La villana en la niñez

Antes de despertar en ese mundo, mi vida no tenía nada de especial.

No era rica, ni tenía un romance apasionado con nadie. Vivía sola, en un pequeño departamento de una ciudad abarrotada, donde el ruido nunca dormía y las luces ocultaban el cielo. Trabajaba en una tienda de libros usados durante el día y por las noches me sumergía en novelas visuales y juegos románticos que me hacían olvidar la rutina.

“Crimson Hearts: Destino de Placer” era uno de mis favoritos. No por la heroína —que me parecía demasiado ingenua—, sino por lo retorcida que podía llegar a ser la historia. Placer y peligro. Seducción y traición. Me fascinaba.

Irónicamente, mi personaje favorito… era la villana.

Arien Valemira. Elegante, orgullosa, feroz. La típica mujer que todos odiaban en el juego, pero que yo… secretamente admiraba. Quizá porque entendía su soledad. Quizá porque, como ella, también sabía lo que era vivir sin que nadie realmente te mirara.

Murió en todos los finales. Quemada viva, asesinada por celos, vendida como esclava. Todos celebraban su caída. Y yo lloraba por ella.

No sé cómo morí. Solo recuerdo un dolor punzante en el pecho mientras volvía a casa una noche lluviosa. Y luego… oscuridad.

Ahora estoy aquí. En su cuerpo. En su niñez. Tengo una segunda oportunidad. No solo para vivir… sino para salvar a Arien. Para salvarme a mí.

Ese día, bajé por el pasillo principal de la mansión Valemira, curiosa por conocer a mis "padres". El duque y la duquesa Valemira.

Sabía por el juego que su relación con Arien era más que distante. Pero verlo con mis propios ojos fue... inquietante.

Los encontré en el salón del té. Ambos sentados, rígidos como estatuas de mármol. La duquesa, bellísima, de cabello rubio y ojos azules fríos como el invierno. El duque, imponente, con mirada severa y labios delgados como una línea de espada.

Cuando entré, apenas levantaron la vista.

—¿Qué haces aquí, Arien? —preguntó la duquesa, con una voz dulce, pero vacía.

—Pensé que… podía saludarlos.

El duque bufó y volvió a su copa de vino.

—Estamos ocupados.

Ocupados. Era sábado. Nadie más estaba en esa sala. Solo ellos, el té… y el silencio helado.

—Lo siento. No quería interrumpir.

Di media vuelta. No esperé que me detuvieran. Y no lo hicieron.

Salí con el corazón apretado. Esa era la infancia de Arien. Ignorada. Rechazada. Crecida como una decoración inútil. Era un milagro que no se hubiese convertido en un monstruo aún peor.

—No. —Me detuve frente al gran ventanal—. Yo no seré como ella. Pero tampoco seré una víctima.

Decidí salir al jardín. El clima era templado, y el sol iluminaba las flores blancas como la nieve. Caminé entre las rosas hasta perderme en el pequeño bosque del castillo. Me gustaba el silencio. Me hacía sentir que el mundo aún podía cambiar.

Fue entonces cuando escuché un chasquido entre los árboles.

Me giré con el corazón latiendo con fuerza. Y ahí estaba.

Un niño. No mayor que yo en apariencia. De cabello azul oscuro, ojos azul marino que brillaban como el sol filtrado entre las hojas, y una sonrisa traviesa que me hizo estremecer.

Lo reconocí al instante.

El cazador.

Nyr Callahan. El niño que más adelante se convertiría en un letal cazador de monstruos, obsesionado con el control y la perfección. En el juego original, despreciaba a Arien por su arrogancia, hasta que ella lo humillaba… y él se vengaba de la forma más cruel y sexualmente dominante posible. Era uno de los finales más intensos del juego.

Y ahora lo tenía enfrente.

—¿Quién eres tú? —preguntó con un tono ladeado, como si ya supiera la respuesta.

Me tensé.

—No importa. Solo estaba de paso.

—¿De paso en el bosque privado de los Valemira? —se cruzó de brazos—. No pareces una sirvienta. ¿Eres la niña rara de la que todos hablan?

Me molestó. No por la pregunta, sino por su tono burlón.

—¿Y tú quién eres para hablarme así?

—Nyr Callahan. Mi padre entrena a los guardias de la mansión. Estoy aquí porque hoy están de visita.

—Entonces vete con ellos.

Me giré para marcharme, pero él dio un salto ágil y se plantó frente a mí.

—Oye, espera. Eres interesante. Tus ojos son como… como un pozo sin fondo.

—¿Y eso qué significa?

—No lo sé. Pero me gustan.

