El Santuario I.

Estoy maldito.

Desde los cinco años he podido ver cosas que solamente unos cuantos pueden ver.

El nombre coloquial es "fantasma".

Son lo que queda de un ser humano cuando su vida llega al final.

Sus sentimientos, sueños y aspiraciones.

La mayoría son inofensivos. Solo están confundidos y desaparecen después de un corto periodo de tiempo.

Pero algunos deciden quedarse y causar problemas.

Los Exorcistas se encargan de ellos antes de que puedan causar algún daño grave.

Con una habilidad como esta una vida normal no es posible.

Es un don raro incluso entre aquellos que viven en el mundo de lo profano.

Así que mi vida es bastante solitaria.

Mi rutina es mayoritariamente nocturna, por lo que durante las horas de escuela suelo dormir.

Pero no me quejo, mis necesidades están satisfechas.

Lo único que tengo que hacer es entrenar y no meterme en problemas.

Si me cruzo con alguno de ellos lo que hago es simplemente ignorarlos y seguir mi camino.

El Exorcista o Mago más cercano se encargará de ellos. Aunque, generalmente siempre es mejor el primero.

De esa manera puedo mantener un perfil bajo, como me lo recomendó mi tutora.

Después de dormir un par de horas salgo al parque local a correr un poco. El sol se está metiendo.

Cuando llego a la intersección me encuentro con una multitud.

Algún accidente debió de haber ocurrido. Una patrulla y una ambulancia están detenidas al lado de un automóvil.

Un par de oficiales intentan mantener bajo control a la multitud mientras dos paramédicos suben la camilla a la ambulancia.

Sobre ella hay un cuerpo cubierto por completo con una sábana blanca.

En medio de todo está una chica en su uniforme escolar.

Su mirada fija en el suelo.

Nadie, ni la multitud, ni los oficiales, ni los paramédicos, notan su presencia.