decididos, desesperados. Su aliento tenía sabor a rabia y dulzura, a algo que necesitaba escapar. Y yo, que me había prometido mantener la calma si alguna vez estaba tan cerca... fallé. Mis manos fueron a su cintura como si supieran el camino. Mi cuerpo se tensó, en alerta, como si ese beso fuese un campo de batalla.
Cuando se apartó, aún con los ojos entrecerrados y el pecho agitado, me costó fingir. Costó no sonreír como un idiota que acababa de ganar la lotería.
Ethan
Vaya... si me hubieras avisado, habría traído menta.
Dije, apoyándome contra la pared como si no tuviera el corazón en la garganta.
Ava
Fue un impulso. No te emociones.
Demasiado tarde.
Después de nuestra pequeña conversación se giró para irse. Y juro que el aire se fue con ella. Pero no podía dejarla escapar así. No después de ese beso. No después de eso.
Entonces le pregunté por su nombre.
Otra mentira. Ya sabía su nombre. Su apellido. El nombre de su perro, su libro favorito y hasta el segundo que usaba en las redes cuando no quería que la encontraran.
Pero necesitaba oírselo decir.
Ava
Ava.
Ahí estaba. Mi nombre favorito. Escapando de su boca.
Al rato se alejó con la cabeza en alto, como si no le importara, pero lo noté. Noté el temblor en sus dedos, la confusión en su respiración. Y mientras se perdía entre la gente, yo supe que ese beso no era el final de nada.
Era el comienzo de todo.
Ella pensaba que me estaba usando para vengarse. Lo que no sabía era que yo ya estaba dispuesto a jugar ese juego desde antes.
Y esta vez, iba a hacer todo lo posible para que no fuera ella la que terminara ganando.
Porque desde esa noche... Ava ya no era solo la chica que me gustaba. Era la chica que iba a conquistar.
Y sí, sabía que me iba a doler.
Pero también sabía que valía cada segundo del fuego que venía.
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