-Capítulo 2-
No dormí esa noche.
El colchón crujía con cada movimiento y las paredes parecían respirar conmigo, afuera, los grillos cantaban como si todo estuviera en calma, pero por dentro, yo era un caos.
Su sombra desapareció después de unos segundos, pero el efecto fue más duradero. Mi pecho seguía agitado, mi piel se encendía por la memoria de sus manos, de su voz ronca susurrando mi nombre como si fuera un pecado.
No supe en qué momento me dormí. Pero cuando abrí los ojos, la luz del amanecer pintaba la habitación de un dorado tibio, como si el día intentara ser amable, una vez más.
Bajé a la cocina, mamá ya estaba despierta, sentada en la mesa con una taza de té entre las manos, parecía más frágil a la luz del día, su piel, antes rosada y viva, ahora era pálida, casi transparente. Me sonrió, y sentí que tenía que fingir que todo estaba bien, asi que le devolví el gesto.
—¿Dormiste bien? —preguntó.
—Sí —mentí.
Elías apareció en la puerta segundos después, con una camisa gris que dejaba ver sus antebrazos marcados y el cabello aún húmedo por la ducha, olía a jabón y a algo más que siempre me recordó a el, un aroma sutil a Tierra húmeda junto a Leña seca.
Mi madre no lo notó, pero yo sí, la manera en que me miró… Fue un segundo más largo de lo que debía, aunque el contacto visual fuera de unos largo segundos, yo no lo deje de mirar hasta cuando apartó la mirada de mi, un silencio cargado de cosas que no se dicen.
—Voy al taller —dijo, su voz era la misma de siempre, firme, calmada. Pareciera indiferente pero su mirar habla por sí sólo.
—Gracias, Elías —dijo mamá, y él asintió antes de desaparecer por la puerta.
No me miró otra vez, no entonces.
Pasamos el día entre tazas de té, medicamentos y recuerdos que mamá parecía querer revivir conmigo, hablamos de cuando era niña, de las navidades, de mi padre biológico, de cosas que dolían pero que aun asi, necesitaba sentir su nostalgia cargada de tristeza, para no dejar morir esas hermosas memorias.
Pero cuando cayó la noche, y el silencio volvió a invadir la casa, no pude evitarlo. Bajé las escaleras sin hacer ruido, crucé el pasillo con el mayor sigilo posible.
Y lo encontré en el taller.
Estaba arreglando una silla vieja, con las mangas remangadas y la frente arrugada por la concentración, no me vio al principio, solo cuando me acerqué y la madera crujió bajo mis pies, levantó la mirada.
—No deberías estar aquí —murmuró.
—Ya lo sé —dije, y me odié por cómo tembló mi voz.
Elías dejó la herramienta sobre la mesa y se acercó, no me tocó, ni una palabra más, solo sus ojos, fijos en los míos, intensos y rotundos.
—Abril… —dijo, como si fuera un límite, como si mi nombre bastara para decir todo lo que no podíamos decir.
Pero no retrocedí, porque en ese momento supe que no se trataba de no querer.
Se trataba de no poder aceptar lo que sentíamos.
Y yo… tampoco podía.
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Comments
KnuckleBreaker
Quiero saber qué pasa..
2025-04-15
1