Otro día más, quien sabe cuántos tengo de muerta, no sé absolutamente nada y menos que hago aquí, ya llegaron los trabajadores, como todos los dias, hoy han dejado la puerta abierta, he decidido salir para husmear un poco lo que hacen, desde temprano hay mucho ruido, aquí no necesito cuidar mis pies.
Camino con sumo cuidado de no tropezar a nadie, ciertamente están haciendo muchos trabajos con herramientas eléctricas, cortes, soldaduras, me he parado junto a un chico con un aparato de corte que gira muy rápido quisiera meter mi mano, para ver qué sucede.
Estoy loca aparte de muerta.
No quiero estar aquí, pero no sé que hacer, acaso debo ser más arriesgada, que pasó conmigo que aún después de la muerte tengo miedo de hacerme daño, acaso existe otra cosa después de esto, ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué puede sucederme después de esto?.
Y entonces la repuesta: no hay nada para mí después de estar muerta más que deambular en esta casa por la eternidad y - zas- metí mi mano, mientras apretaba los ojos rápidamente.
No siento nada... Poco a poco voy abriendo mis ojos.
¿Qué esperaba ver?
¿Acaso sangre?
Ja, ja, ja soy un fantasma.
Nada, no sucedió nada, no existo, no tengo cuerpo, no hay sangre, no hay dolor, sencillamente nada, unido a una fuerza superior que me mantiene aquí no hay nada.
Así desde ese día empecé a hacer cosas peligrosas, que por supuesto nunca hubiese hecho, iniciando con colocar mis manos en el disco de corte mientras cortaban trozos pequeños de metal con la intención de probar que estaba bien muerta y bien loca, observando muy de cerca los rostros de los hombres, en especial aquel Joven trabajador, sucio, que hacía muecas con su rostro al aplicar presión sobre la máquina para realizar un corte certero.
En lo profundo de mi ser quería sentir dolor, ver una gota de sangre caer, quizás un trozo del dedo rodar entre el metal al ser cortado que emitía un chillido que se perdía en el eco de la casa.
Aquel día entendí que ya nada peor podía sucederme a parte de lo que ya sabía, solo que fueron llegando destellos de recuerdos de mi vida en la Juventud, me veía corriendo por la playa descalza, llena de vida frente a ese mar intenso que golpeaba la arena y desparramaba aquella espuma que cubria parte de mis pies, sí, eran mis pies aquellos que veía ese día mágico en que era feliz, ese día después de la felicidad, de la sensación de libertad, llegó el dolor, en medio de todo: el dolor, un dolor que hoy recuerdo, un trozo de vidrio de una botella de cerveza traspaso parte de mi pie, la sangre corría por mi pie mientras impregnaba de rojo las espumas de aquel impetuoso mar.
El día en que dejé de correr descalza por la orilla de la playa, siempre había una voz que me decía: " aunque te guste no lo hagas, recuerda tu pie"., otras veces escuche: "te amo, no deseo que te hagas daño." nunca volví a dañar mis pies, pero tampoco volví a sentir a través de ellos.
No entiendo porque llegan éstos recuerdos, quizás al verme descalza en una construcción lo asocié a peligro para mí, cuando ya no hay nada que hacer, cuando no puedo sentir, pero lo cierto es que dejé de sentirlos aun estando viva.
Quisiera sentir el caliente del médano en mis pies, el poder jugar en el agua fría de un río que baja en la sierra falconiana, sentir la sensación de correr entre la lluvia y hacer barro con mis pies reduciendo a polvos pequeños terrones compactos que arrastraba el agua.
Sin embargo entre esas añoranzas, deseos y recuerdos se tejía la voz que me decía: "no puedes hacerlo dañarás tus pies, te lo digo porque te amo".
Hoy me pregunto que sentido tuvo en mi vida los pies si no pude disfrutar con ellos ese mundo de sensaciones que me ofrecían, solo miedo de sentir dolor por culpa de ellos, solo dos estructuras de huesos que me permitían sostenerme, levantarme y caminar....
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