Fruncí el ceño. En el juego, Nyr era todo un encanto cuando quería… hasta que mostraba su verdadera cara. Fría. Cruel. Impulsiva. No pensaba jugar con fuego.

—Aléjate.

—¿Y si no quiero?

—Entonces gritaré.

Me observó durante unos segundos. Silencio. Tensión. Luego, se rió.

—Vaya. Tienes garras.

—No soy una niña débil.

—Tampoco pareces una noble. ¿Siempre eres así de rara?

—Solo con niños molestos.

—Entonces me gustas más.

Me alejé, esta vez sin que me detuviera. Pero podía sentir su mirada en mi espalda mientras me perdía entre los árboles. Como si ya hubiera dejado una marca invisible sobre mí.

El primer encuentro. El cazador me había visto. Me había olido. Y ahora… me había conocido.

No supe entonces que, desde ese momento, Nyr empezaría a buscarme cada vez que me viera. Que cada entrenamiento de su padre sería una excusa para cruzarse conmigo. Que detrás de su sonrisa inocente se escondía una sombra profunda… y una necesidad ardiente de dominar lo que no podía entender.

Yo solo quería alejarme de la historia original.

Pero esta historia… ya había comenzado a escribirse sola.

Me perdí entre los pasillos de la mansión, ignorando a las criadas que me miraban con una mezcla de lástima y desprecio. Ya sabía que no era querida en esa casa. No por mis padres, ni por el personal. Arien Valemira era una sombra más en los muros fríos de la mansión Valemira.

Llegué a mi habitación, cerré la puerta con fuerza y corrí las cortinas. Solo cuando estuve sola, en la penumbra, pude respirar.

Me apoyé contra la puerta. Mi corazón aún latía con fuerza por el encuentro con Nyr. Su forma de mirarme… su sonrisa confiada… no era solo la de un niño curioso. Había algo más. Algo que no encajaba con su edad. Era como si desde ahora ya tuviera esa naturaleza depredadora que en el juego lo volvía adictivo y peligroso.

—Esto será más difícil de lo que pensé… —murmuré.

Me senté en la cama, apretando las sábanas con los dedos. El juego original decía que la heroína aparecería cuando ambas tuvieran quince años. Aún faltaban ocho. Ocho años para que la historia comenzara. Ocho años para prepararme.

Tenía una ventaja. Sabía cada giro de la historia. Cada ruta, cada pasión, cada traición. Conocía a los protagonistas y sus debilidades, sus deseos ocultos, sus cicatrices.

—Tengo que evitar todos los eventos importantes… —me dije en voz baja—. No puedo acercarme a la heroína. No debo enamorar a nadie. No debo causar celos. No debo resaltar.

Era una lista larga de “no debo”, pero no me importaba. Cualquier cosa era mejor que morir como una villana odiada por todos.

Me puse de pie y fui hacia el escritorio de roble en la esquina. Saqué una hoja de papel y una pluma. Si quería sobrevivir, debía organizarme.

Objetivo: Cambiar el destino de Arien Valemira.

Bajo esa frase, comencé a escribir mi plan, dividiendo las ideas por prioridades:

Evitar la trama original.

—No involucrarse con la heroína.

—Ignorar a los tres protagonistas masculinos.

—Mantener un perfil bajo.

Fortalecerme emocional y físicamente.

—Entrenar la espada en secreto.

—Estudiar política, economía y magia (aunque fuera básica).

—Aprender a manipular si es necesario.

Buscar aliados.

—Criados, nobles menores, algún tutor confiable.

—Controlar la información y los rumores.

Descubrir al enemigo en las sombras.

—En el juego, nunca se revelaba quién asesinaba a Arien cada vez que jugaba en la ruta oculta.

—Alguien que la odiaba desde antes del inicio del juego.

—Puede estar en la mansión… o más cerca de lo que creo.

Ganar independencia.

—Conseguir un título o terreno propio.

—Romper la dependencia del ducado Valemira.

Solté la pluma. El papel temblaba ligeramente entre mis dedos. Era solo una niña. Pero dentro de mí había una adulta. Una que ya había vivido una vida. Una que no pensaba morir otra vez sin luchar.

Miré mi reflejo en el espejo. Piel blanca como la nieve. Ojos oscuros como el abismo. Cabello como la medianoche. Hermosa. Misteriosa. Peligrosa. No por naturaleza, sino por decisión.

—No seré la villana de nadie. —Toqué el vidrio con la punta de mis dedos—. Esta vez, el juego es mío.

Me di la vuelta, con el corazón más firme que nunca.

Afuera, la historia seguía su curso. El destino esperaba. Pero yo… ya había decidido cómo escribir el mío.

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