capitulo 6

Un mes después.

Luca

El día había comenzado como cualquier otro. Mi hermano Marco había estado corriendo por la casa, molestando a todos, como siempre. Estaba acostumbrado a su caos. Yo, por otro lado, estaba en mi mundo, dándole vueltas a mi cabeza, pensando en todo lo que no entendía. Y, por si no fuera suficiente, ese día fue el día en que mi padre decidió que íbamos a tener una charla. Una de esas charlas que no te dejan respirar.

La casa estaba tranquila, mi madre en la cocina y Marco haciendo ruido en el jardín. Fue entonces cuando mi padre apareció en la sala. Su rostro estaba serio, y su presencia pesaba en el aire, como si estuviera esperando algo. Yo sabía lo que venía, y aunque lo había intentado ignorar durante meses, no podía dejar de sentir esa presión que me aplastaba.

—Luca, tenemos que hablar —dijo con esa voz que siempre usaba cuando iba directo al grano.

Me tensé un poco, aunque intenté que no se notara. Me senté en el sofá, con una sonrisa que apenas lograba mantener.

—Claro, papá. ¿Sobre qué?

Mi padre se sentó frente a mí, cruzando los brazos. Su mirada era fija, como si estuviera esperando que finalmente me diera cuenta de lo que él había planeado para mí desde siempre.

—Sabes que espero que sigas mis pasos —dijo, sin rodeos—. La abogacía es lo que tú deberías hacer. Es un camino seguro, un camino exitoso. Es lo que quiero para ti, y lo que necesitas. Ya es hora de que te pongas serio.

Sentí una especie de peso en mi pecho, una presión que no sabía cómo manejar. ¿Cómo podía explicarle que no sabía qué quería hacer con mi vida? ¿Cómo podía decirle que no me sentía preparado para seguir un camino que no elegí, un camino que parecía estar marcado desde el momento en que nací?

—Lo sé —respondí, tratando de mantener mi tono relajado, como siempre—. Pero, papá, aún no estoy seguro de que eso sea lo que quiero. No sé si quiero ser abogado. ¿Y si no es lo mío? No quiero hacer algo solo porque tú lo dices.

Mi padre frunció el ceño, y por un momento, sentí que había decepcionado algo en él. Siempre esperaba más de mí. Siempre había dicho que yo era “el hijo que podría ser algo grande” y ahora parecía que no estaba cumpliendo con esas expectativas.

—No entiendes, Luca —dijo, la voz más baja ahora, pero cargada de frustración—. Yo solo quiero lo mejor para ti. Quiero que tengas éxito, que seas alguien importante. No quiero que te quedes atrapado en el aire, buscando un propósito sin rumbo.

Yo podía ver que le dolía verme dudoso. Pero lo que no entendía era que, a veces, la vida no es tan clara. No todos tenemos las respuestas tan rápido. Yo no sabía qué quería hacer, ni siquiera tenía una pista. No sabía si quería ser un abogado, un músico, un artista, o algo completamente diferente. Solo sabía que, en ese momento, no estaba listo para tomar decisiones tan grandes. Y, aún peor, no quería hacer algo solo porque se esperaba de mí.

—Entiendo lo que dices, papá —respondí, sintiéndome agotado, como si cada palabra estuviera siendo sacada a rastras de mi boca—. Pero necesito tiempo. Necesito encontrar algo que realmente me apasione.

Mi padre suspiró y se levantó. Estaba claro que no estaba contento con mi respuesta. Sin embargo, no dijo nada más. Solo se fue, dejando un vacío en la sala, un silencio denso que me aplastaba el pecho.

Me quedé ahí, mirando la nada, preguntándome por qué no podía ser como él quería. ¿Por qué no podía saber con certeza lo que quería hacer, lo que debía hacer? No era fácil ser el hijo del abogado exitoso que esperaba que yo fuera igual. La presión que sentía cada vez que me hablaba sobre el futuro era abrumadora. Mi vida parecía ser una serie de decisiones ya tomadas, y yo estaba atrapado, sin saber cómo salir.

[...]

En ese momento, decidí salir a tomar aire. Me dirigí hacia la casa de al lado, donde vivía Danara. Había algo en ella que me hacía sentir menos presionado. Cuando estaba cerca de ella, todo parecía un poco más sencillo. No tenía que explicar nada. Solo podíamos hablar y reír, como si no importara lo que el mundo esperaba de mí. Por un rato, solo podía ser Luca. Y a veces, eso era lo único que necesitaba.

Al llegar a su casa, vi que estaba sentada en el jardín, dibujando, como siempre. Me acerqué con una sonrisa, intentando olvidar la charla con mi padre, al menos por un momento.

—¡Hola, Danara! —grité mientras me acercaba.

Ella me miró con esa expresión que tenía cuando no sabía qué esperar de mí, pero algo en su mirada era diferente. Había algo más suave en ella, algo que me invitaba a quedarme. No me dijo nada, solo me sonrió levemente, y en ese instante, su sonrisa fue todo lo que necesitaba.

—¿Qué tal? —preguntó, su voz tranquila.

—Todo bien, solo un poco cansado —respondí, tratando de mantener la fachada. Pero, por dentro, no me sentía bien. No podía dejar de pensar en la conversación con mi padre.

Nos sentamos juntos en el jardín, sin decir mucho más. A veces, las palabras no eran necesarias. A veces, solo estar en el mismo lugar, en el mismo momento, era suficiente.

Miré a Danara y me di cuenta de algo. Tal vez no tenía que tener todo resuelto. Tal vez solo tenía que seguir mi propio camino, aunque no supiera exactamente cuál era aún. A su lado, sentí que las cosas no tenían que ser tan complicadas.

Y aunque no sabía qué me deparaba el futuro, en ese momento, con el sol poniéndose lentamente, sentí que podía dejar de preocuparme por un rato. Y eso, por alguna razón, me hizo sentir un poco más libre.

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