CAPITULO 2

Tres días después, Camilo se encontraba frente a una puerta con pintura descascarada, un letrero oxidado que decía "Pensión Doña Lucrecia" y un olor a sopa de cebolla que amenazaba con quedarse impregnado en sus pulmones para siempre.

Tocó el timbre y una voz chillona respondió desde adentro:

—¡Ya vaaaa! ¡No grite! Por favor

La puerta se abrió y una señora con muchos años en vida, con rulos en el cabello, bata de flores y una mirada que podía partir nueces, lo miró de arriba abajo.

—¿Y quién es éste? ¿El nuevo modelo de Ken que está deprimido?

—Soy... Camilo Restrepo. Tengo una habitación reservada —dijo con la voz baja, como si a cada palabra que salía de su boca le costara su dignidad.

—Ah, sí—contesto Lucrecia con una sonrisa cálida. El de las maletas de diseñador. Ya le dije al gato que tenga cuidado con usted. No quiero que me lo patee si lo confunde con un ratón de ciudad.

Camilo tragó saliva. El gato negro y gordo que estaba en la escalera lo miró fijamente, como si entendiera cada palabra.

Subió las escaleras con sus maletas de diseñador, tropezó con una de ellas y casi cae de cara. Una señora mayor en la segunda planta soltó una carcajada.

—¡Uy, mi hijito! ¡Eso le pasa por creerse el modelo de novela turca!

La habitación era del tamaño de su antiguo vestidor. Tenía una cama rechinante, un ventilador que sonaba como si fuera a despegar y una ventana con vista al muro del edificio de al lado. Y, como si fuera poco, el interruptor de la luz chispeaba cada vez que lo tocaba.

Esa noche, al intentar hacerse unos huevos, rompió tres. Uno cayó al suelo, otro en su zapato y el tercero desapareció misteriosamente, posiblemente robado por el gato.

—Esto es el infierno —murmuró mientras comía cereal con cuchara de sopa, sentado en una silla que cojeaba.

Al día siguiente se enfrentó a su primera entrevista de trabajo en una cafetería:

—¿Experiencia como barista?

—Sé distinguir un capuchino de un expreso —contesto Camilo. A veces eso creo.

—¿Ha lavado baños?

—¿Eso es legal?

—Gracias, lo llamaremos...

Y no lo llamaron. Lo siguiente fue un supermercado. Su tarea: organizar estantes.

—¿Por qué acomodó las latas por precio y no por la marca de los artículos?

—Se veía más... elegante. ¿No?

—Es un supermercado, no una galería de arte, señor Restrepo.

Después intentó trabajar de repartidor, pero su primera entrega terminó en el edificio equivocado y una anciana lo persiguió con una escoba gritando que era un espía del gobierno.

A los tres días, Camilo ya tenía ojeras, el pelo revuelto y un ligero tic en el ojo izquierdo. Sin embargo, algo empezó a cambiar: saludaba a los vecinos, ayudaba a cargar bolsas del mercado y hasta aprendió a cocinar arroz sin incendiar nada.

Una tarde, al salir de una entrevista fallida en una panadería, una mujer tropezó frente a él. Sus papeles volaron por los aires y tenía una maleta de viaje. Camilo corrió a ayudarla.

—¿Estás bien?

—Sí, gracias. Soy Lucia —dijo ella con una sonrisa brillante.

Camilo la miró. Por primera vez en semanas, sintió que el mundo se detenía por un segundo.

—Yo... soy Camilo. Camilo Restrepo.

Camilo arrastraba los pies por la calle oscura, como si el asfalto le pesara. El eco de sus pasos, mezclado con la llovizna fina que comenzaba a caer, le recordaba que no solo estaba derrotado, sino también empapado y sin trabajo.

—Buenas noches —saludó Camilo, intentando parecer seguro, aunque su voz tembló al ver a Lucía la chica con la que se había estrellado por la tarde , sentada en la sala, leyendo un libro.

—Buenas noches —respondió Lucrecia, la mamá de Lucía, que no levantó la vista del tejido. Tenía esa voz cansada, pero todavía firme, de quien ha vivido tanto que ya nada la sorprende.

En cambio, la abuela Angie lo miró como si lo estuviera escaneando con rayos X y de inmediato, soltó una risita burlona que hizo eco por todo el pasillo.

—¿Mijito, consiguió algo de trabajo o sigue paseando su inutilidad por la ciudad? —preguntó con burla, cruzando los brazos sobre su bata de flores, con un moño rosado encima de la cabeza y unas pantuflas de conejo que la hacían parecer tierna, aunque su lengua fuera de cuchilla afilada.

—Abuelita, déjalo en paz —gruñó Lucía, con una mezcla de vergüenza y fastidio. Se levantó, fue a la cocina y regresó con una taza de café que parecía haber salido de la Segunda Guerra Mundial: el esmalte descascarado, sin oreja, manchado de marrón por los años de uso.

