«El tren es tan ruidoso que no me deja concentrarme en lo único que se me da bien: odiar a mis malditos padres. Me abandonaron en una iglesia, obligándome a ser una puritana de nacimiento, una «niña de Dios», una imbécil buena únicamente para hacer la mierda que me ordenan sin rechistar. De lo contrario, se cernirá sobre mí un castigo divino, que es más una oportunidad perfecta para que los pastores y hermanas de la iglesia protestante caguen sobre mí todas sus malditas frustraciones. En cuanto a lo que sí puedo estar totalmente centrada, es al agarre que no mengua nunca sobre mi brazo derecho, de la chica que siempre me ha sido fiel, mi querida Sara».
Sara, recostando su cabello negro sobre el hombro de la pequeña niña a su lado mientras que no suelta la mano de la misma, practica a bocaquiusa una canción de pop que escuchó no hace mucho.
Unos días atrás, la iglesia de la cual estas niñas provenían, junto a un grupo inmenso de infantes, fue desolada por la guerra que cayó como un rayo donde se encontraban: de improvisto, destruyendo todo de un solo golpe.
Están en este momento en un tren bastante viejo y falto de fuelle, pero cumplidor; en camino a su siguiente refugio, el cual prometía no ser tan estricto y poco condescendiente contrario a la anterior infernal iglesia.
De alguna manera era de alegrías para los niños que sus anteriores cuidadores hayan muerto en el ataque, debido al rencor acumulado de años de maltratos tanto psicológicos como físicos al cual fueron sometidos días eternos. Asimismo, había quien sentía un poco de pena por cierta persona, la hermana Milai, quien era la encargada de sanar las heridas de los niños. La mujer de unos cincuenta años cuyas arrugas aún estaban lejos de manifestarse, no era ni siquiera una enfermera, solo hacía aquello que le parecía lo correcto, y aunque su único método de curación eran hielos, sal, y hojas amargas, para los niños era calor maternal y el dulce cuidado que siempre anhelaron. Aunque ser castigado era horroroso, muchos se refugiaban en la imagen de que la hermana Milai, quien era su ángel de la guarda, los arrullara luego del castigo inmerecido. No era «Dios» su protector, ni los ángeles, ni ninguna de esas entidades ficticias a los cuales le temían únicamente porque de no hacerlo así se llevarían una paliza; su única figura de consuelo era una mujer, ordinaria, con la especialidad de que sabía repartir cariño a todo aquel que se lo pedía. Esta pequeña santa para los niños, murió, penosamente, junto a los otros integrantes de la iglesia, cuando intentaba sacar a todos los niños posibles de la estructura en llamas que se derretía a pedazos.
«Esa fue la única vez que perdí algo que me importaba». Con pensamientos impropios de una niña de diez años, la pequeña de ojos amatistas y de tez tan blanca que rosaba el albinismo, contemplaba el cielo despejado con algunas nubes salteadas a través de la ventana del vagón. Observó a su derecha la cabeza de Sara en su hombro, una niña ordinaria poco agraciada y tímida a niveles ingentes, y pensó en ese momento en la posibilidad de perderla al igual que pasó con la hermana Milai. No, eso no puede suceder, no lo permitiría ni en otra vida.
—¿Sara?
—¿Um? —Sara respondió sin separar los labios y miró hacia aquella niña tan blanca como la leche.
—No he visto que hayas comido en todo el viaje, ¿no te gusta lo que hay?
—Puedo comerlo, pero… —La pausa que daba a entender que el mensaje no había sido terminado, era interpretado correctamente por la chica de ojos morados como una negativa—. ¿Luz, a ti te gusta?
—Necesitamos comer, así no nos guste —Tanto a Luz como a Sara se les enseñó eso de mala gana en el refugio eclesiástico. No pueden negar que los feligreses tenían razón en eso. Dudan, eso sí, si se trata de una bendición divina; más la suerte de comer, aunque sea algo insípido, es algo que deben agradecer.
En tanto estas dos hablaban, un grupo de chicos a su alrededor mantenían una conversación basada en… ¿En qué se basan las conversaciones de un niño? Ni aunque les preguntes te darán una única respuesta, así que ni lo intentes. Un momento hablan de muñecos y al siguiente de política, aunque no la entiendan en lo mínimo. Actualmente, los niños se hallan hablando sobre lo lindas o feas que son las montañas; es más una discusión. Y los niños reían al ver las montañas tratando de encontrarles alguna figura graciosa, cuando en eso sus semblantes cambiaron al unánime.
