Capítulo 3 - Benjamín

Me siento en la esquina de la cama. Mi rostro está empapado en agua. No puedo concentrarme en nada: efecto Julieth Milano. La extraño mucho, no quiero estar peleado con ella.

~Chat con Mi preciosa ❤️~

**Yo: **Señorita Juliette Milano, ¿dispone usted de tiempo para salir conmigo?

Mi preciosa ❤️: No, lo siento. Mis padres me vieron mal y tuve que

contarles todo.

Yo: Juliette, sabes que no puedes hacer eso. Acabamos de empezar...

Yo: Lo siento, sí, amorcito. Te extraño mucho. No quise decir eso, si tus padres no te dejan salir iré a hablar con ellos, ¿sí?

**Mi preciosa ❤️:**No es necesario, Benjamín. Te dije que me estoy

cansando...

Mi preciosa ❤️: Me cansé, Min 😢

~Fin del chat~

Bajo el celular hasta dejarlo en mi pecho. Cuando respondió el primer mensaje me relajé y me acosté.

Una llamada hace que reaccione, es Juliette.

—¡Te importa poco nuestra relación!, ¿¡verdad!?

—No es eso... —Siento un nudo en mi garganta y mis lágrimas amenazan en salir. No suelo llorar, pero por ella es inevitable—. Solo quería hacerme el duro contigo, pero sabes muy bien que no puedo serlo. Eres mi debilidad, no sé qué haría si me dejas.

—Era broma, ¿no revisaste el número? Son mías, cambié el nombre del contacto. Además, hace tiempo que Maricel dejó de importarme —dice de lo más tranquila.

—¿Segura?

—Sí, segurísima. ¿Sigue en pie lo de la cita?

—Pues claro.

—Llego en quince —cuelga.

Me levanto de un salto y voy a la ducha. Si Juliette dice quince es quince, así de simple. En un inicio me tenía harto con su puntualidad, todo cambió cuando empecé a enamorarme de sus ojos, sus labios, su voz, de toda ella.

Pasado los quince minutos el timbre empieza a sonar. Juliette conoce mi casa, pero de lejos. Bajo las escaleras corriendo para evitar lo que sea, espero que mi padre no esté. Abro la puerta y ella dirige su mirada a mi torso. Mier**, lo olvidé.

Se cubre los ojos con ambas manos—: ¡Colócate la camiseta!

—¡No seas mentirosa!, bien que me estás viendo —bromeo.

—¡Cállate! —grita.

—Benjamín. —Hace silencio esperando una respuesta, supongo—.¿Quién anda ahí? —La voz de mi padre hace eco en toda la casa.

Sin pensarlo dos veces tomo la mano de mi novia y la arrastro escaleras arriba hasta mi habitación. Cierro la puerta con fuerza, me recuesto en ella dejándome caer, mi respiración se va regulando poco a poco.

—Acércate —digo.

—¿Qué?

—Ven aquí, conmigo. —Abro los brazos sonriente.

La rubia está en cuclillas frente a mí. Tiene las pupilas dilatadas, me preguntó qué estará pasando por esa cabecita.

—Dime, Benjamín Di Marco, ¿buscas venganza?

—Eh... —Está en lo cierto, cómo es que me conoce tan bien—. Acércate, no muerdo.

Duda un instante y se acerca de a poco, la estrecho en mis brazos con fuerza. No quiero soltarla nunca. Una idea algo descabellada pasa por mi mente y sin pensarlo me lanzo a besarla, tomándola desprevenida.

—Mmm... Min, me ahogo —me informa.

«Lo sé preciosa, pero no pienso parar». Sigo besándola con intensidad. Succiono sus labios cada cierto tiempo permitiendo que tome aire.

—Min, para, por favor —suplica. Siento sus pequeñas manos en mi pecho desnudo, una electricidad invade mi cuerpo. ¿Hace calor?, ¿qué estoy sintiendo? ¡No! ¡Malditas hormonas!

Mi mente me indica parar. Al parecer mi cuerpo está en otro lugar: la sigo besando aumentando la tensión, mi lengua abre paso a su boca y ella hace lo mismo. Es un beso torpe, inexperto.

Con mis manos en su cintura la incito a sentarse a horcajadas en mis piernas, sus rodillas chocando contra la puerta nos sobresalta. Me pongo de pie con ella en brazos. Camino hasta sentarme en la cama, ella tiene sus brazos en mi cuello, sus ojos están casi negros. Vuelvo a tomar sus labios, y está vez ella profundiza el beso entrelazando sus delicados dedos en mis cabellos.

Echa la cabeza hacia atrás dejando a la vista su cuello, donde siempre lleva el collar con el que le pedí ser novios. Ese recuerdo hace que desee besarla en esa zona, sin pensar en las consecuencias lo hago. Sabe dulce y el aroma a rosas invade mis fosas nasales, mi olor favorito desde que la conocí.

No tardo en estornudar, entonces Juliette se separa, me abraza por la cintura y pone su cabeza en mi pecho. De reojo puedo ver que sonríe.

—M-Min, ni creas que te quedarás sin saber cómo se siente esto —. Se apodera de mi cuello y empieza a succionar. Pasado unos segundos deja de hacerlo y al encontrarse con mi mirada se ruboriza. Y yo igual, cómo volveré a mirarla...

—So-Solo no digas nada. —Se acomoda mejor y me abraza colocando su cabeza en mi cuello. Su respiración me da escalofríos.

—¿Benjamín? ¿Qué haces, hijo?

—Nada, viejo, nada —contesto aún con Juliette encima mío.

—¿Puedes abrir?

Juliette se baja rápidamente. Cuando nuestras miradas se encuentran nos volvemos a poner rojos por la vergüenza. No puedo hablar por más que quiero.

—¿Benjamín, estás? —Toca la puerta.

—Voy, viejo. —Señalo bajo la cama y me encamino a la puerta.

Al abrirla me encuentro con la fría mirada de mi padre, lo bueno es que eso me ayuda a controlar mis nervios.

—¿Qué hacías? —Da una mirada atenta a toda mi habitación.

—Estaba jugando un juego en el celular. —Inconscientemente toco la zona donde está la marca que me dejó Juliette.

Me mira de pies a cabeza y se detiene en mis ojos. —No me mientas. —Da un paso en mi dirección—. ¿Qué tienes ahí?—Quita mi mano con cierta rudeza—. ¿¡Qué es esto, Benjamín!?

—Na-Nada... No es nada. —Retrocedo por inercia.

—Se muy bien lo que es y me imagino que lo hizo la chica de la que me hablaste. —Tiene la mandíbula apretada.

—Viejo, ¿puedes dejarme solo?, por favor.

Sale dando un portazo. Sí, está molesto, muy molesto.

—¡Ponte hielo en eso, no me gustaría que mis colegas te vean así mañana!

Olvidé por completo la escuela, mañana es lunes.

¿Qué hago? Obedecer a mi padre.

Y por último, ¡malditas hormonas alborotadas! ¡Todo esto es culpa suya!

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