capítulo 4

Al día siguiente.

—¿¡Lo hiciste!?

Diana apareció en la cafetería como una ráfaga de viento, con los ojos brillando de emoción y una sonrisa que amenazaba con partirle la cara. Abigaíl ni siquiera tuvo tiempo de responder; su amiga ya estaba sentándose frente a ella, con el café en una mano y su celular en la otra, como si fuera a documentar la confesión.

—No sé de qué estás hablando —respondió Abigaíl, bajando la mirada hacia su taza de té.

—¡Ay, por favor! —Diana le dio un leve empujón en el brazo—. Me conocés, Abi. Si no lo hubieras hecho, estarías viéndome con esa carita de “me siento culpable pero tengo mis razones”. Pero ahora mismo tenés la cara de “acabo de lanzar una bomba y no sé cómo desactivarla”. ¡Así que habla ya!

Abigaíl sonrió, derrotada.

—Ayer… lo envié.

Diana soltó un grito ahogado y dio un golpecito entusiasta en la mesa, derramando un poco de café.

—¡Sí! ¡Sabía que lo harías! Sabía que la voz de la tentación —o sea, yo— no podía ser ignorada.

—Me siento una lunática, Diana.

—No, te sentís viva. Hay diferencia. Y si el universo te da una segunda oportunidad, ¿por qué no tomarla?

Abigaíl suspiró.

—Y si ni siquiera se acuerda de mí… ¿y si fui solo una noche olvidada entre muchas?

—Entonces cerrás ese capítulo con dignidad, cabeza en alto, y escribís el mejor final posible. Pero si sí se acuerda… —hizo una pausa dramática y alzó una ceja—. Bueno, ya sabemos quién se va a inspirar para su próxima novela erótica.

Abigaíl rió, aliviada por la ligereza de su amiga. Diana siempre sabía cómo ponerle color a sus sombras.

—Gracias… por empujarme al abismo con tanto entusiasmo.

—Siempre. ¿Qué clase de mejor amiga sería si no?

***

Tres días después...

Abigaíl estaba en su pequeño estudio, sentada frente a la computadora, tratando de avanzar con el nuevo capítulo de su novela. El cursor parpadeaba en la pantalla, tan indeciso como ella. Había reescrito la misma línea tres veces cuando su celular vibró sobre el escritorio.

Lo miró sin apuro, pensando que sería Diana con algún meme o una nueva teoría descabellada sobre “el Adonis corporativo”. Pero no. Era un número desconocido.

Dudó antes de contestar.

—¿Hola?

—¿Señorita Abigaíl Ferrer?

—Sí, ella habla.

—La llamamos de la oficina de Recursos Humanos de *Vanguard Enterprises*. Hemos recibido su currículum para la vacante de secretaria ejecutiva. ¿Tiene unos minutos?

Abigaíl se quedó en silencio un segundo. Su corazón dio un salto tan fuerte que temió que se oyera al otro lado del teléfono.

—S-sí… sí, claro.

—Perfecto. Su perfil nos ha parecido interesante, y quisiéramos agendar una entrevista preliminar con usted. ¿Podría asistir este viernes a las 10 de la mañana?

—Sí. Sí, puedo.

—Excelente. Le enviaremos un correo con los detalles. Muchas gracias por su tiempo, señorita Ferrer. Que tenga un buen día.

—Igualmente… gracias.

Cortó.

Y se quedó ahí, en silencio, como si el universo le hubiera respondido un “sí” que no se atrevía a pedir en voz alta.

Tomó el celular y le escribió a Diana solo dos palabras:

**“Me llamaron.”**

Tres segundos después, su teléfono volvió a vibrar.

—¡¡¡TE DIJE, NENA, TE DIJEEEE!!! —chilló Diana al otro lado del auricular—. Este viernes, diez de la mañana, empieza la historia. ¡A por él!

Abigaíl sonrió, nerviosa, mordiéndose el labio.

—Diana…

—¿Sí?

—¿Y si todo esto termina mal?

—Entonces será una gran historia. Pero… ¿y si no?

Y por primera vez en mucho tiempo, Abigaíl dejó que esa posibilidad germinara dentro de ella.

***

Dos días después.

El sonido de la notificación aún retumbaba en la cabeza de Abigaíl: *“Has sido seleccionada para el puesto. Te esperamos mañana a primera hora para una breve reunión con el director general.”*

No había dormido en toda la noche. Diana casi salta por la ventana de la emoción. Ella, en cambio, solo sentía un nudo en el estómago. Un temor sordo que se mezclaba con la emoción y el vértigo de lo desconocido.

Entró a la oficina impecable, elegante, demasiado silenciosa. La asistente le indicó que el señor Black la recibiría en breve. Abigaíl respiró hondo, apretando los dedos contra su carpeta. No sabía si iba a vomitar o a llorar.