Sara levantó la cabeza inmediatamente al sentir como un silencio funerario se diseminaba por todo el vagón, alertando también a Luz. Ambas se dieron cuenta de la escena y miraron en la dirección que dictaminaban los ojos perturbados de sus compañeros. Advirtieron entonces la llegada por las montañas de aviones. Eran a penas puntitos en el cielo, pero sabían todos que en segundos se convertirían en lo más grande que pueden imaginar sus pesadillas. Luz abrazó a Sara y esta respondió el abrazo. Cerraron los ojos.
Segundos más tarde todo había estallado: fuego y vahos de humo por todas partes, las sacudidas del tren descarrilándose y los vagones empujándose unos a otros, los gritos de grandes y peques que se entretejen en una sola armonía desesperada alzada al firmamento con la esperanza de que un salvador los escuche.
Después de dar tumbos y estrellarse con los demás niños dentro del vagón, Sara y Luz se levantan del suelo que ahora era una de las paredes del vagón. Comenzaron a quejarse de los golpes y a llorar, cosa inevitable que todos hicieran. Sara estaba sangrando por el hombro cortado por vidrio y Luz no podía controlar el dolor de su pierna derecha; todo el cuerpo les duele, pero esas eran las peores cosas que les había pasado. Estaban llorando por ello cuando miraron alrededor: el volcado vagón era un lienzo vivo de sangre, huesos rotos y sobresalidos, hematomas que segundo a segundo han de ponerse peor, y un desmembramiento. Los alaridos de verdadero sufrimiento acallaron los sollozos por los leves golpes sufridos por las dos pequeñas; así que, en perspectiva, a ellas no les había ocurrido nada.
Después de estar un momento analizando la escena, Luz decide una ruta de escape. Con dificultad escala por las sillas del vagón hasta la ventana que ahora se encuentra apuntando al cielo, y sale a través de esta con cuidado de no cortarse con los vidrios rotos, cosa que no logra porque igual terminó rasguñada en las manos y pantorrillas.
Sara la sigue de cerca, pero le es casi imposible seguirle el paso a Luz, por lo que cae en su primer intento. Luz desde arriba le dice que lo vuelva a intentar, que siga su ejemplo, pero la niña fracasa una segunda vez.
En ese momento, otro chico que vio cómo Luz había subido, imitó sus movimientos, alcanzando la cima en cuestión de segundos; cosa fácil para un chico de quince años. Él era el más grande del grupo, el que se supone es el líder de esa manada, más al ver que no podía ayudar a los demás, simplemente se rinde al instante y se va buscar una manera de como bajarse del tren.
Sara lo intenta una tercera y cuarta vez, pero vuelve a caerse.
Para este punto, Luz ya no le decía como debía subir: estaba desesperada porque a pesar de que Sara seguía sus instrucciones, su cuerpo dos años menor que el de ella no tenía las fuerzas suficientes para la tarea, mucho menos al estar tan golpeada.
Luz estaba perdiendo la fe en que Sara pudiera sola, y al ella no poder ayudarla, estaba ya a punto de desistir y largarse. Sin embargo, otra vez vio a Sara intentarlo, y no pudo apartar la vista; realmente quiere que Sara lo logre, puesto es lo último con valor que le queda. Sara mete sus manos entre los asientos y los piecitos entre las hendiduras de los espaldares, y entonces se le ocurrió quitarse los zapatos para que sus pies tengan un mejor agarre, lo cual fue acertado, y esta vez subió más alto que la última vez, llegando a estar tan solo a unos centímetros de agarrar la mano de Luz.
—¡Salta! —Gritó Luz.
—Pero me puedo caer…
—¡Salta, salta, salta! ¡¡SALTAAA!!
La súplica vehemente de Luz le hizo entender a Sara que, fuese lo que fuese que estuviese ocurriendo allí afuera, su última oportunidad era esa: saltar y tener un cincuenta por ciento de probabilidad de sobrevivir, o no hacerlo y estar segura de su destino.
