A primera hora de la mañana siguiente, el inspector Javier Montero se encontraba nuevamente en la mansión de Helena Valverde. La luz del amanecer se filtraba por los amplios ventanales, iluminando detalles que habían pasado desapercibidos el día anterior.
—Tenemos las grabaciones de las cámaras de seguridad del vecindario —informó Ortiz, entregándole una carpeta—. Y algo interesante: un vehículo negro entró al barrio a las 22:15 y salió a las 23:40. No se ve bien la matrícula, pero por el modelo podría ser un Mercedes Clase E.
Montero asintió pensativo. La hora coincidía con la ventana de tiempo estimada para el homicidio.
—¿Alguno de nuestros sospechosos conduce un vehículo así?
—Carlos Herrera, el socio de Helena. También Fernando Quintero, el empresario que aparece en la libreta.
Montero recorrió nuevamente el despacho donde encontraron el cuerpo. Con la claridad del día, notó un detalle que había pasado por alto: un pequeño destello bajo uno de los muebles. Al acercarse, descubrió un fragmento de cristal.
—Parece parte de un gemelo de camisa —observó, colocándolo en una bolsa de evidencia—. De plata, con una inicial grabada... una "R".
—¿Ricardo Mendoza? —sugirió Ortiz.
—Posiblemente. Pero también podría ser de Roberto Valverde, el hermano del esposo de Helena —Montero frunció el ceño—. Necesitamos reconstruir exactamente lo que ocurrió aquí la noche anterior al crimen.
La respuesta llegó en forma de Dolores, la empleada doméstica, quien acababa de entrar al despacho con una expresión de preocupación.
—Inspector, recordé algo que podría ser importante —dijo nerviosamente—. La noche anterior al... al asesinato, la señora tuvo una fuerte discusión con alguien por teléfono. Después la vi revisando unos documentos que guardó en una caja de seguridad que tiene en su dormitorio, no en esta que está aquí.
Montero intercambió una mirada con Ortiz.
—¿Sabe dónde está exactamente esa caja?
—Detrás del espejo de su vestidor. La combinación... creo que era la fecha de nacimiento de su madre.
Con la orden judicial correspondiente, Montero y Ortiz abrieron la caja fuerte del dormitorio. En su interior encontraron un sobre manila sellado con la palabra "SEGURO" escrita en mayúsculas, varios documentos bancarios y una memoria USB.
—Parece que nuestra víctima se estaba preparando para algo —murmuró Montero, examinando el contenido—. Mira esto, extractos bancarios de una cuenta en las Islas Caimán. Transferencias por montos considerables provenientes de... Industrias Quintero.
—Fernando Quintero —confirmó Ortiz—. El mismo que aparece en la libreta.
—Y hay más. Fotografías de Carlos Herrera reuniéndose con Quintero en un restaurante... correos electrónicos impresos entre ambos... —Montero hojeó rápidamente los documentos—. Todo indica que estaban planeando algo relacionado con la empresa de Helena, algo que ella descubrió.
El teléfono de Montero sonó. Era del laboratorio forense.
—Inspector, tenemos los resultados toxicológicos de la víctima. Encontramos trazas de diazepam en su sistema, no en cantidad letal, pero suficiente para reducir significativamente sus reflejos y capacidad de reacción.
—Fue drogada antes de ser asesinada —concluyó Montero al colgar—. Eso explicaría la falta de signos de lucha. Alguien que ella conocía le ofreció una copa, probablemente el vino del que encontramos restos.
—¿Pero quién?
—Para responder eso, necesitamos reconstruir su última noche con precisión.
Tras revisar las cámaras de seguridad de la de la las calles y entrevistar a los vecinos, lograron establecer una cronología inicial. Helena había regresado a su casa alrededor de las 8:00 p.m. A las 9:30 p.m., un vehículo de una empresa de comida a domicilio había entregado un pedido. Y a las 10:15 p.m., el misterioso Mercedes negro había entrado a la urbanización.
—Necesitamos hablar con el repartidor —ordenó Montero.
El joven repartidor, Miguel Sánchez, recordaba perfectamente la entrega.
—La señora me atendió personalmente, parecía tensa pero amable. Me dio una buena propina —hizo una pausa—. Ahora que lo pienso, mientras esperaba a que firmara el recibo, vi que tenía abierta su laptop con lo que parecían ser fotografías de un hombre. Y había documentos esparcidos sobre la mesa del comedor.
—¿Recuerda algo más? ¿Alguna conversación telefónica, alguien más en la casa?
—No, señor. Aunque cuando me iba, vi un auto estacionándose cerca. Un sedán negro, muy elegante. No vi quién lo conducía.
