De compras.

Jean no regresó a la habitación hasta el día siguiente. Lorena se despertó cuando escuchó un par de golpes en la puerta.

—Es hora del desayuno. Te espero abajo.

La voz de Jan le dijo desde el otro lado. Así que se levantó y después de arreglarse salió de la habitación rumbo al comedor de la posada. Ahí encontró a Jan sentado en una de las mesas. Además de él solamente había un par de viajeros comiendo sopa.

—¿Cómo dormiste?

Él le preguntó después de que se sentó al otro lado de la mesa.

—Bien... Creo que dormí de más.

Debían de ser alrededor de las diez de la mañana. Lorena estaba acostumbrada a levantarse a las seis para ir a trabajar a la lavandería, así que para ella ya era tarde.

—¿Te sientes bien?

—Sí...

—Hoy pensaba llevarte a comprar algo de ropa. Perdóname si es que estoy siendo impertinente, pero, ¿ese es tu único vestido?

Jean le preguntó.

—Así es...

Lorena no tenía más ropa con ella que el vestido que llevaba puesto y el camisón que vestía debajo. Había dejado sus pocas prendas, ropas tan viejas que parecían trapos, en casa de sus padres.

—No pretendo hacerte ninguna ofensa, pero ese vestido está bastante viejo. Creo que...

—¡No hace falta que me compre nada! Yo no quiero importunarlo.

Ella lo interrumpió. Desde que tenía memoria se había vestido de la forma más humilde. Algunas de las señoras de alcurnia llevaban sus guardarropas a la lavandería en la que trabajaba, vestidos de todo tipo de colores bordados con los hilos más finos, y ella sentía cierta envidia, pues nunca podría comprarse semejantes piezas. Su corazón quería aceptar el ofrecimiento que le hacían, pero al mismo tiempo se sentía un tanto incómoda.

—Insisto. Es... —Jan hizo una pausa para pensar sus siguientes palabras. —Lo menos que puedo hacer por ti.

Después de desayunar la llevó a la calle de los sastres. Lorena avanzaba caminando detrás de él hasta que se detuvo de repente y con una delicadeza y elegancia que nunca antes había atestiguado la tomó del brazo.

—Aunque quizás este matrimonio sea efímero una esposa debe caminar al lado de su esposa.

Le dijo con una sonrisa provocando que ella se sonrojara.

—¿Qué te gustaría hacer en un futuro próximo? Podemos anular el matrimonio tan pronto como lo desees, pero tomaría cerca de un mes hacer todo el papeleo. Mientras tanto, ¿hay algo que te gustaría hacer? ¿Algún lugar a dónde ir?

Le preguntó mientras se habrían paso entre la multitud. El cielo estaba despejado y hacía un clima agradable, típico del verano y que no guardaba ningún parecido con el día anterior.

—Yo...

Lorena no respondió de inmediato. Había pensado antes de dormir la noche en qué quería para su futuro sin llegar a una respuesta concreta. Lo único que sabía con certeza es que no había querido casarse en ese momento. Ciertamente una sensación de asco permeaba su compromiso con el viejo comerciante, ahora con Jean no sentía cosa. Él era también un extraño, pero no le tenía miedo ni repulsión, las últimas horas la había tratado de la forma más atenta y amable como ningún otro la había tratado nunca.

—Si es posible, quisiera ver a mis hermanos.

Quería revisar cómo estaban y dejarles saber que ella se encontraba bien. Veinticuatro horas antes había pensado que no los volvería a ver y se había despedido de ellos entre lágrimas.

—¿Y después?

Lorena no entendió a qué se refería.

—¿Quieres vivir conmigo por lo mientras? Si tu respuesta es no puedo ofrecerte una alternativa. Puedo darte dinero para que vivas cómodamente en la ciudad Si tu respuesta es sí, podemos ir a una casa que tengo en el campo. No seríamos como cualquier otro matrimonio, no tengo la intención de intimar contigo durante el tiempo que estemos juntos. Durante el siguiente mes, ¿por qué no pienses sobre lo que quieres? Yo... No tengo problema alguno con simplemente pretender.

Por alguna razón esas palabras no la sorprendieron. La noche anterior él no había hecho ningún intento por tocarla de esa manera, lo cual la hizo sentir alivio. Quizás sus palabras eran sinceras y solamente había querido ayudarla. La cuestión del divorcio debía de ser un asunto bastante claro. Disolver el matrimonio era lógico, ella no había querido casarse desde el principio, pero solamente los hombres podían pedirlo y el resultado era que a la mujer le seguía un estigma por el resto de su vida.

