Bajo el manto de la noche, nos arrastramos hacia el campamento de 'La Hermandad de Fuego'. A través de los oscuros matorrales, podíamos vislumbrar las luces danzantes de su base. El aleteo de nuestras capas en la brisa nocturna era el único sonido en el aire tenso. Cada uno de nosotros llevaba la seriedad de la misión en nuestros corazones (nerviosa anticipación).
Como entidades efímeras, nos deslizamos con fluidez y maestría entre las sombras, nuestros movimientos calculados y sigilosos para evitar el más mínimo roce que delatara nuestra presencia. Como sombras en la oscuridad, nuestros cuerpos se deslizaban con agilidad junto a las impenetrables sombras de los centinelas, rozando apenas los cabellos de sus cueros cabelludos, mientras nuestros corazones latían en synchronizedn con el pulso del peligro.
Nuestra estrategia era meticulosa y precisa: infiltrarnos en la base enemiga, sin dejar ningún rastro de nuestra presencia, desactivar los sistemas de seguridad y sabotear la maquinaria que permitía el funcionamiento de aquel lugar oscuro y corrupto. Cada paso era cuidadosamente planificado y ejecutado, cada herramienta y artilugio en nuestras manos tenía una función específica para llevar a cabo nuestro cometido.
Sin embargo, el destino, caprichoso e impredecible, decidió intervenir en nuestros planes. En un instante de traición silenciosa, nuestras sombras fueron descubiertas. El agudo canto de las alarmas resonó a través del aire, rompiendo el silencio nocturno con su llamado penetrante. Un coro cacofónico de sonidos metálicos y sirenas estridentes creó un éxtasis ensordecedor, que rápidamente truncó el delicado equilibrio entre el sigilo y el caos.
El pandemonio se apoderó de aquel rincón oscuro. El clamor de las alarmas se fundió con los gritos y maldiciones de los guardias, el sonido de los disparos y los pasos apresurados resonaban en los corredores. Lo que había sido un entorno tranquilo y pacífico se transformó en un teatro de calamidades, donde el peligro acechaba en cada esquina y la adrenalina afilaba nuestros sentidos.
Con los corazones latiendo en un frenesí de emociones, nos vimos obligados a adaptarnos al repentino caos que nos rodeaba. La fluidez de nuestros movimientos se transformó en ágiles y desesperados intentos de preservar nuestra misión y nuestras vidas. La oscuridad que una vez nos protegía ahora era un obstáculo, desafiando nuestras habilidades para movernos sin ser vistos y aumentando la tensión palpable en el aire intoxicado por el sonido del conflicto.
En medio de aquel torbellino de caos y peligro, luchamos por encontrar un camino hacia la salvación. Nuestros sentidos agudizados absorbieron cada detalle, cada oportunidad para escapar de aquel laberinto de desorden y advertirnos mutuamente del peligro inminente. Nuestro espíritu resiliente y nuestra determinación inquebrantable nos impulsaron a resistir y buscar una salida en medio del caos desenfrenado.
Atrapados en aquel escenario donde el fracaso podría significar nuestra perdición, nos aferramos a nuestra misión y a la esperanza de escapar incólumes. La claridad mental y la toma de decisiones rápidas se convirtieron en nuestro mejor recurso en aquella oscura hora de la incertidumbre. Con frialdad y precisión, continuamos luchando, guiados por la convicción de que nuestra determinación, astucia y valentía podrían superar incluso los obstáculos más desafiantes.
La lucha fue violenta y rápida; cada uno de nosotros estaba arriesgando todo para proteger a los demás. De alguna manera, logramos hacer un rápido pillaje de equipo antes de que la insostenible situación nos obligara a huir. Fue una retirada desencantada de lo que debería haber sido una victoria.
Retornamos a la aldea esperando un respiro, solo para encontrarla incendiada, pisoteada por la fuerza devastadora de la 'Hermandad de Fuego'. Casas calcinadas, huertos arrasados, el horror de la escena nos golpeó como un puñetazo en el estómago (el rostro pálido y lleno de indignación).
A pesar de la gran diferencia de número, no nos quedamos quietos. Luchamos con todas nuestras fuerzas, derramando sudor y sangre por el suelo sagrado de la aldea. Pero contra una marea de acero y fuego que la Hermandad desató, nos vimos obligados a retroceder (mira a los lados, buscando una salida).
Finalmente, nos encontramos refugiados en una cueva, lejos del campamento enemigo y de la aldea en ruinas. Ahí estábamos, casi desarmados, exhaustos, mirándonos mientras la realidad caía sobre nosotros (en voz baja, casi inaudible). Hemos perdidos... aunque solo sea por ahora.
La noche cayó completamente, y con ella un velo de desánimo y desesperación. La pregunta "¿Y ahora qué?" permaneció sin respuesta, flotando en el vacío de la cueva, tan oscura y profunda como nuestros sentimientos (se sienta con las espaldas apoyadas contra la fría pared de piedra de la cueva).
Fue un llamado de atención, un recordatorio de que en cada camino que tome el viajero, habrán momentos de pérdida. Pero con cada capítulo que se cierra, una nueva puerta se abre. El próximo seguramente estará lleno de nuevos desafíos y, esperamos, triunfos redentores. Esta jornada aún no ha terminado y aún quedan historias por ser contadas.
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