Capítulo 1 - La Jaula de Oro

¿Quién dijo que la vida es bella? ¿Quién fue el idiota que convenció al mundo de que casarse es el final feliz de un cuento de hadas?

Tal vez es el principio de la pesadilla.

Tal vez yo soy la prueba.

Luna lo recordaba todo con claridad. La risa libre, la ilusión estallándole en el pecho, la mochila al hombro y el "yo sé lo que hago" repitiéndose como escudo frente a cada mirada de desaprobación. No le importó pelearse con su familia, perder amigas, dejarlo todo atrás. No le importó nada… porque creía en él.

Él.

El que le prometió el cielo.

El que la convenció de que ella era su destino.

El que lloró frente a su puerta rogando por una vida juntos.

"Confía en mí", le dijo, y ella lo hizo.

Confiar fue su error más grande.

Ahora, tres años después, Luna miraba por la ventana de una casa que parecía una cárcel. El sol entraba tibio por los vidrios sucios, pero no alcanzaba a calentarle el alma. Tenía los dedos partidos por el agua helada con la que lavaba los platos de madrugada, después de preparar la cena, después de limpiar la casa, después de sobrevivir a otra noche más.

Su reflejo en el vidrio ya no le devolvía la imagen de la chica de pelo suelto y sonrisa fácil. Ahora había ojeras, un labio roto escondido bajo una capa de maquillaje barato y una sombra en los ojos… una que no se iba, aunque llorara, aunque gritara en silencio cuando él dormía.

Luna no estaba casada con un hombre.

Estaba atrapada con un monstruo.

Uno que la llamaba "inútil" cada vez que se atrevía a decir lo que pensaba.

Uno que rompía platos contra la pared cuando ella no cocinaba "como su madre".

Uno que la dejaba llorando en el baño, con la puerta cerrada y el alma hecha trizas.

Y sin embargo, afuera, él era el esposo perfecto. El que trabajaba duro. El que sonreía en las fotos familiares. El que engañaba a todos.

A veces, Luna se preguntaba si de verdad estaba loca. Porque él también sabía jugar con su mente.

"Estás exagerando", le decía.

"Si te trato así es porque me sacás."

"Vos me hacés poner así. Mirate. Sos una desagradecida."

Y ella se miraba… y ya no sabía quién era.

Esa noche, mientras él dormía con el celular en la mano —seguramente mensajeándose con alguna de las tantas "compañeras de trabajo"—, Luna se sentó en el borde de la cama y miró al techo.

No lloró. Ya no tenía lágrimas, se evaporaban rotas en su alma antes de salir , no había nada más que dolor silenciado a esa vida que ella misma se metió engañada .

Había aprendido a guardar las lágrimas para cuando no hubiera testigos.

Pero en lo más profundo, una semilla de algo diferente empezó a brotar.

No era esperanza todavía.

Era algo más tenue… más primitivo.

Era rabia.

Era esa chispa que le recordaba quién fue.

Y aunque aún no sabía cómo, algo dentro de ella susurró bajito:

"No vas a quedarte así para siempre."

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