Valentina estaba sola en la habitación de la caseta al lado del viñedo. El día había sido largo, y la noticia de su embarazo seguía resonando en su mente. Cerró los ojos, intentando procesar todo lo que estaba sucediendo. Necesitaba una charla consigo misma, un momento de reflexión para entender sus propios sentimientos.
Se recostó en el sillón, mirando el techo. Los recuerdos comenzaron a aflorar, cada uno más claro que el anterior. Recordó la primera vez que vio a Leonardo Bianchi. Era una niña de 17 años, llena de sueños y esperanzas. Él, por otro lado, ya era un hombre hecho y derecho, con un porte imponente y una mirada que podía derretir a cualquiera.
Desde ese momento, Valentina había quedado cautivada por él. Siempre lo había visto como un príncipe azul, alguien que vendría a rescatarla de la monotonía de su vida. Sus sentimientos por él eran profundos, aunque nunca había tenido el valor de expresarlos abiertamente. Siempre había temido su rechazo, su indiferencia.
—Leonardo... —murmuró, sintiendo un nudo en la garganta—. Siempre fuiste mi sueño imposible.
A medida que pasaban los años, esos sentimientos no habían desaparecido. A pesar de todos los desaires y la distancia que Leonardo había puesto entre ellos, Valentina nunca había dejado de amarlo. Cada gesto suyo, cada palabra, había sido un cuchillo en su corazón, pero también una razón para seguir adelante, esperando que algún día él pudiera verla como algo más que una carga.
Recordó las noches solitarias en el viñedo, cuando se sentaba bajo las estrellas y soñaba con una vida diferente. Soñaba con Leonardo, con su risa, con su calidez. Soñaba con una vida en la que él la amara tanto como ella lo amaba a él.
—Siempre fuiste mi debilidad —susurró, sintiendo las lágrimas correr por sus mejillas—. Pero nunca dejé de amarte.
Valentina respiró hondo, tratando de calmarse. Había pasado tanto tiempo esperando, tanto tiempo aguantando las burlas de los demás. La gente la veía como la esposa abandonada, la mujer que había sido desairada por su propio marido. Cada comentario, cada mirada de lástima, había sido un recordatorio constante de su situación.
Pero ahora, las cosas eran diferentes. Estaba embarazada, y eso cambiaba todo. Leonardo había mostrado interés, había dicho que quería intentarlo de nuevo. Pero, ¿podía ella realmente confiar en él? ¿Podía olvidar todo el dolor y darle una nueva oportunidad?
—¿Qué debo hacer? —se preguntó en voz alta, sintiendo el peso de la decisión sobre sus hombros—. ¿Puedo arriesgarme a amarlo de nuevo?
Sabía que sus sentimientos por él no habían cambiado. Siempre había estado enamorada de Leonardo, incluso cuando él la trataba con indiferencia. Pero ahora, las cosas eran diferentes. Ya no era una niña ingenua. Era una mujer de 24 años, fuerte y decidida. Sabía lo que quería, y lo que quería era ser feliz.
—Me merezco ser feliz —dijo con determinación—. Me merezco una vida plena y llena de amor.
Valentina cerró los ojos y respiró hondo. Sabía que la decisión no sería fácil, pero también sabía que no podía seguir viviendo en el pasado. Tenía que enfrentar su futuro, un futuro que ahora incluía a su hijo.
—Tengo que ser fuerte —se dijo a sí misma—. Tengo que tomar las riendas de mi vida.
Con esa determinación, Valentina se levantó del sillón y se dirigió a la ventana. Miró el viñedo, su viñedo, y sintió una oleada de orgullo. Había construido algo maravilloso con sus propias manos, algo de lo que podía estar orgullosa. Y ahora, tenía que construir una nueva vida para su hijo, una vida llena de amor y felicidad.
—Leonardo —susurró, mirando hacia el horizonte—. No sé qué nos depara el futuro, pero estoy dispuesta a enfrentarlo. Por nuestro hijo, por nosotros.
Valentina sabía que el camino no sería fácil, pero también sabía que estaba lista para enfrentarlo. Era una mujer fuerte y decidida, y nada ni nadie la detendría en su búsqueda de la felicidad.
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