Arde La piel, desaparecen los pensamientos +18

-Capítulo 5-

Luciano se quedó más de lo que pensé.

Al principio solo venía por las tardes, ayudaba a mamá a ordenar sus pastillas, la hacía reír con anécdotas que yo ya había olvidado, y después se quedaba en el porche conmigo, bebiendo limonada mientras hablábamos del pasado como si fuera un lugar al que aún pudiéramos volver.

Con él, todo parecía más liviano.

Tal vez por eso empecé a confiarle cosas que no había dicho en voz alta, cosas como que no me sentía bien conmigo misma, que a veces me despertaba llorando sin saber por qué. Que la casa, con sus paredes viejas y sus pasillos largos, me recordaba a todo lo que trataba de olvidar.

Luciano solo escuchaba, no intentaba curarme, no me decía que todo estaría bien. Solo se quedaba, Y a veces, eso era suficiente.

Pero cuando el sol se iba y las sombras cubrían el ambiente, Luciano se marchaba…

Y Elías aparecía.

Esa noche fue diferente.

Había tormenta, de esas que parecen romper el cielo en dos, Mamá ya dormía. Luciano se había ido temprano, y yo bajé a la cocina por un baso de agua, pero él ya estaba ahí.

Sentado en la mesa, con las luces apagadas, solo una vela encendida que remarcaba la expresión seria con las sombras sobre su rostro, como si también quisiera ocultarse del mundo.

—¿No podías dormir? —pregunté, suavemente.

Él negó, tenía una copa de vino en la mano, me ofreció otra y la acepté.

Nos sentamos sin decir mucho, las gotas golpeaban el techo con fuerza, como si quisieran atravesarlo. Él me miraba de vez en cuando, y yo trataba de no hacerlo… pero fallaba.

—Te vi con Luciano —dijo, al fin.

Tragué saliva.

—Es mi amigo.

—Te mira como si quisiera ser algo más.

—¿Y tú qué quieres que haga? —repliqué — ¿Esperar a que decidas si me odias o me deseas, para poder hablar con otro hombre?

Él soltó la copa con fuerza, no la rompió, pero el sonido me hizo temblar.

—Yo ya decidí Abril, el problema es que no puedo actuar como si no supiera lo que significas.

Nos quedamos en silencio, la tensión era tan espesa que dolía respirar.

Y entonces me acerqué.

No sé quién se movió primero, si fui yo, si fue él.

Tal vez ambos al mismo tiempo, como si estuviéramos condenados a buscarnos en la oscuridad, lo besé, o me besó, no lo sé. Solo recuerdo el sabor a vino, a rabia, a deseo contenido, junto a demasiados sentimientos.

La cocina quedó atrás, las paredes, los relojes, el juicio… todo desapareció.

Me alzó en brazos y me llevó a su habitación, cerró la puerta con el pie, y en la penumbra solo quedamos nosotros. Su cuerpo sobre el mío, su piel contra la mía, el calor, la necesidad, no fue suave no fue cuidadoso, fue real, como si esa fuera la última vez.

Sus ásperas manos me desvestían con rápida torpeza, al mismo tiempo que recorrían mi cuerpo con necesidad de explorar cada zona, hasta la más privada, en la cual solo él tenía permiso de tocar y explorar.

De un momento a otro sus labios dejaron de besarme y comenzaron a recorrer cada centímetro de mi piel, dejando pequeños besos. Saboreo mi cuello, clavícula, bajo lentamente hasta mi abdomen y se perdió en lo más bajo de mi cuerpo.

Dejándome sin aliento cada minuto que pasaba estimulando aquel lugar. Después de retorcer mi cuerpo de placer y quedarme sin aliento de tanto gemir su nombre, el me besó el rostro con delicadeza y una sonrisa que derretía mi corazón, mientras lentamente nos conectabamos de la forma más profunda y sin precaución de ninguna, sin pensar lo que podía pasar, ni lo que pasaría.

Esa noche no pensamos.

Esa noche solo nos tuvimos.

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Al día siguiente.

Luciano apareció con medialunas y un cuaderno viejo lleno de canciones que escribíamos de adolescentes, me hizo reír, me abrazó cuando vio que algo me rondaba la cabeza.

—Estoy aquí para lo que necesites, Abril —me dijo.

Y por alguna razón, le creí.

Tal vez por eso, esa tarde, le conté que sentía que mi vida no me pertenecía, que no podía respirar sin sentir que algo me quemaba por dentro, que me sentía partida en dos, entre el deber y el deseo.

Luciano no preguntó nombres, no juzgó.

Solo me tomó la mano, con su cálida sonrisa, que me traía paz.

Y mientras el mundo giraba allá afuera, yo empecé a entender que lo que sentía con Elías era fuego.

Pero con Luciano… era aire, algo fresco, liviano y pasajero.

Pero el fuego que sentía con Elías atrapaba todo mi cuerpo, quemaba hasta el lugar más profundo de mi cuerpo, me hacía sentir que su tacto era frío y reconfortante sobre mi piel caliente, que se templaba al estar con él.

No solo mi piel ardía cuando estaba con el, si no hasta mis mayores miedos.

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