Cap. 1

Soy Sofía Fuentes, una estudiante universitaria de 21 años, y hoy es uno de esos días normales en mi rutina. Me levanto temprano, emocionada por ir a la universidad y ver a mi mejor amiga, Valeria. Mientras me alisto, no puedo evitar sentir esa mezcla de nervios y anticipación que siempre me embarga cuando voy a clases.

Valeria y yo nos conocemos desde la escuela secundaria y, a pesar de que ambas hemos tenido nuestras propias luchas y momentos difíciles, siempre hemos logrado apoyarnos mutuamente. Cuando estamos juntas, es como si nada más importara; nuestras risas y complicidad logran borrar cualquier rastro de preocupación o tristeza.

Al llegar al campus, me encuentro con el típico panorama: estudiantes rezagados, algunos bostezando mientras tratan de mantener los ojos abiertos, y la profesora de turno intentando captar nuestra atención sin mucho éxito. Es una rutina que me desconcierta a veces, pues no logro entender cómo algunos de mis compañeros parecen tan desinteresados en las clases. Pero, de alguna manera, Valeria y yo encontramos la forma de sacarle el jugo a cada materia, incluso a aquellas que parecen más aburridas.

Cuando por fin suena el timbre que anuncia el final de la jornada, siento un inmenso alivio. Corro hacia la parada del autobús, ansiosa por llegar a casa y poder relajarme. Durante el trayecto de regreso, me permito desconectarme un poco, escuchando música en mis auriculares y observando el paisaje urbano a través de la ventana.

Al llegar a mi hogar, me encuentro con un ambiente tranquilo. Mis dos hermanos andan cada uno por su lado, inmersos en sus propias actividades. Aunque no solemos expresar abiertamente nuestros sentimientos, sé que nos queremos mucho. Más bien, somos una familia reservada y, a veces, hasta un poco fría. Pero, en el fondo, sabemos que podemos contar el uno con el otro.

Después de almorzar, me retiro a mi habitación para hacer mis tareas y escuchar música. Me encanta este momento de soledad, en el que puedo sumergirme en mis pensamientos sin interrupciones. Sin embargo, mientras reviso mi lista de reproducción, me tropiezo con una canción que me recuerda a mi antigua relación amorosa. Una ola de tristeza me embarga, pero trato de no dejar que esos recuerdos me consuman.

Decido cambiar de canal y, en su lugar, me pongo a ver una película de terror. Me gusta la sensación de adrenalina y el escape que me brindan este tipo de cintas. Aunque, para mi sorpresa, termino cambiando a una película romántica, lo que nuevamente aviva esos sentimientos de nostalgia.

Pero no permito que ese estado de ánimo me dure mucho, pues mañana será el último día de la semana y me iré de viaje con mi familia a visitar a mis abuelos en Londres. La emoción por este viaje me llena de energía y me hace olvidar, al menos temporalmente, los altibajos emocionales del día.

Al amanecer, los rayos del sol se filtran por mi ventana, despertándome con un sentimiento de anticipación. Bajo al comedor y veo a toda mi familia reunida, listos para iniciar un nuevo día lleno de posibilidades. Esta vez, siento que nada podrá empañar mi buen humor.

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