El Santuario IV.

Annette

No hay nadie...

Hugo

Sí. En estos momentos deben de estar...

Me cuesta trabajo terminar la frase.

Hugo

Esperemos a que regresen.

Busco un lugar donde nadie pueda verme a un costado de la casa y me siento.

Destapo la botella.

Annette

Eso se sintió muy extraño...

Annette

Como si de repente me estuvieran apretando por todos lados.

Hugo

Si quieres puedes esperar dentro, después de todo es tu casa.

Annette

Pero no tengo llaves.

Hugo

No las necesitas. Simplemente camina hasta la puerta y entra a través de ella.

Annette me mira un poco confundida antes de entender lo que acabo de decirle.

Se dirige a la puerta de su casa y durante un par de minutos se queda parada de pie frente a ella.

Entonces de repente se avienta hacia adelante y desaparece hacia el interior de la casa.

Durante un par de horas todo permanece en calma.

Pero alrededor de las doce de la noche llega un taxi del cual se bajan una mujer y un niño de aproximadamente diez años de edad.

Ambos lloran desconsolados mientras se abren camino a la puerta.

A medida que pasa la noche más gente llega. Familiares y amigos que van a acompañar a la familia en estos momentos de duelo.

Me pregunto si debería quedarme o irme. No creo que vaya a pasar nada, pero quizás sea prudente esperar a Annette.

Así que me acomodo en mi lugar, entre los botes de basura de uno de los vecinos, para observar la casa.

Cuando llega el amanecer una carroza funeraria se estaciona frente a la casa.

Un señor dialoga con el empleado de la funeraria mientras sacan un féretro del vehículo.

El rostro de cansancio y los ojos irritados por el llanto hacen fácil identificar al señor como el padre de Annette.

Después de otra hora dejo salir un bostezo y me levanto.

Se me hace tarde para la escuela.