Escogiendo recámaras.

La mansión tenía una fachada de ladrillo rojo y tres plantas, contando la planta baja, y a sus flancos se alzaban unas espesas arboledas.

—Vengan.

Jean los dijo y los cuatro entraron al edificio. De inmediato los dos chicos corrieron hacia las escaleras para recorrer, emocionados, su nueva residencia.

—¡Esperen!

Lorena trató de detenerlos, pero Jean la tomó del hombro.

—Déjalos, no hay nada que pueda pasarles.

Jean la tranquilizó.

Así que mientras Hugo y Salomón exploraban por su cuenta la casa él llevó a Lorena por un pequeño tour después de dejar la maleta con sus pertenencias, que básicamente eran las ropas que habían comprado el día anterior, en el vestíbulo de la entrada. En la planta baja se encontraban la cocina, una biblioteca con un pequeño estudio adjunto, un gran comedor, un salón un cuarto de lavado y varios de servicio. En la segunda planta se encontraban las recámaras, veinticinco en total, y cuatro baños. La tercera planta estaba ocupada prácticamente en su totalidad por una terraza con jardín.

Le llamó la atención a Lorena el hecho de que la casa estuviera vacía, no había muebles en las habitaciones ni utensilios en la cocina o herramientas en los cuartos de servicio y el polvo cubría casi todo. La biblioteca era el único lugar que estaba completamente amueblado y las estanterías se encontraban repletas de todo tipo de libros. Lorena examinó con curiosidad varios, era la primera vez que veía tantos en un solo lugar.

—¿Te gusta leer?

Jean le preguntó.

—No... Yo... No sé leer.

Ella respondió un tanto apenada. Nunca había tenido la oportunidad de ir a la escuela.

—¿Te gustaría aprender?

—Sí...

—Bueno, después de que se acomoden podemos empezar con las lecciones.

Lorena lo volteó a ver con una expresión de sorpresa.

—O si quieres podemos contratar un instructor.

Una vez terminado el recorrido Jean le pidió a Lorena que echara un vistazo a la parte trasera de la casa desde la terraza. Entonces ella se impresionó ante la vista que tenía frente a sus ojos. Las arboledas que rodeaban la mansión se abrían para dar paso a un enorme campo que estaba cubierto por flores silvestres de todo tipo de colores.

—También es parte de la propiedad.

Jean le dijo señalando al borde del campo. Lorena permaneció unos segundos en silencio procesando lo que estaba viendo. Nunca se imaginó que podría vivir en un lugar tan grande y apacible. En la ciudad familias de hasta diez vivían hacinadas en cuartos de apenas quince metros cuadrados. Las calles siempre estaban repletas de transeúntes, de carruajes y caballos, yendo de un lado a otro causando un ruido que nunca se detiene. Su nueva residencia era todo lo contrario, una casona donde el canto de las aves y el susurro del viento entre las ramas de árboles dominaban.

Y entonces recordó que ella se tendría que encargar de la limpieza y de las tareas domésticas de ese sitio. Había trabajado toda su vida, así que estaba acostumbrada a hacer los quehaceres domésticos, especialmente lavar grandes cantidades de ropa. Pero sí Jean tenía una casa como esa, además del dinero que había gastado en su dote y las ropas que les había comprado, quería decir que era alguien acaudalado y, por lo tanto, podría contratar algunos trabajadores domésticos. Entonces una duda le vino a la mente, ¿cómo es que Jean tenía todo ese dinero y una casa como esa? ¿Acaso era hijo de alguna familia noble o de algún comerciante acaudalado e influyente? Pero también se sintió avergonzada de desear más de lo que ya había recibido.

—Si no es mucha indiscreción, ¿puedo preguntar a qué se dedica?

Le preguntó con timidez. Jean la miró a los ojos y sonrió de manera sutil provocando que ella se sonrojara.

—Soy un viajero comerciante. Voy de un lado a otro haciendo dinero.

Después de un par de minutos durante los cuales los dos pasaron contemplando el paisaje en silencio Jean le dijo que tenía que escoger una recámara. Salomón y Hugo, a quienes encontraron en el segundo piso, ya se les habían adelantado y estaban decidiendo que dormitorios tomar, aunque los dos terminarían compartiendo habitación.

—¿Qué habitación te gustaría tomar? Puedes escoger la que gustes. Aunque por el momento, dado ninguna está amueblada, tendrán que dormir en el suelo. Será solo por esta noche, lo prometo.

Jean le dijo y después se acercó a ella para susurrarle algo al oído.

—Todas las recámaras tienen más o menos el mismo tamaño, pero la que está al fondo es la más grande.

La sensación de su voz tan cerca provocó que diera un salto hacia atrás al mismo tiempo que sus mejillas se encendieron de rubor.

—Yo...

Lorena se detuvo un momento, como si tratara de encontrar el impulso para realizar la siguiente pregunta:

—¿N-No vamos a compartir recámara?

"Después de todo se supone que marido y mujer duermen en la misma cama" pensó.

—¿Es lo que quieres?

La preguntó la hizo sonrojarse aún más y que desviará la mirada hacia el suelo.

—Es...

—Podemos iniciar los trámites para anular el matrimonio mañana mismo. No es necesario fingir. Después de todo, no se trata de algo que hayas escogido, ¿cierto?

Eso era cierto. No había querido casarse con el viejo comerciante, sólo iba a hacerlo porque era lo que sus padres querían bajo el pretexto de darles una vida mejor a sus hermanos. Pero ahora ellos no estaban, ella cuidaría de Salomón y Hugo, y Jean le daba la oportunidad de escoger como vivir. Y, sin embargo, no quería separarse de él, no había hecho más que tratarla con amabilidad y era atento como ninguna otra persona lo había sido con ella antes. Un matrimonio sin amor no era el sueño de toda chica, pero para ella no parecía ser un futuro tan malo. Su vida estaría arreglada y no les faltaría nada.

—Lamentablemente no suelo pasar la noche en esta casa muy seguido, pero si deseas compartir habitación, no tengo objeción.

Su respuesta provocó que su corazón latiera con rapidez. Dormir al lado de un hombre era un acto de intimidad solamente reservado para el matrimonio. Entonces lo observó. Sus labios le llamaron la atención. ¿Cómo se sentiría si de repente él la tomara y la besara? ¿Se resistiría? ¿Trataría de alejarlo con los brazos?

Lorena sabía en qué consistía entregar su cuerpo a un hombre. Las muchachas de la lavandería solían platicar sobre sus encuentros de una noche. Era el placer más grande que se podía sentir, eso lo había entendido bastante bien. ¿Y sí...?

—En ese caso vamos a necesitar dos camas.

Jean dijo y todos los pensamientos que Lorena estaba teniendo en ese momento se disiparon como el humo.

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Comments

Fraymar Piña

Fraymar Piña

aun toma tiempo para ver por donde va la cosa pero tengo curiosidad

2023-10-27

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