El sol estaba en su punto más alto cuando Valentina se encontraba trabajando en el viñedo, supervisando la cosecha. Había pasado gran parte de los últimos ocho años construyendo y manejando el negocio de la familia, transformando los viñedos en una operación próspera y reconocida. Mientras observaba a los trabajadores recolectar las uvas, su mente no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con Leonardo unas semanas antes. Habían intentado encontrar un terreno común, pero la verdad era que sus diferencias seguían siendo abismales.
Valentina se quitó el sombrero de paja y se secó el sudor de la frente, observando con satisfacción el progreso de la cosecha. Sin embargo, una nube de preocupación ensombrecía su mente. Sabía que debía confrontar a Leonardo de nuevo, esta vez con una decisión más firme.
El sonido de un coche que se acercaba por el camino de grava llamó su atención. Valentina entrecerró los ojos para ver quién era. El coche negro y elegante era inconfundible; Leonardo había llegado.
Cuando el coche se detuvo, Leonardo salió con su característico porte seguro. Su presencia dominaba el lugar, pero esta vez Valentina no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió hacia él, decidida a poner fin a su situación.
—Leonardo —dijo, intentando mantener la voz firme y calmada.
—Valentina —respondió él, mirándola con una mezcla de curiosidad y desdén—. ¿Qué sucede? ¿Por qué me has llamado aquí?
—Necesitamos hablar —dijo ella, señalando una mesa de madera bajo una pérgola cubierta de enredaderas—. Por favor, toma asiento.
Leonardo la miró por un momento antes de acceder. Ambos se sentaron, el aire lleno de tensión.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó Leonardo, cruzando los brazos.
—Han pasado ocho años desde que nos casamos —comenzó Valentina, sus ojos fijos en los de él—. En ese entonces, yo era una niña ingenua, prácticamente una adolescente de diecisiete años. Pero ya no soy esa niña desabrida. Ahora soy una mujer de veinticuatro años que sabe lo que quiere.
Leonardo arqueó una ceja, claramente intrigado pero sin perder su postura arrogante. —¿Y qué es lo que quieres, Valentina?
—Quiero el divorcio —dijo ella, sin rodeos.
El rostro de Leonardo se endureció al instante. —¿El divorcio? —repitió, incrédulo—. ¿Te has vuelto loca?
—No, Leonardo. Estoy completamente cuerda. Quiero terminar con este matrimonio que nunca debió ser —respondió Valentina, manteniendo su mirada fija en él.
—Eres una mujer casada —dijo él, con un tono de advertencia en su voz—. Me debes respeto.
Valentina se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con determinación. —¿Respeto? —dijo, casi riendo amargamente—. ¿Y tú, Leonardo? ¿Dónde estuvo tu respeto hacia mí? Me dejaste aquí, en el viñedo, mientras tú te convertías en la comidilla de la sociedad con tus conquistas y tus fiestas. No soy una niña tonta, y ya no estoy dispuesta a soportarlo más.
Leonardo se levantó de un salto, furioso. —¡Esto es ridículo! —exclamó—. No te daré el divorcio, ni en sueños.
Valentina también se levantó, enfrentándolo con valentía. —No te estoy pidiendo tu permiso, Leonardo. Te estoy informando de mi decisión. Quiero iniciar una nueva vida, tener una verdadera oportunidad de ser feliz. Y eso no incluye estar atrapada en un matrimonio sin amor contigo.
—Eres mía, Valentina —dijo Leonardo, su voz baja y peligrosa—. Llevas mi apellido y eso conlleva una responsabilidad. No puedes simplemente desecharlo.
—Ya no tengo diecisiete años, Leonardo. He cambiado. Soy una mujer de veinticuatro años que merece algo mejor que esto. Mereces encontrar a alguien que te haga feliz y yo merezco lo mismo.
Leonardo la miró con una mezcla de furia y algo más, algo que Valentina no pudo identificar. De repente, dio un paso hacia ella y la tomó por los hombros, atrayéndola hacia él. Antes de que pudiera reaccionar, la besó con fuerza, un beso lleno de rabia y posesión.