Pero si Jean le ofrecía vivir con él como marido y mujer su futuro podría estar resuelto. Era obvio que contaba con dinero y los medios para llevar una vida apacible. Además, vivir en el campo le parecía una idea interesante aunque un tanto intimidante. Toda su vida había vivido en aquella ciudad. Así que la primera opción le pareció la más atractiva.

Observó por un momento a Jean. Tenía una expresión amable en su rostro que transmitía confianza. Mientras caminaban agarrados del brazo pudo sentir sus músculos tonificados, le dio la sensación de que podía recargarse en él y que sería atrapada si se tropezara. Era algo que nunca antes había experimentado, pero se trataba de un sentimiento agradable. "¿Quizás sería bueno quedarme con él?", pensó de repente. Si se divorciaba corría el riesgo de nunca encontrar marido otra vez.

Lorena sabía que no era "bonita". Era de complexión delgada, tenía poco pecho y su figura con pocas curvas a veces era confundida con la de un chico. Su cabello, de color negro azabache, era muy frágil, por lo que lo llevaba corto. Sus ojos eran cafés, tan comunes y ordinarios como las piedras que cubrían la calzada sobre la que caminaban en ese momento. Y su piel era trigueña. En suma, se trataba de una chica sin ninguna característica atractiva.

Nunca había sido la primera en atrapar las miradas de los chicos, ni siquiera la segunda o la tercera, por lo que, ¿valía la pena correr el riesgo de no encontrar marido nunca? Las solteronas siempre eran el objeto de los rumores y algunas incluso eran acusadas de brujería. Con Jean podía quizás tener una vida tranquila y libre de preocupaciones.

—¿Sucede algo?

Jean le preguntó al notar que lo estaba observando fijamente.

—¡Nada!

Lorena respondió sonrojada y volteó hacia otro lado.

Al cabo de unos minutos entraron a un establecimiento famoso por ser frecuentado por las damas de clase alta de la ciudad. Al principio fueron atendidos con cierto desdén, a causa del vestido tan modesto que Lorena llevaba puesto, era característico de las mujeres trabajadoras de los barrios bajos vestirse de esa manera tan pobre. Pero una vez que Jean mostró una bolsa con dinero la actitud de las trabajadoras cambió por completo.

Nunca antes en su vida Lorena había visto tanta variedad de vestidos, de bordados y de telas, la riqueza de colores era deslumbrante. Rojo, vino, azul, celeste, amarillo, púrpura, gran variedad de tonalidades de negro y de blanco, etc.

—Escoge los que quieras y cuantos quieras.

La ropa interior casi no variaba entre mujeres de una u otra situación económica. Todas usaban un largo camisón, un enagua y unos calzoncillos hasta debajo de la rodilla hechos con lino. Lo que diferenciaba a una mujer pobre de una rica era la calidad del corset, de sus calcetas y de su vestido.

A pesar de que Jean le había dicho que escogiera todos los vestidos que quisiera, pero después de tres le pareció que sería demasiado pedir un cuarto. Cuando terminaron él pidió que le entregaran las compras en la posada en la que se estaban quedando. Antes de salir de la tienda compró un par de botas negras.

—Las que tienes ya están bastante desgastadas.

Le dijo al entregárselas. Después de comer algo en uno de los cafés de la zona se dirigieron a la casa de los padres de Lorena. Jean les compró a sus hermanos unas cajas de confitería como regalo y se pusieron en marcha.

La casa en la que Lorena había crecido era un cuarto de una vecindad dividido por una vieja sábana en dos. En una parte dormían ella y sus hermanos y en la otra sus padres. Así que nunca había tenido la privacidad que una chica necesita cuando comienza a crecer. La vecindad contaba con un patio rectangular en cuyo centro se encontraban los baños y los lavaderos que todos los inquilinos usaban por turnos. De chica solía jugar en aquel patio con el resto de los niños.

Debido a su aspecto poco femenino solía jugar con los chicos casi todo el tiempo. A pesar de las carencias tenía buenos recuerdos de aquel patio. Un viejo soldado cojo vivía en uno de los cuartos de la planta baja y solía entretenerlos contándoles las historias de las campañas en las que había participado y sobre los grandes magos que había visto hacer todo tipo de proeza.

Lorena se detuvo un momento en la entrada de la vecindad, asaltada por los recuerdos. La mayoría de sus compañeros de juegos se habían ido del lugar después de crecer. Así que no quedaba casi nadie.

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Fraymar Piña

Fraymar Piña

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2023-10-27

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