capítulo 3

Presente.

Han pasado cinco años… y todavía recuerdo esa noche como si hubiese ocurrido ayer. A veces me convenzo de que fue un sueño, de que nada de eso fue real. Pero entonces cierro los ojos… y puedo sentirlo. Su voz ronca, sus labios explorando los míos, sus manos rodeando mi cuerpo con una seguridad que me desarmó.

Esa noche no fui yo. O tal vez sí… tal vez fue la versión más libre —y más perdida— de mí misma. La que no pensaba en promesas, ni en culpas, ni en lo que diría mi madre al enterarse. Solo quería dejar de sentirme sola… aunque fuera por unas horas.

Nunca volví a verlo. Nunca supe quién era realmente. Y sin embargo, lo convertí en mi personaje perfecto. En cada página lo reescribí, lo idealicé, lo amé con palabras que nunca se dijeron en voz alta. Lo volví mío… en papel.

A veces me siento ridícula. ¿Cómo pude obsesionarme tanto con alguien que apenas conocí? Pero luego pienso en todo lo que representó para mí: fue consuelo, fue escape, fue fuego en medio del hielo. Fue el único que no me pidió explicaciones… ni me exigió nada.

Y sin embargo, también fue el comienzo de una culpa que nunca he sabido enterrar. Porque rompí mis promesas, traicioné mis principios… me traicioné a mí misma. 

Pero si cierro los ojos y dejo que el recuerdo me envuelva, no hay arrepentimiento. Solo hay nostalgia. Y un deseo silencioso de volver a sentirme así… viva.

No sé si lo amé. Tal vez no. Tal vez solo amé lo que me hizo sentir por un instante. Pero esa noche… esa noche sigue siendo mi secreto más sagrado. El único que nadie me ha podido arrebatar.

—Nena… Abi… ¡Abi! —

El chasquido insistente de unos dedos frente a su rostro la sacó de su ensoñación. Diana la miraba con los ojos muy abiertos y una ceja arqueada.

— Vuelve a la tierra, amiga… Estabas mirando la nada con esa cara de “acabo de besar a un dios griego”.

Abigaíl parpadeó, tragó saliva y bajó la mirada, sintiendo el calor subirle por el cuello.

— Lo siento… me fui un segundo.

Diana sonrió como si supiera exactamente a dónde se había ido.

— Un segundo muy largo… ¿Acaso estás escribiendo en tu mente o recordando a tu “personaje misterioso”?

Abigaíl sonrió, apenas.

— Un poco de ambas cosas...

— Está bien... bueno, escucha, mientras tú estabas en tu mundo, yo me puse a investigar un poco… y lo tengo.

Abigaíl frunció el ceño.

— ¿Qué tienes?

— La entrada. En la empresa de tu adonis están buscando secretaria.

Abigaíl la miró como si hablara en otro idioma.

— ¿Qué? ¿Cómo sabes eso? ¿Y cómo se supone que eso me ayudaría?

— El cómo no importa —Diana hizo un gesto dramático con la mano—. Lo importante aquí es que ese es tu pase directo a él.

— Ay, Diana, no te estoy siguiendo. Sé más clara.

Diana se inclinó hacia ella con los ojos brillando de emoción.

— Abi, escucha. Mi idea es esta: imagina que Samanta —tu protagonista— después de despertar del coma y darse cuenta de que todo lo que vivió con Eric fue solo una ilusión… decide buscarlo. Porque necesita saber si la realidad puede superar a su fantasía. Así que, ¿qué hace? Se postula para un trabajo en su empresa. No para espiarlo, no para forzarlo… solo para estar cerca. Para ver si lo que sintió en sueños tiene eco en la vida real.

— ¿Y luego?

— Luego… no sé. Ahí es donde tienes que poner a trabajar esa cabeza loca de escritora que tienes. Yo ya hice mi parte.

Abigaíl se quedó en silencio, mordiéndose el labio inferior. Diana la conocía demasiado bien. Sabía cómo tocar sus hilos sin que pareciera manipulación. Y lo peor… es que lo que proponía no era una locura. O sí lo era, pero de esas que tentaban.

— No lo sé, Diana. Aún no estoy segura de todo esto…

— No tienes que estar segura, Abi. Solo tienes que estar viva. Y hace años que te veo respirando, pero no viviendo. Tal vez… este sea el primer paso.

Abigaíl bajó la mirada. Su corazón latía con más fuerza de la que estaba dispuesta a admitir. ¿Y si tenía razón?

— Es una locura —susurró.

— Todas las buenas historias lo son.

Luego de estar escuchando la insistencia de su amiga por un rato más, Diana por fin se despidió, pero antes de irse le hizo prometer a Abigaíl que lo pensaría. Su idea era algo descabellada, pero aun así, ella buscaba no solo que su amiga terminará el libro, sino que por fin pudiera cerrar ese capítulo en su vida o comenzar una nueva historia, pero en la vida real.

***

La pantalla de su laptop iluminaba la habitación en penumbra. El cursor parpadeaba sobre el formulario digital como si también dudara. Nombre completo, dirección, referencias... todo era tan normal, tan frío. Nada en ese formulario parecía preparado para el verdadero motivo por el que estaba allí.

Abigaíl respiró hondo. Sus dedos flotaban sobre el teclado, temblorosos. Su corazón latía con esa mezcla de miedo y adrenalina que sólo se siente antes de hacer una locura… o de enamorarse.

"Esto es ridículo", pensó.

Y aun así, ahí estaba.

Había buscado el nombre de la empresa dos veces. Había leído y releído los requisitos del puesto. No era nada fuera de su alcance. Era un simple empleo administrativo, uno que podría desempeñar sin problemas. Lo había hecho antes. Pero esta vez... el trabajo no era el objetivo.

El objetivo tenía un rostro difuso en su mente, una voz grave atrapada en su memoria, y un recuerdo tan vivo que dolía.

¿Y si no me reconoce?, pensó.

¿Y si sí lo hace?

Se levantó de la silla y empezó a caminar por la habitación, como si el movimiento pudiera calmar su mente. Diana no dejaba de insistir: "Hazlo por ti, no por él". Pero eso era una mentira piadosa. Lo estaba haciendo por ambos. Por lo que podría haber sido. Por lo que aún —quizás— podría ser.

Volvió a sentarse. Sus dedos tocaron las teclas, una a una. Completó el formulario sin mirar atrás. Cuando llegó al final, solo había un botón: **Enviar solicitud**.

Cerró los ojos. Por un instante, solo escuchó su respiración.

Y luego… hizo clic.

El silencio de la habitación fue absoluto. Abigaíl apoyó la frente contra la mesa y sonrió, nerviosa.

—Dios mío… ¿Qué acabo de hacer?

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Comments

ocalani

ocalani

esta interesante esperemos a ver que pasa 😉

2025-04-29

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