III

—Mamá, ya volvimos —dijo Logan con entusiasmo.

Loan me empezó a empujar desde la espalda y dijo en tono de broma: —Ve a tu cuarto y termina lo que debes hacer o nos ayudarás a desempacar todo.

—Sí, sí, ya voy papá —le respondí con sarcasmo.

—No te hagas la graciosa, eso estuvo muy cerca —me advirtió con una mirada seria.

—¿Qué estuvo cerca? —dijo mi mamá que apareció de repente con una bandeja de galletas.

—Nada —dijimos todos juntos, tratando de disimular.

—Bueno, no importa. Deben estar cansados después del viaje. ¿Por qué no se van a descansar un rato? —nos sugirió mi mamá con una sonrisa.

—Yo debo ir, los veo luego —dije yo, aprovechando la oportunidad para escapar.

Empecé a subir las escaleras hasta que mamá gritó: —¡Alto ahí!

Me asusté y le respondí dudando si me iba a regañar ahora por lo del cabello: —¿Sí?

—Piensa rápido —Desde donde ella estaba me lanzó un frasco negro con unos bordes dorados, lo atrapé por instinto. —Es tu calmante para la ansiedad, tiene un sensor, se abre en la hora que debes tomarlo y solo te permite sacar uno. Si sacas más sonará una alarma, se cierra cuando esté hecho. Si no lo tomas a tiempo sonará otra alarma. Es decir, tu padre y yo sabremos si lo tomas o no a tiempo.

—¿Era necesario esto? —pregunté con fastidio.

—Si no queremos ver otro ataque como el que tuviste en la anterior casa, hasta te desmayaste. Lo tomarás hasta que sepas manejar tu ansiedad. —me dijo con firmeza.

—Sí, sí jefa. ¿Ya? ¿Eso era todo?

—Sí, ya vete. —me dijo con un gesto de cariño.

Subí las escaleras mientras veía el frasco y pensaba: «Espero que no haga ruidos muy fuertes, sería un desastre si sonara dentro de la clase».

Llegué a mi habitación y cerré la puerta. Me tiré en la cama y miré el techo. No tenía ganas de hacer nada. Solo quería dormir y olvidarme de todo.

Pero sabía que eso no era posible. Al día siguiente empezaba el nuevo colegio. Y eso significaba enfrentarme a un montón de desconocidos otra vez, siempre es difícil.

Odiaba cambiar de colegio cada pocos meses. Odiaba tener que adaptarme a una nueva ciudad, una nueva casa, una nueva vida.

Mis hermanos eran diferentes de mí, traviesos y divertidos que se adaptaban fácilmente a cualquier lugar.

Estaba agotada de todo esto. No tendría que estar tan medicada si no fuera por toda la ansiedad que me causaba el conocer personas nuevas todo el tiempo. No podía solo alejarme si estaba obligada a ir al colegio, por suerte este era mi último año.

Cuando mis pensamientos cesaron caí en un sueño profundo hasta el otro día.

Un rayo de luz entró por la ventana, me desperezó para luego cubrirme el rostro con mi antebrazo.

No deseaba ni tenía fuerzas para levantarme… pensé con resignación.

Sabía que un día difícil me esperaba.

Sentí cómo golpearon suavemente la puerta de mi habitación, para después abrirla. Mis hermanos entraron en puntitas sin hacer mucho ruido y saltaron sobre mí tan pronto llegaron a la cama. Se colocaron uno de cada lado para abrazarme.

Querían sorprenderme, pero yo los oí llegar, no esperaban que estuviera despierta.

Esto se había vuelto como un ritual cada vez que empezábamos un nuevo colegio, ellos venían a mi cama y se quedaban un rato acostados conmigo, era para darnos fuerzas. Empezar desde cero no era nada fácil, no importaba qué tan extrovertido fueras.

_Todo estará bien —suspiré.

_Estaremos bien —afirmó Logan.

_¡Sí! —dijo Loan.

_¿Puedo dormir media hora más? —pregunté somnolienta.

_No. Mamá ya hizo el desayuno. —dijo Loan.

Suspiré llevando mis ojos hacia atrás.

_Ahhh y encontré tus lentes de contacto, los puse en la repisa del baño. —me informó.

_Gracias. ¿Qué haría sin ustedes? —les agradecí.

Me levanté de la cama y me dirigí al baño.

Me levanté de la cama y me dirigí al baño. Me puse los lentes de contacto que cambiaban el color de mis ojos grises a azules. Era una forma de disimular mi condición genética, solo hay unas pocas personas en el mundo que tienen el pelo y los ojos blancos, esto me hace diferente. Prácticamente una maldición. No quiero destacar sobre los demás, eso hace que más personas se acerquen, por eso me encargo de cubrirlo todo.

Me miré al espejo y me peiné el cabello. Era largo y lacio, de color negro.

Salí del baño. Me vestí con unos jeans, una camiseta y una chaqueta. Cogí mi mochila y bajé las escaleras.

Mis padres y hermanos ya estaban en la cocina, desayunando. Mi padre veía su teléfono, mi madre revisaba su laptop, Logan comía unas tostadas y Loan bebía un jugo.

—Buenos días —dije yo, sentándome en la mesa.

—Buenos días, hija —dijo mi padre, mirándome sin despegar su vista del celular.

—Buenos días, cariño —dijo mi madre, cerrando su laptop.

—Buenos días, hermana —dijeron mis hermanos al unísono.

Me serví un bol de cereales y leche y empecé a comer. El ambiente era tranquilo, todo iba bien. Tan pronto terminamos de comer nos levantamos y nos fuimos juntos al colegio.

Mamá se ofreció a llevarnos y aceptamos.

Para ser un pueblo tiene lugares hermosos y mundialmente conocidos como la biblioteca Fénix. Es una gran empresa editorial, y esta a su vez se encarga de guardar y preservar todos los libros habidos y por haber, dicen que los Fénix son una familia muy antigua que aún conservan viejas costumbres. Tales como elegir a un sucesor que se haga cargo de todas las finanzas y de la extensa familia.

Y luego está nuestro colegio, un colegio privado, muy grande. Hasta cuenta con asistencia terapéutica como un psicólogo. Permiten que sus alumnos elijan un taller, hay muchas áreas; artísticas, musicales, teatro, científica, ambientales, fotografía, etc… todo lo que puedas imaginar. Esto se debe a que es para el desarrollo pleno de cada estudiante, para que cada uno pueda desarrollar sus habilidades innatas. Yo no tengo ninguna, pero mis hermanos son de otro mundo. Esta escuela es la mejor para ellos.

Llegamos al colegio y nos bajamos del auto.

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