capitulo 5

Danara

No me gusta que me interrumpan. Es algo que nunca me ha gustado. Siempre he preferido mi espacio, mis momentos de calma, sin demasiadas distracciones. Y ahí estaba él de nuevo, Luca. Como un torbellino de energía, irrumpiendo en mi pequeña burbuja de paz. Es extraño cómo siempre aparece en el momento menos esperado, como si no pudiera quedarse quieto ni un minuto más. Hoy fue otro de esos días.

Había decidido sentarme afuera, en el jardín, como siempre, a dibujar. Era mi manera de desconectar del ruido del mundo. No necesito mucho más. Un lápiz, un cuaderno y el sol suavemente calentando mi piel. Pero cuando escuché su voz, no pude evitar suspirar. Mi tranquilidad se escurrió como agua entre mis dedos.

—¡Hey, Danara! —gritó como si estuviéramos en medio de una carrera, sin medir el volumen de su voz. Como si el mundo entero tuviera que saber que él estaba ahí, en ese preciso momento.

Lo vi saltando hacia mi jardín, casi como un niño. Sin pensar, sin preocuparse por nada. De inmediato, el caos se hizo presente. Sentí que mi pequeño rincón de paz comenzaba a desmoronarse.

Lo vi acercarse, su rostro lleno de esa expresión energética que me hacía preguntarme cómo podía ser tan... diferente. Diferente de todo lo que conocía, de todos los que conocía. Siempre tan rápido, siempre tan enérgico. No se detenía a pensar, a medir las cosas. Solo hacía, y ya.

—¿Sabías que las piedras pueden ser cápsulas del tiempo? —me dijo, mostrando una roca como si fuera el hallazgo más grande de la historia. Intenté no reírme, pero la sorpresa me hizo sonreír en silencio. ¿Realmente pensaba que eso era algo... importante? ¿Una roca común y corriente?

Me sentí tonta por no entender su entusiasmo. Yo, que siempre tenía la cabeza llena de pensamientos, de preocupaciones, de cosas que podrían pasar... Y él, que solo se dejaba llevar por la corriente. Era como si viviera en un mundo aparte, donde las piedras y las risas sin razón eran la base de todo.

Me miró como si esperara una reacción, pero lo único que sentí fue una especie de incomodidad. ¿Cómo podía él estar tan seguro de todo? ¿Tan seguro de sí mismo? ¿Tan seguro de que debía hacer ruido, de que debía llamar la atención? Yo, en cambio, pasaba mis días sumida en mis propios pensamientos, esperando que el mundo no me notara mucho.

—¡Mira! —me dijo, señalando al cielo como si fuera un niño pequeño—. ¡Es un día perfecto para hacer cualquier cosa! ¡Cualquier cosa que se nos ocurra! Podemos ir al parque, o a la tienda, o hacer locuras. ¡Vamonos a correr por ahí! ¡A descubrir algo que no sabemos qué es! ¿Te imaginas?

¿Locuras? ¿Correr por ahí? No entendía nada de lo que decía. Me gustaba la tranquilidad. Me gustaba quedarme en mi mundo, en mi rincón, con mis pensamientos. Las "locuras" no eran para mí. A veces me pregunto si alguien como él entendería eso. No es que no quisiera ser libre, o aventurera, o espontánea... es que no sé cómo hacerlo. No sé cómo dejar de ser quien soy.

—¿Sabes qué? —me dijo de nuevo, acercándose con una sonrisa en su rostro—. Te apuesto a que si te subes a esta cerca conmigo, vas a ver el mundo de una forma totalmente diferente.

Lo miré, un poco sorprendida. ¿Subirme a la cerca? No tenía idea de lo que eso significaba. Me sentí incómoda solo de pensarlo. Yo no soy como él. No soy el tipo de persona que hace cosas sin pensarlas dos veces, que actúa sin miedo. No soy impulsiva. Soy... ¿rara?

Me quedé callada un momento, pensando. Mi cuerpo quería moverse, hacer algo, hacerle frente a esa energía suya que me envolvía. Pero mi mente, esa maldita mente que siempre está llena de dudas, me frenaba.

—No puedo —dije finalmente, sin levantar la vista. —No puedo hacer esas cosas.

Y ahí fue cuando lo vi. Esa expresión en su rostro, como si no entendiera mi respuesta, como si no pudiera creer que no quisiera hacer algo tan sencillo como subirme a una cerca. Y, de alguna manera, me sentí... pequeña. Tal vez era porque él veía la vida como algo lleno de oportunidades, sin miedo a equivocarse, sin miedo a fallar. Y yo, yo siempre tenía miedo de lo que podría pasar si me equivocaba. Si todo se caía a pedazos.

Él se alejó un poco, dejándome en paz, pero su energía seguía flotando en el aire. No me dijo nada más, pero su presencia seguía ahí, en la esquina de mi mente. ¿Por qué no podía ser más como él? ¿Por qué no podía dejarme llevar por el momento, por la locura de vivir sin pensar?

Tal vez nunca lo entienda. Tal vez nunca seré como él. Pero, de alguna manera, eso no me molestaba tanto como antes. Quizás, solo quizás, una pequeña parte de mí quería un poco de su mundo.

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