3. Elian

El plato roto tenía la misma forma que nuestro aniversario: pedazos irregulares que ya no encajaban. Me arrodillé, como siempre, para recoger los fragmentos, sintiendo el filo contra mis yemas sin inmutarme. La sangre que goteó de mi boca al toser sabía a hierro oxidado, pero no me sorprendió. El médico lo llamaba "úlceras por estrés". Yo lo llamaba síntoma número ocho en la lista de cosas que Damien ya no notaba.

El agua caliente para su baño seguía corriendo arriba. Como todas las mañanas en que volvía oliendo a pecados ajenos.

Me limpié el labio con el dorso de la mano, dejando un rastro carmesí sobre mi piel pálida. Qué curioso, pensé.

Los pedazos de porcelana blanca cayeron como nieve sucia alrededor de mis pies descalzos.

Me agaché lentamente, sintiendo cómo el viejo dolor en las costillas - producto de su último "accidente" durante su celo - protestaba con el movimiento. Recogí los fragmentos uno por uno, notando cómo el borde afilado de uno de ellos dibujaba una línea roja perfecta en mi dedo índice.

Hace tres años esto me habría hecho llorar, pensé.

La sangre en mi boca apareció sin aviso, ese sabor metálico que se había vuelto tan familiar en los últimos meses. La escupí discretamente en el paño de cocina mientras Damien seguía su monólogo.

—Es solo estrés —respondí automáticamente, pasando la lengua por el corte en mi mejilla. Sabía a mentira y a derrota.

El segundo escupitajo de sangre cayó en el fregadero mientras el agua hervía para el café. Rojo brillante contra el acero inoxidable. Tercera mañana seguida, anoté mentalmente.

Me limpié los labios con el dorso de la mano, dejando un rastro carmesí que se mezcló con las cicatrices de viejas mordidas. El espejo del baño principal reflejaba luz—Damien había acabado.

El sonido del agua corriendo en la ducha era tan predecible como el tictac del reloj: se bañaba para eliminar evidencias, salía impecable para el trabajo.

Me serví un café negro. Amargo. Como el sabor de su marca en mi nuca, ahora desvanecida por el tiempo y su desinterés.

El portazo del baño me sobresaltó. Damien emergió envuelto en vapor, una toalla atada en su cintura que dejaba ver muslos marcados por uñas que no eran las mías.

—Voy con los muchachos al club—anunció a mi espalda mientras buscaba en el clóset su traje azul marino—. No esperes...

—Que vuelva temprano. Lo sé —terminé por él, sirviendo su taza de café exactamente como lo prefería: dos azúcares, una pizca de canela.

Sus dedos rozaron los míos al tomar la taza. Ni un escalofrío. Ni un parpadeo. Nada.

El espejo me mostró la escena perfecta: el Alfa impecable bebiendo su café, el Omega ensangrentado apoyado en el mármol. Una parodia de lo que fuimos.

Cuando el portazo anunció su salida, escupí otra bocanada roja en su taza vacía.

El reloj avanzaba.

El frasco de pastillas brilló bajo la luz del refrigerador. Inhibidores de estrés. Mentiras blancas en un frasco de plástico.

Una por una, las arrojé al triturador.

Su gemido mecánico ahogó lo que pudo ser un sollozo.

O quizás solo fue el sonido de otra cosa rompiéndose para siempre.

La sangre seguía brotando entre mis dientes, un goteo constante que manchaba el agua del fregadero.

Apoyé la frente contra el frío cristal de la ventana. El reflejo que me devolvía era el de un extraño: ojos hundidos, labios partidos, el cabello plateado opaco y grasoso por días sin lavarlo bien. A mis pies, el cubo con agua sucia y trapos de limpieza esperaban para ser usados en el siguiente cuarto.

Hace tres años, pensé mientras otra punzada de dolor recorría mi estómago, estaría moliendo los primeros granos de café en "La Hojita Seca". Mis manos, ahora agrietadas por los químicos de limpieza, solían crear arte con la espuma de leche. Damien decía que había quedado hipnotizado la primera vez que me vio dibujar una hoja de otoño en su capuchino.

El dolor en el pecho empeoró cuando tosí, escupiendo otro coágulo en el paño que llevaba en el bolsillo. Gastritis por estrés, decía el diagnóstico. Yo lo llamaba "el precio de creer en alfas que juran amor eterno".

En el cajón más bajo, escondido bajo los trapos viejos, mi viejo delantal de barista guardaba el olor a granos tostados y libertad. Lo desdoblé con manos que temblaban, presionando la tela contra mi cara mientras el dolor en el pecho se hacía insoportable.

Afuera, el cartero pasó silbando. Un sonido tan ajeno a esta casa silenciosa como lo era ahora la felicidad.

Guardé el delantal justo cuando el teléfono vibró. Un mensaje de la clínica: "Recordatorio: revisión anual mañana a las 9 AM".

Una risa seca me escapé. ¿Para qué? A Damien ni siquiera le importaría. Como todo lo nuestro, se había desvanecido en silencio.

Mis dedos manchados de sangre y cloro marcaron sin querer el número que aún sabía de memoria.

—Elian, hijo, ¿estás bien?

Colgué antes de que mi voz pudiera traicionarme. Pero en el espejo sucio de la cocina, mis ojos brillaban con algo que no veía hace años.

Algo que se parecía peligrosamente a esperanza.

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Comments

Maru Sevilla

Maru Sevilla

Muy buenos capitulos, me está gustando mucho /Sneer/

2025-04-04

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Maru Sevilla

Maru Sevilla

Espero con ansias sus nuevas publicaciones

2025-04-04

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