Su corazón se aceleró al ver la expresión de terror de Luz, lo cual inyectó adrenalina en sus escuálidos músculos y se abalanzó al brazo débil que era su única esperanza de vida. Milagrosamente el agarre fue firme y un solo jalonazo fue suficiente para que Luz pusiese a Sara sobre sus brazos. Solo después de salir, notó Sara el estruendo de los bombarderos aproximándose mientras atacan, y comprendió la urgencia de Luz. Esta última se encargó del resto. Luz saltó del vagón directamente al suelo a una altura de cinco metros o más con Sara entre los brazos, aterrizando sobre los pies con cero daños y echando a correr a más no poder.
El ataque llegó a su anterior posición milésimas después, destruyendo los restos de los vagones en su plenitud, dejando solo llamas y la reiterada destrucción. Afortunadamente, los ataques solo se limitaron al tren, y no pasaron nuevamente a por los que huían.
La destrucción fue dejada atrás por las rápidas piernas de Luz que no mermaron esfuerzos en ningún momento, alejándose lo más que podían.
Corrió Luz con Sara en brazos hasta que no pudo más, hallándose las dos solas a orillas de un rio y una miríada de árboles. Sara se bajó de los brazos de Luz y la abrazó, importándole un carajo que esta se encontrase sudorosa e hiperventilando.
—Gracias… —Sollozó.
—Tu salvadora personal está presente —La vanagloria era fundamentada, dado que en ocasiones múltiples Luz ha sacado de apuros a su pequeña amiga, a quien podría considerar más como una hermana menor.
¿Por qué no huyó antes y esperó hasta los últimos instantes para salvar a su amiga? ¿Acaso importa más lo que es importante para uno que la vida misma? ¿Qué sentido tendría morir por lo que te importa, si puedes vivir y perderlo y encontrar otra cosa que pueda ser tu norte? Aunque esas preguntas no se las hacía de manera puntual, sí que había en su mente ciertos pensamientos similares. Es una lucha interna entre lo que más le importa y la autopreservación, con ambas cosas queriendo el primer lugar en la prioridad de Luz.
Reflexionaba abrazada a Sara cuando escuchó chapoteo rio abajo, y divisó un grupo de personas que atravesaban el rio a través de un vado. Echó mano pues Luz de Sara y la obligó a ir a su ritmo para alcanzar aquel grupo; estaba cansada, pero seguía teniendo más vitalidad que su amiga. Al alcanzarles los escuchó diciendo:
—¡Los hijos de puta pasaron tres veces! No querían ni dejar a los niños vivos, cabrón, ¡Ni a los niños!
Estas y más exclamaciones del mismo tema se alzaban, como una queja en contra del mundo en sí. Las niñas no tardaron en encontrar su lugar en aquel grupo, junto a otros niños que eran guiados por algunos pocos adultos que se preocupaban por ellos. Aunque dicha ayuda fuese dada solo por compromiso socio moral, es una ayuda que los niños agradecerán más adelante…, si es que llegan a la madurez.
El mundo sumido en la guerra, una que fue posible porque la naturaleza ya no da abasto para sostener a tantas personas viviendo simultáneamente, y nadie quiere ceder lo poco que se produce sintéticamente o lo casi nulo que aún el planeta da. El agua, la madera, los metales básicos… todo escasea. No hay persona viva que no haya experimentado el hambre, como tampoco existe quien no conozca a alguien que haya muerto de sed. Hasta los más ricos no están exentos de esto. Tal vez los elitistas sean los únicos que hayan tenido la suerte de contar con tres platos al día los últimos once años, pero dicho juicio es solo eso, un tal vez.
Las personas empiezan a experimentar la deshumanización por las aberrantes circunstancias, y son pocos, realmente pocos, los que se preocupan por los ancianos, los niños, y por los enfermos. Aún existen algunas ayudas internacionales, pero a cada hora que pasa las probabilidades de ser atendidos por una de estas entidades humanitarias se reducen.
Lo más probable es que aquel lugar al cual se dirigían Luz y Sara ya no exista, y lo que les depare el destino es totalmente desconocido.
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Comments
❊Andy Munf
Qué capítulo tan despiadado y, al mismo tiempo, cargado de esperanza.
2024-01-03
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