Rincones Que No Olvidan

-Capítulo 4-

Desde aquella noche en el taller, el aire entre nosotros cambió.

No hablamos de lo que pasó, no lo mencionamos ni con palabras ni con miradas, pero nuestros cuerpos sí lo sabían, como si algo se hubiera encendido de nuevo y no pudiéramos apagarlo, solo aprendemos a movernos entre las brasas sin quemarnos… demasiado.

Pero eso era imposible.

Cada vez que lo cruzaba por la casa, la tensión era insoportable, como si camináramos por una cuerda floja invisible, cada gesto, cada roce accidental, era un recordatorio de lo que no debíamos querer, Y sin embargo, lo queríamos.

Una tarde, lo encontré en la cocina.

Mi madre dormía una siesta en su habitación y yo había bajado a buscar agua, Elías estaba allí, de espaldas, preparando café. Llevaba una camiseta oscura que se le pegaba al cuerpo por el calor, y por un segundo olvidé porque estaba allí.

—¿Quieres? —preguntó, sin girarse.

—Sí —susurré, acercándome.

Me pasó una taza, nuestras manos se rozaron, y lo miré, fue solo un segundo. Suficiente, Sus ojos descendieron a mi boca y luego a mi clavícula, como si tuviera que recordar por qué no debía tocarme.

No dijo nada, pero yo sí.

—A veces desearía que esto no doliera tanto —le dije.

Él apretó la mandíbula, dejó la taza sobre la encimera y se acercó sin que lo pensara dos veces. Sus manos me sujetaron la cintura y me alzó apenas para sentarme sobre el mármol frío, su cuerpo se colocó entre mis piernas, sus labios rozaron mi oído.

—Yo también —susurró.

Y me besó, de nuevo, con hambre, con rabia, con culpa. Sus manos me sujetaban fuerte, como si al soltarme fuera a desaparecer, yo me aferré a su nuca, sin pensar, solo dejándome consumir, Solo ardiendo.

Un ruido en la escalera nos hizo separarnos de golpe.

Mi corazón latía tan fuerte que dolía, el me ayudó a bajar del mesón, se pasó una mano por el cabello e intentó parecer normal. Yo solo podía pensar en el sabor de su boca aún en la mía.

Nos alejamos sin decir más.

Otro día, fue en el lavadero, me encontraba lavando una toalla vieja cuando lo sentí detrás de mí, su mano rozó mi espalda baja y casi se me cae todo de las manos.

—No puedo seguir haciendo esto —murmuró.

—Entonces no lo hagas —le respondí, sin girarme— Pero no me busques para esto.

Me giró de golpe, su rostro estaba a centímetros del mío, no me besó, no me tocó, pero la forma en que me miró me hizo temblar más que cualquier caricia.

—No puedo evitarlo Abril, Tú lo sabes.

Y claro que lo sabía, porque yo tampoco podía.

Así nos movíamos, entre habitaciones, pasillos, silencios, siempre a escondidas, siempre al borde.

Hasta que una tarde, mientras le cambiaba las sábanas a mamá, la puerta principal se abrió de golpe.

—¡Abril!

La voz me sacudió el pecho.

Era Luciano.

Alto, bronceado, con esa sonrisa ancha que siempre había sabido usar para salirse con la suya. El mismo Luciano que fue mi amigo de infancia, que me defendía en la escuela, que me enseñó a andar en bicicleta y me vio llorar cuando murió papá.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, sonriendo sin poder evitarlo mientras él me apretaba en sus brazos.

—Tu mamá me llamó hace unos días, me dijo que habías vuelto… y bueno, ya era hora de que pasara a verte ¿no?

Cuando me solto, su mano se quedó en mi cintura un poco más de lo normal.

Y cuando lo vi saludar a Elías —con respeto, con esa mirada que evaluaba en silencio— sentí algo en el pecho que no supe nombrar.

Tal vez fue culpa.

Tal vez fue miedo.

O tal vez… fue el presentimiento de que lo que había entre Elías y yo, ya no solo era un secreto, ahora también era algo que podía perderse.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play