Pasaron cuatro años desde que decidí tomar las riendas de mi destino.
Cuatro largos, intensos y agotadores años donde el sudor, los callos y los moretones se convirtieron en mi pan de cada día. La Arien de antes —la villana arrogante que solo sabía mandar y manipular— ya no existía. En su lugar, había una niña de rostro afilado, reflejo serio y músculos incipientes que entrenaba con la espada desde el amanecer hasta el anochecer.
Y todo bajo la estricta mirada del duque Ethan Callahan, el padre de Nyr.
Sí, ese mismo. El que apenas sonreía, pero que me enseñó a blandir la espada con la precisión de un asesino.
Y también, el mismo cuyo hijo no dejaba de molestarme.
—¡Arien! —escuché la voz de Nyr desde la entrada del campo de entrenamiento, como si el destino no me diera tregua—. Te traje agua. Y pan de nueces. Sé que es tu favorito.
Me detuve a mitad de un golpe, girando lentamente con la espada aún en mano.
—Nyr... ¿no tienes nada más que hacer?
—Claro que sí. Pero prefiero hacer esto. —Me sonrió, extendiéndome el pan con su sonrisa brillante.
Reprimí el impulso de golpearlo con la espada. En vez de eso, suspiré y acepté el pan.
—Gracias. Pero no te pedí que vinieras.
—¿Y desde cuándo necesitas pedirlo? Estoy aquí por voluntad propia. Como tu admirador número uno.
—¿Te das cuenta de que aún somos niños? —murmuré, como ya lo había hecho mil veces.
—¿Y qué? El amor no espera. Además, ahora que tienes músculos, brillas más.
Me atraganté con el pan.
—¡¿Qué?!
—Solo digo la verdad —respondió, guiñándome un ojo.
Dios mío, ¿por qué este niño era tan descarado?
Llegó el día de mi cumpleaños número once. Una edad insignificante en mi vida pasada, pero aquí parecía ser todo un evento digno de coronación real.
Mis padres, los duques Valemira, organizaron un banquete impresionante. Candelabros de cristal, tapices nuevos, y decenas de nobles paseándose por el gran salón del castillo. Cada año solía odiar esta fecha: las sonrisas fingidas, los regalos llenos de veneno oculto, y los murmullos sobre mi futuro compromiso para contraer matrimonio.
Pero este año... fue distinto.
Tal vez porque ya no era una espectadora atrapada en la historia. Ya no era la villana esperando su destino. Era alguien diferente.
Yo estaba escribiendo la historia ahora.
—Te ves hermosa, hija —dijo mi madre mientras acomodaba un broche de esmeralda en mi cabello oscuro como la noche.
Me miré al espejo. Llevaba un vestido azul medianoche con bordes plateados, y por primera vez, no me sentía como una marioneta disfrazada. Me sentía... elegante. Poderosa.
—Gracias, madre —respondí con una sonrisa leve.
Mi padre entró poco después, y para mi sorpresa, colocó con suavidad una corona de cristal sobre mi cabeza.
—Feliz cumpleaños, Arien. Eres la luz de este ducado.
Me congelé por un instante. ¿Luz? ¿Yo?
Ellos... habían cambiado. No eran los padres fríos y distantes de la historia original. Habían comenzado a acercarse a mí desde que empecé a entrenar, desde que dejé de intentar actuar como una noble superficial. Mi madre empezó a esperarme con té caliente después de los entrenamientos. Mi padre me preguntaba cómo iba mi progreso con la espada.
Aún me costaba acostumbrarme a esa calidez.
¿Podía realmente permitir que ese afecto me tocara?
La fiesta comenzó, y como siempre, Nyr fue el primero en llegar, entregándome una rosa negra encantada que brillaba bajo la luz mágica.
—Para la futura reina de mi corazón —dijo con una reverencia exagerada.
—Y para el futuro idiota sin dientes si sigues hablando así —respondí, aunque no pude evitar sonreír.
Pero fue entonces cuando lo vi.
Entre la multitud de nobles, apareció un muchacho que destacaba como la luna en plena noche.
Su piel era blanca como la porcelana, su cabello largo y plateado caía como seda hasta los hombros, y sus ojos...
Sus ojos eran de un rojo profundo, casi hipnótico.
Se movía con elegancia, con pasos silenciosos, como si flotara entre las personas. Todos parecían notarlo, pero se apartaban a su paso con respeto. O miedo.
—¿Quién es ese? —pregunté a uno de los sirvientes.
—El joven conde Elric Dravien, señorita. Heredero del clan vampírico del norte. Vino por invitación personal del duque.
Mi corazón se detuvo un segundo.
El vampiro del juego... otro de los protagonistas.
Su aparición temprana me desconcertó. Según la trama original, Elric debía aparecer cuando Arien cumpliera trece años. ¿Por qué estaba aquí ahora?
Nuestros ojos se cruzaron por un instante. Su expresión era impasible, casi aburrida... hasta que me miró.
Entonces sonrió. Lenta, peligrosamente.
Y caminó hacia mí.
—Lady Arien —dijo, con voz suave y profunda como el vino añejo—. Es un honor asistir a su celebración. Espero que mi presencia no sea... inoportuna.
