capitulo 19

El campamento aún olía a humo y metal cuando Nix y su grupo comenzaron a reunir lo que quedaba entre los restos. La figura del enviado se había desvanecido como si nunca hubiese estado allí, pero su advertencia seguía resonando en la mente de Nix: "Eryas ya ha puesto su mirada en ti".

Thalos permanecía apartado, dibujando símbolos antiguos en la nieve con la punta de su bastón, mientras murmuraba palabras en un idioma que ni Drystan reconocía. Nix lo observaba de reojo, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar sentido en lo ocurrido.

–¿Qué estás haciendo? –preguntó finalmente, acercándose.

Thalos no levantó la vista.

–Busco rastros de la energía que dejó ese ser –respondió con voz tensa–. Lo que vimos no era humano, Nix. Es magia oscura, la clase que solo un dios antiguo podría otorgar.

Drystan, quien inspeccionaba los cuerpos de los mercenarios caídos, intervino desde el borde del campamento.

–Entonces, ¿es verdad? ¿Eryas está regresando? Pensé que solo era un mito para asustar a los niños.

Thalos levantó la vista bruscamente, su mirada seria.

–Los mitos siempre tienen una semilla de verdad, Drystan. Si este enviado tenía conexión con Eryas, entonces estamos tratando con algo mucho peor que Elara y Kael.

Nix frunció el ceño y se cruzó de brazos.

–Sea un dios o no, sigue siendo una amenaza. Si Eryas está interfiriendo en mi venganza, es porque ellos temen lo que puedo lograr.

Thalos la observó por un momento, y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

–Tu tenacidad es admirable, Nix, pero no subestimes las sombras. Si realmente quieres enfrentarlo, tendrás que entender sus reglas.

Nix arqueó una ceja.

–¿Y cómo propones que haga eso?

–Debemos encontrar el Altar de los Ecos –respondió Thalos–. Es un lugar antiguo, un puente entre nuestro mundo y el de los dioses. Allí podremos obtener respuestas… si sobrevives a las pruebas.

Un Nuevo Camino

El grupo abandonó el campamento al amanecer. La nieve había cesado, y el sol naciente iluminaba las montañas como si intentara borrar las huellas de la batalla anterior. Pero Nix sabía que la calma era solo superficial; su enemigo estaba cerca, observando cada paso que daba.

–¿Qué sabemos sobre ese altar? –preguntó Nix mientras cabalgaban por el estrecho sendero hacia el valle.

–No mucho –respondió Thalos, que montaba a su lado–. Se dice que está escondido en las profundidades del Bosque de Hylian, un lugar donde las fronteras entre el mundo de los vivos y los muertos son delgadas.

Drystan, quien cabalgaba un poco más atrás, se rió entre dientes.

–Por supuesto, un bosque maldito. Porque nada puede ser sencillo en esta travesía.

Nix le lanzó una mirada de advertencia, pero no pudo evitar que una sonrisa casi imperceptible cruzara su rostro. Drystan siempre encontraba la manera de restarle peso a la situación, algo que, aunque nunca admitiría, ella comenzaba a apreciar.

–Maldito o no, necesitamos respuestas –dijo Nix con firmeza–. Elara y Kael no son más que peones en este juego. Si un dios está detrás de ellos, debo saber por qué.

Las palabras resonaron en el grupo, y el silencio cayó de nuevo mientras continuaban su marcha.

El Bosque de Hylian

Llegaron al Bosque de Hylian al caer la noche. Desde la distancia, parecía un mar de sombras, con árboles tan altos y retorcidos que el cielo quedaba completamente bloqueado. El aire era denso y tenía un aroma extraño, a tierra húmeda y flores marchitas.

–Esto no es un lugar común –murmuró Drystan, bajando del caballo y desenvainando su daga–. Algo nos observa.

Nix sintió lo mismo. Era como si el bosque respirara, como si cada sombra se moviera apenas fuera del alcance de su vista.

–Manténganse juntos –ordenó Nix, desenfundando su espada–. No nos detendremos hasta llegar al altar.

Thalos avanzó al frente, su bastón brillando tenuemente con runas verdes que iluminaban el camino.

–Recuerden, el bosque juega con la mente –advirtió Thalos–. No crean todo lo que ven o escuchan.

Sus palabras fueron casi proféticas. A medida que avanzaban más profundo en el bosque, voces comenzaron a susurrar entre las ramas. Eran suaves al principio, como el viento, pero luego se hicieron más claras.

–Nix... Nix... ¿Por qué nos abandonaste?

La voz era familiar. Demasiado familiar.

Nix se detuvo en seco, su corazón latiendo con fuerza. Frente a ella, una figura comenzó a materializarse entre las sombras: Kael. Su traidor esposo la miraba con una sonrisa amarga, su armadura brillante y sin una mancha de sangre.

–No estás aquí –murmuró Nix, apretando la empuñadura de su espada–. No eres real.

–¿Seguro? –respondió Kael con una voz burlona–. Quizás esto sea solo un sueño, Nix. Quizás siempre has sido tú quien falló.

Las palabras golpearon algo profundo en su interior. Por un instante, la duda comenzó a filtrarse en su mente. Pero entonces, una voz diferente la sacudió.

–¡NIX! ¡NO LE ESCUCHES!

Era Drystan. Se abalanzó hacia la figura de Kael y lanzó su daga. La ilusión se rompió en mil pedazos, y el bosque pareció rugir en respuesta.

–Te lo dije –dijo Thalos, acercándose–. El bosque juega con tus miedos.

Nix respiró hondo, recuperando el control.

–No volveré a caer en esas trampas –dijo con determinación–. Sigamos.

El Altar de los Ecos

Finalmente, después de lo que parecieron horas, el grupo emergió en un claro. En el centro se alzaba una estructura antigua y maciza: el Altar de los Ecos. Estaba cubierto de runas brillantes que pulsaban lentamente, como si el altar tuviera su propio latido.

–Hemos llegado –murmuró Thalos, maravillado–. Este lugar lleva siglos esperando.

Nix avanzó hasta el altar, su corazón latiendo con fuerza.

–¿Qué debemos hacer?

Thalos la miró con seriedad.

–Debes tocarlo. Pero prepárate, Nix. El altar te mostrará la verdad que buscas... aunque no sea lo que quieres oír.

Nix asintió. Lentamente, extendió su mano y tocó la fría superficie de piedra.

Un rugido ensordecedor llenó el aire, y una luz cegadora la envolvió. Cuando abrió los ojos, no estaba en el bosque. Se encontraba en un lugar oscuro y sin tiempo, y frente a ella, una figura apareció entre las sombras.

Era una criatura alta, con ojos rojos como brasas y una sonrisa cruel.

–Finalmente nos encontramos, reina caída –dijo la voz gutural de Eryas, el dios de las sombras–. Te estaba esperando.

Nix apretó los dientes, enfrentando aquella presencia sin apartar la mirada.

–Entonces prepárate –susurró con voz firme–. Porque también yo vengo por ti.

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Omaira Taborda Gómez

Omaira Taborda Gómez

Nix es una mujer muy valiente

2024-12-22

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