Valentina luchó por liberarse, finalmente empujándolo con todas sus fuerzas. —¡No me toques! —gritó, limpiándose los labios—. ¡Esto es exactamente lo que quiero dejar atrás!
Leonardo la soltó, respirando con dificultad. —Nunca te daré el divorcio, Valentina —dijo, su voz llena de veneno—. Eres mía, y siempre lo serás.
Y con esas palabras, se dio la vuelta y se marchó, dejándola temblando de ira y frustración.
Reflexión en Soledad
Valentina se quedó en la viña, observando cómo el coche de Leonardo se alejaba. Sentía una mezcla de emociones intensas: ira, dolor, y una determinación renovada. Sabía que conseguir el divorcio no sería fácil, pero no podía renunciar a su búsqueda de la felicidad.
Se dirigió a su pequeño despacho en la casa principal del viñedo y cerró la puerta. Necesitaba un momento para calmarse y pensar en sus próximos pasos. Mientras se sentaba frente a su escritorio, recordó todas las noches solitarias, las cenas vacías y los momentos en los que se había sentido invisible. Este era su momento para reclamar su vida.
Decidida, tomó una hoja de papel y comenzó a escribir una carta a su abogado. Detalló su deseo de divorciarse de Leonardo, explicando sus razones con claridad y firmeza. Sabía que esto sería un proceso largo y complicado, especialmente dado el carácter obstinado de Leonardo, pero estaba lista para luchar por su libertad.
Apoyo Inesperado
Al día siguiente, Valentina decidió buscar apoyo en alguien que siempre había estado a su lado, su amigo de la infancia, Marco. Marco había sido su confidente durante años y conocía bien la situación que ella había vivido.
—Marco, necesito hablar contigo —dijo Valentina, llamándolo a su despacho.
Marco entró, su rostro mostrando preocupación al ver la expresión seria de Valentina. —¿Qué sucede, Valentina?
—He decidido pedir el divorcio a Leonardo —dijo ella, observando su reacción.
Marco asintió lentamente. —Sabía que este día llegaría. Estoy contigo, Valentina. ¿Cómo puedo ayudarte?
Valentina sintió un alivio inmenso al escuchar sus palabras. —Necesito apoyo legal y también emocional. Leonardo no aceptará esto fácilmente.
—Lo sé —respondió Marco—. Pero tienes derecho a buscar tu felicidad. Haré todo lo que pueda para ayudarte.
El Encuentro Decisivo
Unas semanas después, Valentina recibió una llamada de su abogado informándole que había conseguido una cita para discutir el divorcio con Leonardo y sus representantes legales. La reunión se llevaría a cabo en una oficina en la ciudad.
Valentina llegó al lugar con una mezcla de nervios y determinación. Al entrar en la sala de conferencias, vio a Leonardo sentado al otro lado de la mesa, rodeado de sus abogados. La miró con frialdad, su expresión dura como una roca.
—Valentina, ¿estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó su abogado, a su lado.
—Sí, estoy segura —respondió ella, manteniendo la mirada fija en Leonardo.
La reunión comenzó, y Valentina presentó su caso con calma y claridad. Habló de los años de abandono emocional, de la falta de respeto y de su deseo de comenzar una nueva vida. Los abogados de Leonardo intentaron refutar sus argumentos, pero Valentina se mantuvo firme.
Finalmente, Leonardo se inclinó hacia adelante, su rostro una máscara de furia contenida. —Esto no cambiará nada, Valentina. No te concederé el divorcio.
—Eso lo decidirá el juez —respondió Valentina con firmeza—. Pero ten por seguro que no me rendiré.
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Comments
Ester Ayala F
claro es tuya porque tú lo dices, pero con quien has estado todos estos años.....porque no creo que haya estado con duchas de agua fria
2024-08-23
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Maigualida Ramirez
ese hombre es un imbécil machista hijo de la gran p...ta ese desgraciado
2024-06-27
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