El lunes amaneció con un cielo limpio, despejado, como si el universo quisiera enviarle a Jazmín una señal: era momento de levantar la cabeza. No podía seguir escondiéndose, ni dejar que la sombra de Catalina dominara su espacio, su historia, su identidad.
Despertó al lado de Esteban, como en los últimos días, pero esta vez no sintió temor. Sentía algo distinto, una mezcla entre determinación y coraje. Era hora de mostrarle al mundo quién era. Y sobre todo, quién no.
Esteban la notó distinta mientras desayunaban.
—¿Dormiste bien? —preguntó, mientras le pasaba una tostada.
—Sí. Y estuve pensando.
—¿En qué?
—En que no quiero que me defiendas más vos solo. Voy a hacerlo yo también.
Esteban apoyó la taza en la mesa, sin quitarle los ojos de encima.
—¿Estás segura?
—Más que nunca.
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Al llegar a la oficina, el murmullo fue automático. Las miradas se clavaban como pequeñas agujas, pero Jazmín caminó con la frente en alto. Ya no estaba dispuesta a dejarse achicar por comentarios venenosos ni por prejuicios disfrazados de chismes.
Catalina ya estaba allí. Sentada en la sala de reuniones, como si fuera parte del equipo. Una presencia impuesta, respaldada por su apellido y sus conexiones.
Jazmín cruzó la mirada con ella. Fue un segundo. Pero alcanzó para entender que esa mujer no pensaba detenerse.
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Al mediodía, Jazmín reunió valor y caminó hacia la sala donde Catalina hablaba con algunos directivos. Golpeó la puerta y, sin esperar permiso, entró.
—Disculpen —dijo con voz clara—. Necesito hablar con Catalina a solas.
Hubo un silencio incómodo. Algunos se levantaron de inmediato, sin saber bien qué hacer. Catalina apenas la miró, pero asintió con una sonrisa sarcástica.
Cuando quedaron solas, Jazmín cerró la puerta y se plantó frente a ella.
—¿Qué buscás? —preguntó, sin rodeos.
—¿Eso es todo lo que tenés para decir? —Catalina se recostó en la silla, altiva.
—No. También quiero que sepas que no te tengo miedo. Y que si viniste a ensuciar mi nombre, vas a tener que esforzarte más.
—¿Creés que vas a poder competir conmigo?
—No estoy compitiendo con vos, Catalina. No quiero tu pasado, no quiero tu estilo de vida, no quiero tu veneno. Estoy construyendo algo nuevo, algo que no necesitó de títulos ni de apellidos. Esteban me ama por quien soy. Y eso es algo que no podés soportar.
Catalina soltó una carcajada forzada.
—¿Estás nerviosa?
—No. Estoy lista.
La mirada de Jazmín no se quebró. No se achicó. Y eso fue lo que desconcertó a Catalina. No hubo gritos, no hubo insultos. Solo verdad. Firmeza. Dignidad.
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Horas después, Jazmín caminaba por el pasillo cuando recibió una notificación en su celular: un nuevo artículo en una página de chimentos comenzaba a circular por redes. El título era escandaloso: "La secretaria del CEO: ¿amor verdadero o ambición disfrazada?"
Sintió el estómago retorcerse.
Abrió el enlace. El artículo no solo hablaba de ella con desprecio, sino que incluía fotos personales, malintencionadas, y hasta falsos rumores sobre su padre y su infancia.
Lo primero que hizo fue ir a la oficina de Esteban.
Él ya lo sabía.
—No te preocupes, estoy haciendo lo necesario. El equipo legal ya está en contacto con los medios. Esto va a bajar rápido.
—No. Ya no quiero esconderme. Voy a hablar yo.
—¿Cómo?
—Dame media hora. Quiero grabar algo.
Esteban se quedó en silencio. La miró. Vio en ella algo que lo llenó de orgullo.
—Lo que necesites, estoy con vos.
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Esa misma tarde, con ayuda del equipo de comunicaciones, Jazmín grabó un video sencillo. Frente a una cámara, sin maquillaje, sin adornos, sin escenografía.
Solo ella. Hablando.
—Mi nombre es Jazmín Gómez. Tengo 25 años. Vengo de una familia trabajadora del conurbano. Mi mamá fue enfermera toda su vida, y mi papá manejó un remís durante más de veinte años. No tengo apellidos importantes, ni contactos, ni padrinos. Solo tengo mi historia. Mi esfuerzo. Y mi verdad.
Habló durante cinco minutos. Contó cómo había llegado a la empresa, cómo se había esforzado por estudiar a la par que trabajaba, cómo había enfrentado prejuicios desde siempre. Y cómo, sí, se había enamorado de su jefe. Pero no por su dinero, ni por su cargo, sino por la persona que era cuando nadie lo miraba.
—No tengo que justificar mi relación, pero tampoco me voy a dejar humillar. El amor no debería ser motivo de burla, ni de juicio. A quienes intentan mancharme les digo: no me voy a esconder. No me voy a ir. No me voy a callar.
Cuando terminó de grabar, el silencio fue total.
El equipo aplaudió. Algunos con lágrimas en los ojos. Esteban se acercó y la abrazó, con un orgullo que le desbordaba el cuerpo.
—Sos increíble.
—Solo estoy cansada de que otros cuenten mi historia.
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Esa noche, el video fue subido a las redes oficiales de la empresa. En cuestión de horas, se volvió viral.
Miles de comentarios apoyaban a Jazmín. Mujeres jóvenes, trabajadoras, estudiantes, madres solteras. Personas que se sintieron representadas por su valentía. Por su decisión de plantarse con respeto, pero sin miedo.
Incluso algunos medios que habían replicado la difamación comenzaron a rectificarse. Jazmín Gómez ya no era "la secretaria del CEO". Era una voz. Un símbolo de dignidad.
Catalina, en cambio, desapareció del radar. No volvió a aparecer por la empresa ni a contactarse con nadie. Se hablaba de que su padre había decidido tomar distancia para evitar más exposición. Su intento había fracasado. Y esta vez, no por intervención de un hombre. Sino porque Jazmín había decidido no dejarse vencer.
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Esa noche, Esteban y Jazmín cenaron en la terraza del departamento. Unas velas, un par de copas de vino, y la ciudad de fondo como testigo.
—Estoy orgulloso de vos —dijo él.
—Yo también —respondió ella, con una sonrisa suave—. No me imaginé jamás enfrentando algo así.
—Pero lo hiciste. Con una elegancia que ni la reina de Inglaterra.
Ella rió. Luego se acercó y lo abrazó.
—Gracias por no protegerme tanto esta vez.
—¿Tanto?
—Sí. Necesitaba tropezar para saber que también podía pararme sola.
Esteban la miró, profundamente emocionado.
—No estás sola. Pero me encanta que ahora lo sepas.
Y la besó. Un beso largo, tierno, lleno de respeto y amor. De esos que no borran el dolor, pero lo calman. De esos que prometen sin decir una palabra.
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