Noche de bodas.

—Lamento que no hubiera ninguna celebración glamorosa este día. Se supone que debería de ser el día más feliz de tu vida. Al menos eso es lo que he escuchado. Aunque no creo que tal cosa pueda decirse de un matrimonio arreglado.

Jean se disculpó con ella mientras le quitaba sus botas con delicadeza. Se encontraban en la habitación de una posada en las periferias de la ciudad. Lorena le había pedido que no hiciera tal cosa, pero el insistió diciendo que seguramente se sentía cansada. Su corazón latía cada vez con más rapidez a medida que él deshacía los cordones.

—Puedes recostarte un rato. ¿Tienes hambre?

Lorena asintió con timidez. No había comido nada ese día más que un pedazo de pan duro en la mañana. Se sentía nerviosa. Su madre le había contado con detalle alguna vez las obligaciones de una esposa durante la noche de bodas. Aquella sería la primera vez que se consumaría el derecho del marido de poseer a su mujer y sería la primera vez que ella conocería el cuerpo de un hombre de manera íntima. Antes había tonteado con alguno que otro chico, pero nunca pasó de las simples caricias o de un beso. Y aunque sabía qué se suponía tenía que pasar, gracias a las chicas de la lavandería, aún tenía cierto miedo.

—¿Te gustaría algo en particular?

—No...

Jean salió de la habitación. Mientras esperaba por él Lorena le echó un vistazo a la habitación. Se trataba de una pequeña recámara con una sola cama y una ventana. A los pies de la primera había un baúl y al costado, sobre el piso, una piel. Podía escuchar el bullicio en la planta baja, ocupada por la taberna y el comedor, a través de la madera del suelo. Era la primera vez que se quedaba en un sitio así.

Se acostó en la cama. El colchón le pareció de lo más suave del mundo, estaba acostumbrada a dormír sobre una vieja tabla recubierta de paja. Después de unos minutos Jan regresó con dos platos de sopa y una hogaza de pan partida a la mitad. Mientras comían, Lorena sentada en la cama y él en el suelo, le preguntó:

—No sabes quién soy, ¿verdad?

—No.

—Creo que... Fue hace cinco días. Escuché a dos chicas de la lavandería en la que trabajabas hablar sobre tu matrimonio arreglado. Entonces decidí dirigirte unas palabras.

Repentinamente le vino a la mente el recuerdo de aquella conversación que había casi desaparecido de su memoria. Recordó a un hombre joven que de manera repentina se le acercó para conversar. No había prestado mucha atención, estaba ocupada con la tanda de camisones que tenía que tallar, así que el rostro del hombre apenas y quedó registrado en su mente. Pero la voz, agradable y cálida, había dejado cierta impresión en ella y evitó que el recuerdo se perdiera para siempre. Porque además, no habían hablado de nada importante, él simplemente le hizo unas cuantas preguntas y ella respondió de manera casi automática, en realidad llamar a la interacción que tuvieron "tener una conversación" es demasiado. Ella se limitó a responder con frases cortas, con simple "sí" o un "no" e incluso con gestos, sus pensamientos estaban atrapados en el destino que le esperaba como la esposa de un viejo al que nunca había conocido.

—Usted... ¿Por qué?

Lorena le preguntó confundida.

—Porque tu mirada transmitía tanta tristeza que no pude evitar hacer algo.

El respondió mirándola a los ojos. Había una compasión inconmensurable en la expresión de su rostro. Por primera vez Lorena sintió que podía relajarse frente a él.

Terminaron de comer en silencio. Una vez que Jean regresó de devolver los tazones se sentó en la cama junto a ella a tan solo unos cuantos centímetros de distancia y la tomó de la mano. Entonces Lorena sintió como su corazón comenzó a latir con rapidez nuevamente. No estaba lista para compartir la cama con un hombre. Tenía la esperanza de que su primera vez sería con alguien a quien amara. Y si bien el hombre que en ese momento le estaba sujetando la mano no era desagradable, no sentía nada por él. Jean acercó su rostro al de ella. Lorena respondió desviando la mirada y cerrando los ojos.

—Tengo que decirte que no es mi intención forzarte a hacer algo que no quieras. Mi única ambición es que te sientas libre, dentro de lo posible.

Jean dijo antes de soltarle la mano.

—Descansa esta noche. Mañana podremos hablar de tu futuro con calma.

Después de decirle eso Jean se levantó de la cama y se colocó su sombrero y tomó el bastón que había dejado recargado contra la pared.

—¿¡Y usted!? ¿A dónde va?

De manera repentina Lorena le preguntó antes de que saliera de la habitación.

—Tengo unos asuntos que atender.

Después de que cerró la puerta Lorena se recostó sobre la cama. Poco a poco su corazón dejó de latir con rapidez.

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Enrico Cristeros estaba de buen humor esa noche. Un hombre joven se había presentado en su casa esa mañana para ofrecerle un trato un tanto extraño pero ventajoso: mil areus a cambio de declinar el matrimonio arreglado que había acordado con la hija de un desgraciado. ¿De qué manera se enteró de tal arreglo? No sabía ni tenía interés de averiguarlo. Lo único que importaba era el dinero.

—Este mundo está lleno de gente extraña... O estúpida.

Se dijo a sí mismo mientras disfrutaba de una copa de vino.

Él tan solo había prometido cien areus por la muchacha. Con mil podía conseguirse una mujer mucho más bella y quizás algo más joven.

—Una con tetas más grandes y piel más suave... Sí...

Excitado por ese pensamiento le ordenó a su sirviente que le llevara una dama de compañía para relajarse un poco usando el dinero que el joven le había dado.

—Mi Señor... Hay un problema...

El sirviente le dijo nervioso. Era un hombre de cuarenta años alto y delgado.

—¿Qué? ¿Qué sucede?

Cristeros preguntó mientras se servía más vino. Entonces el sirviente vació la bolsa con el dinero del joven sobre la mesa. En lugar de las monedas de oro lo que cayó sobre la madera fue polvo tan fino como la arena de una playa.

—¿Cómo...?

El viejo comerciante estaba atónito, él mismo había contado las monedas en la mañana.

—¡¿Qué significa esto?!

—N-N-No lo sé... Mi Señor.

El sirviente respondió titubeante.

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Fraymar Piña

Fraymar Piña

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2023-10-27

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