El reino de Feliá era un lugar vibrante, vasto y lleno de vida, con más de tres millones de habitantes distribuidos en sus tres grandes ciudades: el Norte, el Este y la Ciudad Central. Cada una tenía un propósito único y un papel crucial en la estructura del reino.
Rodeado por altos muros de piedra de 10 metros, Feliá estaba protegido no solo por la arquitectura de sus defensas, sino también por un innovador sistema mágico. Torres de vigilancia se alzaban cada 500 metros a lo largo de las murallas, cada una guarnecida por entre tres y cinco soldados que vigilaban día y noche. Bajo la base de cada torre, incrustados en el suelo, brillaban cristales rojizos, reliquias mágicas que podían detectar amenazas en un radio de 800 metros, ya fueran monstruos o enemigos humanos. Cuando estos cristales se activaban, su brillo se intensificaba y emitían una señal que alertaba a los soldados, quienes rápidamente usaban dispositivos de comunicación mágica para movilizar a las tropas.
Las ciudades del reino no eran menos impresionantes.
La Ciudad del Norte albergaba una de las mejores academias de magia, junto con los portales de teletransportación que conectaban a los reinos vecinos.
La Ciudad del Este era el hogar del gremio de aventureros, donde las razas convivían en un ambiente lleno de camaradería y desafíos constantes.
Finalmente, la Ciudad Central, corazón del reino, se erguía como un núcleo de comercio y política, donde se encontraba el mercado más grande, el castillo de la reina y un estadio dedicado a los combates. Allí se celebraban torneos que atraían a los luchadores más hábiles, aunque casi siempre eran mujeres quienes dominaban las competencias.
A las afueras del reino, bosques espesos, ríos cristalinos y campos de cultivo pintaban un paisaje bucólico. Los granjeros cultivaban trigo, arroz y vegetales, mientras los animales pastaban tranquilamente. Entre tanto, aventureros y mercaderes cruzaban las carreteras buscando fama, fortuna o, a veces, simplemente una nueva vida.
Albert Stronger y Celia viajaban en un carruaje que avanzaba lentamente por el camino de piedra hacia la imponente entrada del reino de Feliá. Después de más de tres horas de viaje, la ciudad del Este finalmente apareció ante sus ojos. Los muros se alzaban como guardianes inquebrantables, con una gran puerta de metal de más de diez metros de alto.
Al acercarse, la puerta comenzó a abrirse con un crujido profundo. Diez guardias con armaduras relucientes se apostaban en la entrada, alertas ante cualquier posible amenaza. De entre ellos, una figura destacaba: una caballera de cabello rubio bajo un casco plateado. Su armadura era impecable, decorada con grabados elegantes que señalaban su alto rango.
El carruaje se detuvo, y la mujer avanzó con paso firme hasta el cochero. Su voz, clara y autoritaria, rompió el silencio:
"Indiquen sus propósitos y muestren el pase de autorización".
El cochero, con calma, respondió:
"El joven maestro Albert Stronger, de la familia Stronger, viene de visita. Aquí está el pase, señorita caballero".
Al escuchar el nombre, un destello de sorpresa cruzó los ojos de la caballera, aunque su expresión se mantuvo profesional.
"¿Albert Stronger?" —murmuró, como si aquel nombre despertara un recuerdo olvidado.
La caballera tomó el pase y, tras inspeccionar, se dirigió al carruaje. Cuando abrió la puerta, sus ojos se encontraron con los de Albert, y por un instante pareció vacilar. Su mirada fría tembló, y un rubor leve coloreó su rostro antes de apartar la vista rápidamente. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y regresó con los guardias.
Albert la observó, desconcertado.
"¿Qué acaba de pasar?" —murmuró, mirando a Celia, quien parecía igual de confundida.
Mientras caminaban hacia la calle principal que conectaba con la Ciudad Central, Albert, distraído mientras caminaba en una calle solitaria, chocó accidentalmente con un hombre. Cayó al suelo de golpe, y un leve dolor se extendió por su espalda.
"¡¿Qué te pasa, chico?! ¿Estás ciego?!" —tronó la voz de un hombre corpulento.
Albert alzó la vista y vio a tres individuos: un guerrero musculoso con una espada a la espalda, un lancero con ojos afilados y un arquero con una expresión burlona. Todos tenían el porte típico de aventureros, y sus miradas estaban cargadas de hostilidad.
"L-lo siento" —se disculpó Albert rápidamente, intentando evitar problemas.
Pero el guerrero sonrió con malicia.
"¿Crees que una disculpa es suficiente? Vas a pagar por esto, ¿verdad, chicos?"
"Claro" —respondió el arquero, riendo.
"Ja, ja, chico, será mejor que cooperes" —añadió el lancero.
Albert apretó los puños, sintiendo cómo la ira comenzaba a sustituir su nerviosismo.
"¿De qué demonios están hablando?"
Antes de que los aventureros pudieran responder, la atmósfera cambió drásticamente. Un aura roja empezó a emanar de Celia, quien se mantenía en silencio detrás de Albert.
"¡Esto es malo!" —pensó, sabiendo que si Celia perdía el control, las cosas podrían terminar muy mal.
Con Celia en brazos, Albert volvió la vista hacia los tres aventureros. Ahora estaban tirados en el suelo, desmayados, con expresiones de puro terror.
"Bueno, parece que no fueron un desafío después de todo" —dijo Albert con sarcasmo.
Entonces notó algo: las bolsas de monedas que los aventureros llevaban atadas a sus cinturas. Miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los observaba, y rápidamente recogió las bolsas. Al sacarlas en su anillo dimensional, una sonrisa traviesa apareció en su rostro.
"Considérense multados por causar problemas".
Con un último vistazo a los hombres inconscientes, se giró y comenzó a caminar hacia una posada cercana, cargando a Celia.
Después de explicar a la recepción que Celia solo necesitaba descansar, Albert consiguió una habitación sin más preguntas gracias a su apellido. Una vez dentro, la acomodó en la cama y se sentó en una silla cercana, mirando el reloj en la pared. Era mediodía, pero sentía como si hubiera pasado un día entero.
Mientras la miraba, su mente volvió a la misión. Había logrado evitar el desastre, pero sabía que no podía confiar en la suerte para la próxima vez.
"Necesito volverme más fuerte, y rápido" —murmuró para sí mismo.
Albert salió de la habitación decidido a conseguir lo que buscaba: un pergamino para formar un contrato con un espíritu. Sabía exactamente dónde buscar.
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Comments
shora_ryuuka shoyo
Estoy tan contenta de haber encontrado esta novela ¡sigue asi! 👍
2023-11-08
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