Esa noche, en la comisaría, Montero convocó a su equipo para revisar toda la información recopilada.
—Tenemos que interrogar nuevamente a todos los sospechosos —declaró, señalando las fotografías en la pizarra—. Helena estaba investigando algo relacionado con su empresa, algo que involucraba a Fernando Quintero y posiblemente a Carlos Herrera. Descubrió algo que la puso en peligro.
—¿Y el fragmento del gemelo con la inicial "R"? —preguntó Ortiz.
—Ricardo Mendoza afirma no haber estado allí esa noche, pero no tiene coartada sólida. Roberto Valverde, el cuñado de Helena, tampoco. Ambos merecen una visita sorpresa —Montero se detuvo un momento—. Y quiero saber más sobre ese "acuerdo" que mencionó Ernesto Valverde con respecto a las infidelidades de su esposa. Parece demasiado conveniente.
Al día siguiente, Montero se presentó en la galería de arte de Ricardo Mendoza. El lugar estaba casi vacío, excepto por una joven que organizaba catálogos en la recepción.
—Buenos días, busco al señor Mendoza.
—No ha llegado aún —respondió la joven—. Es extraño, nunca llega tarde. Le he llamado varias veces pero no contesta.
Algo en su tono alertó a Montero.
—¿Ha notado algo inusual en su comportamiento recientemente?
La joven dudó antes de responder.
—El martes, el día antes del... del asesinato, tuvo una discusión acalorada con alguien por teléfono. Después salió precipitadamente y no regresó en todo el día. Cuando volvió al día siguiente parecía nervioso, alterado.
—¿Escuchó algo de esa conversación?
—Solo fragmentos. Algo sobre "ella no puede saberlo" y "demasiado riesgo".
Montero intercambió una mirada con Ortiz.
—Necesitamos localizar a Mendoza inmediatamente —ordenó.
Mientras salían de la galería, Ortiz recibió una llamada.
—Inspector, acaban de encontrar el Mercedes que buscábamos. Estaba abandonado en un descampado a las afueras de la ciudad. Pertenece a Carlos Herrera, pero él ha denunciado su robo hace dos días.
—Justo antes del asesinato —observó Montero—. Demasiada coincidencia. Que lo procesen inmediatamente, quiero huellas artilares, todo lo que puedan encontrar.
Al llegar al vehículo, los técnicos forenses ya estaban trabajando. El coche había sido limpiado, pero no lo suficientemente bien.
—Inspector, encontramos esto —dijo uno de los técnicos, mostrando una pequeña caja de terciopelo encontrada bajo el asiento del conductor—. Parece un estuche de gemelos... pero está vacío.
Montero examinó la caja. En su interior, el molde indicaba claramente que faltaba uno de los gemelos.
—Y tenemos un gemelo con la inicial "R" encontrado en la escena del crimen —murmuró para sí mismo—. Estamos acercándonos.
De regreso a la comisaría, otra sorpresa los esperaba. Laura Vega, la media hermana de Helena, había solicitado hablar urgentemente con el encargado de la investigación.
—Inspector —dijo, visiblemente nerviosa—, hay algo que no les conté durante el primer interrogatorio. La noche del asesinato, después de la cena benéfica, recibí una llamada de Helena. Estaba alterada, me pidió que fuera a su casa inmediatamente. Dijo que había descubierto algo terrible y necesitaba mi ayuda.
—¿Y fue?
—No —Laura bajó la mirada—. Llevábamos años distanciadas. Pensé que era otra de sus manipulaciones para reconciliarnos. Le dije que hablaríamos al día siguiente... —su voz se quebró—. Si hubiera ido, tal vez estaría viva.
—¿Mencionó qué había descubierto?
—Solo dijo que involucraba a su empresa y que había sido traicionada por alguien en quien confiaba plenamente.
Al salir de la sala de interrogatorios, Montero sentía que las piezas comenzaban a encajar. La última noche de Helena Valverde estaba tomando forma: una mujer que descubre una traición, reúne pruebas, confronta a alguien que considera cercano, y termina pagando con su vida.
—Ortiz —ordenó—, quiero una orden de registro para las propiedades de Ricardo Mendoza. Y localiza a Fernando Quintero. Es hora de que nos explique su relación con la víctima y con Carlos Herrera.
Mientras observaba nuevamente la pizarra con las fotografías de los sospechosos, Montero tuvo una certeza: la respuesta a quién mató a Helena estaba en lo que ocurrió durante sus últimas horas de vida. Y estaba determinado a descubrirlo.
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Comments
Michica Omegavers
muchas gracias 😊 voy a seguir subiendo más capítulos
2025-04-09
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Hector Figueroa
Está bien interesante esta historia del asesinato de Helena
2025-04-09
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