Cuando la puerta se abrió y lo vio… algo en ella tembló.

Eric estaba de pie, de espaldas, mirando por el ventanal. Alto, impecable, con ese porte que parecía diseñado para dominar salas enteras. Al girarse, sus ojos se posaron en ella con un matiz que la descolocó: interés… pero también confusión.

—Señorita Abigaíl Ferrer —dijo, como si saboreara el nombre—. Gracias por venir. Siéntese, por favor.

Ella obedeció, con el corazón latiendo en los oídos. Eric se sentó frente a ella, cruzando los dedos sobre el escritorio. La miraba con fijeza, como si intentara leerle el alma.

—Leí su currículum. Bastante interesante. Escritora, guionista… buena reputación.

—Gracias —respondió ella, con la voz algo tensa—. Intento mantenerme ocupada.

Silencio. Él ladeó un poco la cabeza.

—Perdone la pregunta, pero… ¿nos conocemos?

Abigaíl sintió un vuelco en el pecho. Su garganta se cerró un instante. No era una acusación, ni una afirmación. Solo una duda, dicha con una calma que dolía.

—No lo creo —respondió con una sonrisa suave, fingida—. Tal vez me vio en alguna entrevista o presentación.

Eric asintió, aunque algo en su mirada no estaba satisfecho.

—Puede ser. Hay algo en usted… familiar. Pero no logro ubicarlo.

—Suele pasar —replicó ella, con un nudo en el estómago—. A veces la mente nos juega bromas.

Él esbozó una sonrisa casi imperceptible.

—Quizá. En todo caso, bienvenida a la empresa. Estoy seguro de que hará un gran trabajo.

Se levantó y le ofreció la mano. Cuando sus dedos se tocaron, un escalofrío recorrió la espalda de ambos. El apretón fue breve… pero cargado de algo que ninguno supo explicar.

—Gracias, señor Black.

Abigaíl salió de la oficina sin mirar atrás. Una parte de ella temblaba… otra, comenzaba a despertar.

Perspectiva de Erick.

Eric permaneció de pie junto a la ventana incluso después de que la puerta se cerrara. El apretón de manos aún le ardía en la piel, como si hubiese tocado una chispa viva.

*Abigaíl Ferrer.*

El nombre no era completamente desconocido. Sabía que era escritora; había visto su cara en alguna portada de revista, una entrevista en televisión de fondo mientras revisaba correos. Pero eso no explicaba la sensación persistente de déjà vu que lo atormentaba desde que ella entró por esa puerta.

Había algo en su mirada. Algo profundo, antiguo… íntimo. Una mirada que no se olvida fácilmente. Y, sin embargo, su mente no lograba ubicarla.

Cerró los ojos, buscando en la bruma de recuerdos, en noches borrosas de eventos, en encuentros fugaces que su memoria había enterrado sin permiso. Pero no… nada.

*¿Dónde demonios la he visto antes?*

Lo único que sabía era que esa mujer no era cualquier empleada más. Su presencia lo había descolocado. Y no por su currículum.

Por algo más. Algo que no podía nombrar.

Suspiró, frustrado. Volvió a sentarse, pero su mente ya no estaba en los pendientes del día. Estaba en ella.

---

**Más tarde – Conversación con Diana**

—¡¿Y te preguntó directamente si se conocían?! —exclamó Diana desde el otro lado de la videollamada, con una taza de café en la mano y los ojos como platos.

Abigaíl asintió lentamente.

—No con esas palabras, pero sí… lo insinuó. Me miró como si estuviera buscando algo en mí. Como si... supiera que estoy mintiendo.

—¿Y qué le dijiste?

—Lo de siempre. Que tal vez me vio en una entrevista o una firma de libros.

Diana se rió, esa risa nerviosa que siempre aparecía cuando la emoción y el miedo se mezclaban.

—Abi… amiga mía, vas a tener que seguir fingiendo demencia.

—No sé cuánto tiempo más pueda hacerlo. Siento que si me mira así otra vez… voy a colapsar. Hay algo en su forma de hablar, de estar ahí... Es como si me reconociera, pero no supiera por qué.

—Y por eso es mejor que te sigas haciendo la desentendida —insistió Diana—. Míralo así: él no está seguro. Está dudando. Y mientras dude, tú puedes controlar la narrativa. No digas nada, no confirmes nada. Déjalo preguntarse. Déjalo sentir que te conoce… sin darle las piezas para resolver el rompecabezas.

—¿Y si algún día las junta?

Diana hizo una pausa y luego sonrió con complicidad.

—Entonces será porque tú querías que lo hiciera.

Abigaíl cerró los ojos, sintiendo que el vértigo volvía. Fingir demencia… qué ironía. Fingir, cuando en el fondo todo su cuerpo recordaba perfectamente esa noche que él había olvidado.

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Comments

ocalani

ocalani

super me encanta la narrativa

2025-04-29

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