Se la entregó a Camilo sin decir nada, pero con una leve sonrisa en los labios. Él la recibió como si fuera oro, aunque al mirar el estado del pasillo y de la taza, se preguntó si ese café venía con tétanos incluido.

—Gracias… —murmuró.

—Ya creo que eres un inútil —disparó Angie, sin anestesia, mientras lo observaba como si fuera un sapo aplastado.

Camilo sintió cómo le hervía la sangre, pero se obligó a sonreír. Sin embargo, no esperaba el siguiente comentario.

—Ni lo sueñes, jovencito no me la mires mucho es mi princesa . Deje de mirar a mi nieta con esa cara de querer meterla en su cama y comérsela entera. No, señorito, usted es un bueno para nada, sin oficio ni beneficio. Y con esa cara de perro regañado, menos.

—¡Abuelita! —Lucía se sonrojó de pies a cabeza, mientras Lucrecia se tapaba la boca con la mano fingiendo toser, pero en realidad estaba aguantando la risa.

—¡No, yo no soy inútil! —respondió Camilo con indignación, levantando la barbilla—. Y sí, me atrae su nieta. ¿Y qué?

—¡Ay, Dios bendito! —gritó Angie, llevándose las manos al pecho—. ¡Este cree que tiene derecho a sentir cosas! ¡Y encima lo dice en voz alta! ¡Descarado!

—Ya, mamá, deja de molestar al pobre muchacho —intervino Lucrecia, saliendo de la cocina con un plato humeante—. Algo le va a salir, no seas tan dura.

Colocó frente a Camilo un plato con huevos revueltos, una arepa mal dorada, pan duro y un pedazo de queso que parecía llevar semanas en la nevera.

—Gracias, señora —dijo él, con la panza rugiendo por el hambre.

Todos comenzaron a comer en silencio. Solo se escuchaban los ruidos del tenedor golpeando el plato y el crujido del pan que parecía una piedra. Camilo pensaba en su vida, en lo lejos que había caído. Comía al lado de tres mujeres que se burlaban de él, una lo trataba como basura, otra reía a escondidas y la última lo miraba con compasión… o eso quería creer.

Terminó su comida en silencio. Con educación, se levantó y tomó su plato y la taza mutilada.

—Voy a lavarlos, gracias por la comida.

—¡Ay, sí! ¡El príncipe lava los platos ahora! —soltó Angie con ironía—. A ver si por lo menos sirve pa’ algo.

Camilo intentó ignorarla, pero justo cuando iba por el pasillo, Angie puso discretamente su bastón atravesado en el suelo. Camilo no lo vio, tropezó, y en cámara lenta cayó de frente, con plato, taza y todo.

¡Crash!

El sonido fue épico. El plato se hizo trizas, la taza quedó irreconocible y el pan que no se había comido salió rodando hasta los pies de Lucía, como una pelota.

Camilo se quedó boca abajo, en el suelo, cubierto de restos de loza y café. Podía jurar que el queso lo había golpeado en la frente.

—Definitivamente eres un inútil —gruñó Angie, esta vez sin ocultar la sonrisa perversa—. Me paga el plato... y la taza.

—¡Eso no era una taza, era una reliquia arqueológica! —reclamó Camilo, recogiendo los pedazos con rabia contenida.

—Igual se paga —dijo Angie mientras se limpiaba las uñas con una horquilla—. Aquí no es un hotel donde se rompa y no se paga.

—No se preocupe, se lo pago —dijo él, con la mandíbula apretada, mientras pensaba: Vieja desgraciada....

Se levantó, se sacudió y fue directo a la cocina, sintiendo la carcajada mal contenida de Lucrecia detrás de él. Era obvio que se estaba riendo. ¡Hasta el perro de la pensión se estaba riendo! Bueno, si hubiera perro, también se reía de él...

Continuara...

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Comments

Andrea Morganti

Andrea Morganti

Era de esperarse que no sirviera para nada... que no fuera ser un CEO... ya lo dije me parece muy injusto, educaron y formaron un empresario de elite y ahora le exigen que aprenda a vivir como pobre...

2025-07-14

1

Bella Maldonado Beltran

Bella Maldonado Beltran

no me gusta la maldad de la vieja ,espero que Lucia ayude a Camlo a cambiar y encuentre trabajo por que amor ya encontró ,Camilo toma conciencia y piensa que tu abuelo lo hace,por tu bien para que seas un hombre justo y no un arrogante y despiadado ,ceo

2025-06-28

2

Cinzia Cantú

Cinzia Cantú

Camilo estas en el lugar correcto y con las personas adecuadas, sobre todo la dulce Angie que te tienne en la mira

2025-07-09

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