—No lo es —respondí, aunque algo en mi estómago se retorció. ¿Era tensión... o nervios?
Elric tomó mi mano, inclinándose con una cortesía impecable. Sus labios rozaron mis nudillos, y aunque no me mordió, sentí un escalofrío recorrerme desde los dedos hasta la nuca.
—He oído historias sobre usted. Sobre cómo blande la espada como una guerrera, no como una dama.
—¿Decepcionado? —pregunté con una ceja en alto.
—Fascinado —dijo él, sin apartar la mirada.
Y fue entonces cuando Nyr apareció junto a mí, como un perro celoso que había olido la amenaza.
—¿Quién eres tú? —preguntó Nyr, con su sonrisa desaparecida.
—Elric Dravien. Y tú debes ser... el niño que no sabe cuándo retirarse, o eso dicen los rumores —respondió Elric, sin inmutarse.
La tensión entre ellos creció como una nube de tormenta.
Y yo, en medio, sonreí internamente.
Porque aunque no lo esperaba, aún no entendía el alcance de sus intenciones...
El bullicio de la fiesta comenzó a asfixiarme. Entre los murmullos de los nobles, los roces forzados de vestidos, la mirada intensa de Elric y los constantes intentos de Nyr por no ser ignorado, sentí que necesitaba un respiro.
Me escabullí por uno de los pasillos laterales, evitando con maestría a los sirvientes que transportaban bandejas y a los invitados ebrios que tambaleaban con copas en mano. El vestido me dificultaba moverse con sigilo, pero logré llegar a hacia el balcón.
Abrí las puertas de cristal y salí.
La brisa nocturna acarició mi piel. Cerré los ojos y respiré profundamente. El jardín estaba iluminado por faroles mágicos y la luna llena colgaba en el cielo como un faro de plata. En momentos como ese, casi podía olvidar que vivía dentro de un juego erótico lleno de giros extraños, personajes peligrosos… y protagonistas demasiado insistentes.
—¿Escapando de la fiesta? —preguntó una voz masculina, grave, áspera, que se filtró entre las sombras.
Me giré con rapidez, llevándome una mano al pecho.
—¿Quién está ahí?
Del rincón más oscuro del balcón emergió una figura alta, con el cabello castaño claro y desordenado, la piel bronceada y los ojos verdes que parecían brillar en la oscuridad. Su postura era relajada, pero su energía… salvaje.
—No temas, no muerdo. Bueno… no sin permiso —añadió con una sonrisa ladeada.
—¿Quién eres? —pregunté, retrocediendo un paso.
Él inclinó la cabeza, divertido por mi desconfianza.
—Kael. Solo Kael. Llegué hace poco, porque tenía curiosidad. Los salones ruidosos no son lo mío, así que preferí venir aquí. Pero... parece que no soy el único.
Kael... Kael Lethran.
El tercer protagonista. El hombre lobo.
En la historia original, Kael aparecía como un misterioso mercenario contratado por el emperador. Era el más peligroso de todos: inestable, carismático y con un instinto animal que lo convertía en un amante feroz y un enemigo letal. En el juego, tenía la escena de +19 más intensa y salvaje, con todas las decisiones marcadas en rojo.
Y ahora... estaba aquí. Mucho antes de lo previsto.
—¿Y tú eres... la cumpleañera? —preguntó él, observándome de arriba abajo con descaro.
—Arien Valemira —respondí con firmeza, sin dejarme intimidar.
Kael se acercó un paso, con su sonrisa ensanchándose.
—Nombre bonito. Pero… no pareces una niña noble mimada.
—¿Y cómo se supone que debe verse una niña noble mimada?
—Como alguien que no tiene fuego en los ojos. Como alguien que no sostendría una espada si su vida dependiera de ello. Tú… eres distinta.
Me tensé. ¿Cómo lo sabía? ¿Acaso me había estado observando?
—¿Qué estás insinuando?
—Nada malo. Solo que... huele a que no perteneces a este mundo.
Mi respiración se detuvo un instante. ¿Huele? Por supuesto. Era un licántropo. Su olfato no solo detectaba esencias físicas… también emociones, intenciones, y, a veces, secretos.
—¿Qué quieres de mí, Kael? —pregunté, volviendo la vista hacia los jardines.
—Por ahora... nada —respondió con voz baja, acercándose aún más, tan cerca que pude sentir su calor—. Solo estoy observando. Decidiendo si eres alguien a quien seguir... o a quien cazar.
Tragué saliva.
—Pues yo no soy presa fácil.
—Eso me agrada. Las presas fáciles no tienen sabor.
Y sin más, se giró y se perdió en la oscuridad, como si nunca hubiera estado allí.
Me quedé en el balcón, mirando la luna. Tres protagonistas. Tres caminos peligrosos.
Y todos, por alguna razón, caminaban hacia mí.
—Muy bien —murmuré, apretando el broche de mi vestido—. Si ustedes piensan que pueden atraparme… primero tendrán que alcanzarme.
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Comments
Liliana Barros
Y se le juntó el ganado a Arien 😂😂😂😂
2025-07-31
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