Capítulo 4

Esa noche dormimos juntas en una habitación, la casa tenía tres cuartos, uno de su abuela, otra de Arón y una vacía que era de sus padres que nunca se había usado hasta ahora así que Karla y yo compartimos cama en esa habitación. Cuando nos quedamos solas ella preguntó que tiempos creía que pasaríamos allí, ya que mi sueño de conocer a los humanos había sido cumplido era mejor regresar a casa y estar seguras, no le gustaba para nada estar rodeada de ellos.

Yo, en cambio, quería más, necesitaba saber más de ellos antes de regresar a casa, aunque también estaba intrigada por el chico de ojos color miel, Arón. Este me intrigaba y deseaba conocerlo mucho más.Dormimos al rato de oír sus pros y contra de estar rodeadas de humanos. No nos pusimos de acuerdo ella quería regresar lo más pronto posible, pero la convencí de que se quedara un poco más.

Al amanecer nuestras heridas ya estaban sanas, no había mucho rastro de ellas. Al despertar la abuela tenía un rico desayuno y su nieto estaba dándole de comer a los animales, nos había dejado material para curar muestras heridas, fingimos hacerlo un poco después del desayuno para no levantar sospechas.

Nuestra estancia allí se prolongó bastante, sin darnos cuenta ya estábamos involucradas en las labores de la casa, en la atención al ganado, en todo. Por las mañanas yo ayudaba en casa y la pequeña huerta, Karla se encargaba del trabajo pesado, pastoreo y los otros animales. Arón recolectaban leña, ordeñaba y hacia un rico queso el cual pretendía vender en la ciudad Esmeralda cuando tuviese una cantidad considerable.

Bajo nuestro cuidado todo comenzó a prosperar. La casa fue sanando y tomando un aspecto limpio y nuevo. Fue gracias a un hechizo para mejorar su madera. La huerta estaba con la mejor cosecha vista hasta ahora, Karla y sus animales no se quedaban atrás, las ovejas habían sido castradas varias veces ya. Había gran variedad de productos para vender en la ciudad.

Arón y su abuela no lo podían creer, atribuían su fortuna a nosotras, a nuestra llegada. En parte así era, pero no lo podíamos afirmar. Las tardes eran el mejor momento del día para mí, Arón y yo siempre salíamos a dar una vuelta por el lugar. Me mostraba cosas nuevas de allí y disfrutar de su compañía era mi parte favorita. Como su casa era apartada de las otras se podía decir que estábamos prácticamente solos allí.

Íbamos de pesca, a recolectar frutos. A pasar un rato juntos. Cada vez éramos más cercanos. Karla, en cambio, estaba cada vez más disgustada de permanecer allí, para ella era aburrido, extrañaba su hogar y los suyos, seguía sin confiar en los humanos. No regresaba por mí, de no ser por mi ya ella estuviera en casa.

Nunca sentí interés de besar a nadie en los labios, pero desde que lo conocí no saco esa idea de mi mente. Se que nuestra relación no podría durar mucho y es mejor que no se diera, hay muchos contra, el mayor de todos que los humanos envejecen muy rápido, diferentes a nosotros. Pero no me importa, deseo besarlo con cada fibra de mi ser.

Así la hice, fue sin previo aviso. Lo besé una tarde en la que nos encontrábamos juntos en el río. Él estaba frente a mí charlando despreocupado, yo era incapaz de oír lo que decía, solo pensaba en besarlo y así lo hice. En mi comunidad no existe eso de la pureza, la virginidad, ni la moral. Cada cual es libre de hacer lo que le plazca y esas emociones son cotidianas, sin censura en nosotros, pero al ver su asombro noté que para ellos no era así.

Recuerdo que una vez mi padre tenía tres novias y ninguna se molestaban entre si, ellas también tenían otras parejas. La bigamia es común en nosotros, aunque en este caso no quisiera compartir a Arón con ninguna otra chica. Para mi sorpresa él respondió el beso, fue intenso y me hizo sentir eufórica y deseosa de mucho más.

El como todo caballero de su época y tiempo freno su hombría, pero reconoció que deseaba desde el primer momento en que me conoció ese beso. Desde ese momento nos convertimos en prometidos, Karla solo miraba desde un rincón, preguntándose hasta dónde llevaría esto y yo no podía dejar de amarlo.

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