2. Damien

El sol de la mañana se colaba entre las cortinas del VIP como un intruso impertinente, iluminando las botellas vacías y los restos de nuestra aventura nocturna. Me desperté con el sabor del whisky podrido en la lengua y un dolor punzante detrás de los ojos que latía al compás de las risas de mis amigos.

La noche me había llevado a presentar al Omega a mis amigos, él había huido al sentirse rodeado de Alfas, nosotros reímos sabiendo que la noche apenas había empezado.

Mis Lobos ya estaban allí, frescos como si la resaca fuera un invento de betas débiles:

Marcos ocupaba medio sillón con su corpulencia de toro de lidia, los nudillos marcados de cicatrices brillando al mover su copa de bourbon.

Eric jugueteaba con un cubo de hielo entre sus dientes perfectos, las uñas impecables raspando el cristal de su vaso con sonido de advertencia.

Dante, el más joven y cruel, olía a tabaco caro y violencia contenida.

—Miren al cachorro caído —dijo Dante, señalándome con su cigarro—. Hasta aquí llega el aroma.

Todos rieron. Yo intenté incorporarme y el mundo se inclinó peligrosamente.

—Apestas a omega de segunda mano —Eric arrugó la nariz—. ¿No podías elegir uno con mejor pedigree?

El camarero apareció con mi whisky. Lo bebí de un trago, disfrutando cómo quemaba el remordimiento en mi garganta.

—Elian huele a fresas de verdad —la frase se me escapó como un suspiro etílico.

El silencio cayó como un guillotina.

Marcos soltó una carcajada que hizo temblar los vasos.

—¡Por todos los dioses! ¿En serio todavía piensas en ese omega? —su mano, grande como un jamón, aplastó mi hombro—. Un Alfa que llora por un Omega es alguien patético.

Dante encendió otro cigarro, el humo formando coronas sobre nuestras cabezas.

—Te lo dije cuando te casaste: los omegas son como mascotas. Se les da techo y comida, no el corazón.

El segundo whisky sabía a derrota. Mis amigos continuaron su ritual matutino: Dante contando sus conquistas nocturnas, Eric criticando el mercado asiático, Marcos bebiendo como si su hígado fuera de acero. Yo fingí reír en los momentos adecuados.

Pero cuando me levanté para ir al baño, el espejo me devolvió la imagen de un extraño: camisa manchada, pelo revuelto, la sombra de una barba mal afeitada. Y los ojos... Dios, los ojos parecían los de un hombre que ya no reconocía.

Me lavé la cara con agua fría. Las gotas resbalaron por mi cuello, limpiando sal y rastros de pintura labial negra. Pero el olor a vainilla seguía ahí, impregnado en mis poros como un recordatorio de mi caída.

Al regresar, mis Lobos habían reclutado nuevos coristas para su corte: omegas jóvenes, perfumados con esencias caras que no lograban ocultar su ansiedad.

—¡Damien! Ven a elegir tu desayuno —bromeó Marcos, apretando la cintura de un ruborizado omega de cabello azul.

Sonreí. Bebí.

Pero cada sorbo sabía más amargo que el anterior. Después, caminé hacia la salida.

El taxi se alejó dejando un rastro de humo negro que se mezcló con el amanecer gris. Mis manos temblaban aún—no solo por la resaca, sino por el vacío que dejó aquel omega de labios rojos cuando se rió de mí. Volveras con tu dueño, perrito, había escupido antes de desaparecer entre las sombras del club.

La puerta de mi casa crujió al abrirse, sonido que siempre había significado refugio pero que ahora solo amplificaba el zumbido en mi cráneo. El aire cálido del interior me golpeó cargado de un aroma que me partió el pecho: fresas silvestres—el olor de Elian impregnado en cada cortina, cada almohada, cada rincón de este lugar que ya no merecía llamar hogar.

Lo vi antes de que él alzara la vista.

Elian estaba de pie frente al fregadero, sus hombros frágiles dibujándose bajo el suéter de lana que le compré en París.La luz de la mañana se filtraba por la ventana, iluminando su cabello plateado como si estuviera coronado por halos. Mientras sus manos, esas manos que antes recorrían mi cuerpo como una plegaria, restregaban mecánicamente un plato.

Dios mío, qué hermosa ruina había creado.

—Te prepare algo para desayunar— murmuró sin volverse, su voz rasgada por la noche en vela que adiviné en sus ojeras.

El contraste me asfixió: él acomodado mi desayuno favorito mientras yo aún tenía los labios manchados de rímel ajeno.

Avancé tambaleándome, pisando fuerte para disimular cómo el mundo se inclinaba. Elian giró lentamente y su mirada, siempre tan maldítamente perspicaz, bajó hasta mi cuello, donde los moretones del omega del club aún ardían.

Su nariz se contrajo apenas.

—Hueles a...—una pausa, un parpadeo rápido— a humo de cigarro.

Mentira piadosa. Ambos sabíamos que el olor a vainilla barata y sexo sudoroso me envolvía como una segunda piel.

—¿Y qué esperabas?—escupí, arrojando mi chaqueta manchada de whisky al sofá—. ¿Qué volviera oliendo a rosas como tu puto jardín?

Elian retrocedió un paso, su espalda golpeando el borde de la encimera.

—Solo dije que.

—¡No digas nada! —grité, golpeando la mesa con tanta fuerza que los platos recién lavados temblaron—. ¡No me mires con esa cara de mártir! ¡No me des tu maldita compasión!

Mi mano barrió el plato que había dejado preparado para mí. La comida—huevos, tostadas, todo perfectamente dispuesto—voló por los aires antes de estrellarse contra el suelo.

Elian no se inmutó. Solo respiró hondo, sus hombros subiendo y bajando con ese movimiento calmado que siempre usaba cuando yo perdía el control.

El plato que sostenía se estrelló contra el fregadero.

—Solo pensé que... —su voz se quebró en ese tono que antes me hacía caer de rodillas pidiendo perdón. Ahora solo alimentaba mi rabia.

—¡Deja de pensar! —grité, embistiendo la mesa donde había dispuesto el desayuno. Los huevos con chiles que tanto me gustaban volaron por los aires antes de reventar contra la pared—. ¡Deja de fingir que esto todavía funciona!

Elian no retrocedió. Se limitó a mirar el desastre con una calma que me enloqueció.

—Recoge esto —gruñí señalando los huevos escurriendo por la pared como yema y culpa mezcladas—. Y ocúpate de lo que un omega debe ocuparse.

Su suspiro fue tan leve que casi no lo escuché.

—Ire a tomarme un baño—respondi, mientras él se arrodillaba ante los restos de nuestro matrimonio esparcidos por el suelo.

Al subir las escaleras, cada paso resonó como un martillazo en mi conciencia. El espejo del baño me devolvió la imagen de un monstruo: camisa manchada de lápiz labial negro, ojos inyectados de veneno y vergüenza, el olor a traición saliendo de mis poros.

Me hundí en el agua hirviendo, restregándome la piel hasta sangrar, pero ni el jabón más fuerte pudo eliminar los rastros de esa noche.

Y cuando el vapor se condensó en el espejo, escribí con un dedo tembloroso: "Lo siento".

Pero como todas mis disculpas, se desvaneció antes de que alguien pudiera leerla.

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Comments

Bird Blind

Bird Blind

gracias por apoyar el proyecto, espero seguir recibiendo ánimos para seguir motivandome

2025-04-03

0

Maru19 Sevilla

Maru19 Sevilla

Que buenos capitulos, ojalá no tarde en publicar otros/Pray/

2025-04-03

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