Capítulo 2
¡Cristo bendito! El señor Ramon, no lo podía creer, pero, en fin, sin poder para sacar dinero de las cuentas, y de sus negocios, y mucho menos entrar a su casa, lo sacaron con el mero bastón y una maleta. Su dolor fue tan profundo, que no fue capaz de decir nada, le habían empacado una maleta para que se la llevara, pero era tanto su dolor, que la dejo ahí, echo una última mirada con sus ojos aguados a sus hijos y a su casa, y paso a paso se fue alejando, llorando todo el camino.
Recorrió a pie y a su ritmo la ciudad, y en la madrugada, llegó a ese lugar con su vista perdida, y con su corazón roto. Siempre pensaba que al fin y al cabo, todo lo que trabajó y se esforzó, era para ellos, pero realmente nunca pensó que harían eso con él, y que su rencor fuera tan grande, pero, en medio de todo, le agradeció a Dios, por cumplir su promesa, sus hijos ya estaban grandes, a cada uno se le dio su respectiva carrera, y su vida estaba resuelta, en esa parte, se sentía pleno, dolía todo, pero sentía, que ya era momento de descansar, quería silencio, y quería paz, y aunque sonara irónico, en donde estaba actualmente sentía paz y más cuando veía esa cara inocente de a veces ojos grises, o verduzcos o dorados, era raro pero según su temperamento, cambiaban de color, a ese bebito, a ese paquetico envuelto, que, una noche, alguien en un auto lo dejó ahí, tirado en una acera, con duda se acercó, y al abrirlo descubrió que era un bebe recién nacido, quizás de unas horas o un día, todavía colgaba su cordón umbilical, era tan pequeñito, que prácticamente cabía en una de sus manos.
Al principio se asombró, y no podía creer que el ser humano llegara hasta allá, pero, luego sintió, que Dios le daba esa bendición, disfrazada de crueldad, acogió al niño en sus brazos, y desde ahí cuido de él, no fue fácil, pero entre todos, lo ayudaban y así fue creciendo. Su corazón comenzó a sanar con el tiempo, compartir con aquel niño, le daba alegría, calidez, amor, perdón, redención, y sentía que fuera lo que fuera, todo estaba mejor, cuando lo veía. Pensaba que él en algún momento debía tratar de sacar a ese niño de ahí, pero, sentía que moriría si lo hacia él. Le dolía su alma, de solo pensar que tendría que dejarlo en algún lugar, se aseguraba que no le faltara nada “dentro de lo posible”, pero era cierto que necesitaba salir de ahí. ¿Sera que con el pasar de los años, me convertí en un cobarde?, pensaba el señor Ramon, no tenia la fuerza ni la voluntad para dejarlo ir, ¿será que su amor era egoísta?, o realmente, ese niño, ¿se había convertido en la columna vertebral de su existencia? Estaba reuniendo valor, para sacarlo de ahí y dejarlo en el centro de la ciudad, para que las entidades gubernamentales, pudieran hacerse cargo de él, de solo pensarlo, sus piernas flaqueaban, pero ya era hora, su niño crecía, y necesitaba educación de primera mano, era muy audaz e inteligente, así que debía encontrar pronto la forma de cambiarle la vida. Oraba todos los días, para que su valor se fuera restableciendo, y así llevarlo de una buena vez.
Pero, una noche, paso lo que tanto temía, una camioneta gris, con varios hombres vestidos de negro, estaban recogiendo a jóvenes y niños para llevárselos de ese lugar. En uno de esos momentos, alguien cogió a su niño, y entonces don Ramon, comenzó a gritar, los demás que estaban cerca, junto con don Ramon, empezaron a pelear impidiéndoselo llevar, sostenían su cuerpo y no dejaban que lo subieran, se encontraban en una fuerte lucha, pero entonces de pronto comprendió, que quizás esa era la señal que estaba esperando, su niño, tenía la oportunidad de ir a un mejor lugar, de recibir educación, y ser un hombre de bien, así que, se tenía que aprovechar.
Miro a su captor, con los ojos exorbitados, lleno de emociones encontradas le gritó:
_¡Júramelo!, ¡Júrame que lo protegerás, y le darás una buena vida, Júramelo! – su captor lo vio a los ojos, y seriamente asintió, quedando así una promesa. Don Ramon, volteó a ver a sus ayudantes, y todos, entendiendo su decisión, soltaron el cuerpo de su niño, permitiendo que lo suban a la camioneta y viendo los dulces ojos de su niño, se despidió: - Adiós hijo mío, - haciendo que por primera vez el niño hablara y gritara a la vez: ¡Noooooooooo!
El niño se marchó, y el alma y cuerpo de Don Ramon, también esa noche a ese lugar abandonó. En sus últimos momentos, con su cuerpo tendido en el piso, y con su rostro sonriente y agradecido, observando hacia el cielo, exclamó, ¡Vive mi niño, Vive!, Gracias Dios, Gracias mi niño, Gracias Ramón, lo hiciste bien”, cerrando sus ojos y expirando por ultima vez, se dejó ir en paz.
Su corazón no soportó más, y de un ataque al corazón, murió.
Ciertamente el señor Ramon, quizás sintió que había cumplido lo último que había querido hacer, y nada da tanta gratitud y plenitud, que cumplir lo que se promete y saber que todo lo que tenía que hacer, se hizo. Al fin y al cabo, ya nada lo ataba a este mundo.
El señor Ramon. (Un ángel de la guarda, disfrazado de abuelito).
El
Yo era muy joven, pero era muy inteligente, lo poco que la gente hablaba, lo entendía, digamos que a ese punto y en ese lugar, la gente no se comunicaba por la boca, desde la mirada, ahí todo se hablaba, no bastaba más, solo eso, si querías conectar, solo lo veías a los ojos y comprendías todo. No se hablaba, porque no se tenía ganas, porque su dolor era tan fuerte que los consumía por dentro, y otros vivían su propio sueño, su propio idilio de amor, en una burbuja, donde nada era malo y todo lo que había era bueno, por eso, al despertar de ella, chocaban con la realidad y tenían sus arranques de crisis, de pesares, lloraban, se desesperaban, y luego volvían a soñar, era un círculo vicioso.
A los 5 años, alguien llego en una camioneta y me recogió. Como podían los habitantes de los suburbios y en especial el señor Ramón, lo evitaba, lloraba fuerte, y gritaba, ¡júrenme que lo cuidaran, y se los daré, júrenmelo!, y alguien asintió, debido a eso se rindieron, quizá sintieron, que era lo mejor, sea lo que sea que fuera que me esperara, quizás pensaron que era mejor, a lo que estaba presenciando en ese momento, no los culpo, pero, si que me dolió, y por un tiempo estuve resentido. Pero en fin, eso ya pasó.
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