NO ME IMPORTA QUIEN GOBIERNE A ESTE MALDITO PUEBLO

Jacob caminaba casi corriendo rumbo a la habitación de su señora, donde se encontraba reunida con la reina Stella. Ambas mujeres, aunque una fuera humana y la otra Hada, habían entablado una estrecha amistad desde muchos años antes de que el imperio de Azuri fuera fundado.

Stella, quien tenía la capacidad de agrandarse a la altura de una mujer adulta humana normal, estaba tomando el té en el pequeño jardín personal de Selene y el cual solo podía accederse por medio del balcón del cuarto de la susodicha.

Todos esos años en los que su gran amiga estuvo desaparecida, había movido mar y tierra para intentar encontrarla; sin embargo, al ahora enterarse por su propia voz de lo ocurrido, no tuvo de otra más que aguantar sus ganas de llorar para no poner en una situación aun peor a la antigua princesa.

—Selene, debes dormir—pidió preocupada.

Desde que había vuelto al refugio, habían pasado casi quince días en que no había dormido. Selene, quien observaba y analizaba un documento con un inventario de varios materiales que Stella accedió a darle para empezar a crear minerales para sus joyas, detestaba el solo hecho de volver al mundo de los sueños y revivir las miserables pesadillas que había soñado repetidas veces mientras estuvo encarcelada.

—Está bien, estoy contrarrestando la medicina de insomnio con multivitamínicos—respondió sin apartar la vista de los documentos.

—¿Prefieres depender para siempre de medicamentos?—cuestionó aun más preocupada.

—Con tal de no volver a soñar, soy capaz de no volver a dormir hasta el día en que me muera—dijo tajante.

Stella no pudo evitar suspirar con pesadez, aquello le recordaba a la situación de los refugiados que había aceptado luego de que Karmin fuera invadida por el emperador Abelardo. Si bien era común ver atrocidades por parte de los imperios hacia las naciones invadidas, luego de su primera derrota, pareciera que Abelardo se estuviera vengando de una manera monstruosa con los habitantes karminenses debido a la vergüenza que tuvo que pasar.

Muchos de los refugiados, en su gran mayoría criaturas mágicas, padecían estrés postraumático debido a la orden del emperador de convertirlos en materias primas para productos cosméticos o como mano de obra. Por eso, al ver las ojeras marcadas de Selene y el movimiento repetitivo de sus piernas, así como el miedo constante, vio un reflejo casi exacto de los refugiados.

—Debes descansar para que liberes a tu pueblo del yugo del emperador—dijo en un último intento de convencerla.

—¿A mi pueblo?—vio con comedia a la reina—vaya pueblo quieres que libere, después de apoyar a Somnus cuando me encarcelaron. Por más que digas que estuvieron manipulados por Ápate, eso no quita lo desagradecidos que fueron conmigo. No hablemos un momento de lo que hice por ellos, al absorber la plaga que aquejaba a los magos, pero sí de los esfuerzos de mis padres por liberarlos. No puedes pedir que libere a un pueblo que desde el principio estuvo arraigado en sus corazones el hecho de que era bueno ser sometidos.

La reina de las hadas no pudo refutar aquello, ya que ella vivió en carne propia todo lo que Selene decía. Antes de que Karmin y Azuri fueran territorios independientes, estaban bajo el dominio del anterior imperio de Samara.

Cuando el príncipe Ernest, padre de las princesas Nix y Selene, derrocó al abuelo de estas, quería eliminar el modelo de gobierno imperial, pero debido a las costumbres no pudo deshacerse por completo de este, siendo que tuvo que convertir su estado en uno monárquico para calmar al pueblo. Aunque su mayor deseo era tener un modelo democrático presidencial, de modo que fuera más justo para todos.

Así mismo, después de la desaparición de Selene, al ver como Somnus y Nix no solo se casaron, convirtiendo de nuevo a Azuri en un imperio, sino que convirtieron en santo patrono a Ápate, decidió romper todo lazo en espera de algún día volver a ver a su querida hermana.

—Me da igual lo que le pase a Azuri—contestó mientras se sobaba la mano debido a una punzada de dolor que sentía—ya sea Nix o Somnus, no me importa quien gobierne a este maldito pueblo. Lo único que me interesa es verlos sufrir, por eso los estoy ayudando.

Selene sonrió tan solo pensar en lo emocionada que estaría cuando llegara el momento en que el dolor de un amor no correspondido azotara a ambos príncipes, haciendo que estos prefirieran la muerte antes de aquel sufrimiento. Sin embargo, hasta entonces debía recuperarse o hacer menos dolorosas las secuelas en su cuerpo.

En realidad el no dormir no la acongojaba, lo que la estresaba era el hecho de sufrir punzadas de dolor debido a la plaga que estuvo absorbiendo tantos años. Debido al ser la primera maga en que despertó el poder del Caos en esa región, podía absorber el mal de los demás. No obstante, aquello implicó que la plaga dentro de ella hiciera que perdiera poco a poco la cordura y su facultad de controlar sus poderes.

—No sé si fue por el encierro en sí o por la plaga—habló sin apartar su vista de su mano—pero logré ganar una especie de “inmunidad” que me permitió tener algo parecido a la inmortalidad y así sobrevivir al encierro. Así que tomaré eso como una señal del destino para seguir con lo que quiero, aun a costa de no volver a dormir. Stella, entiendo tu preocupación, pero te pido que no me vuelvas a mencionar ese tema.

Con dolor no tuvo de otra más que asentir ante la petición de la princesa. Sin importar cuál fuera la situación de Selene, la ayudaría hasta el fin. En especial con su idea de abrir una joyería con el fin de no solo financiar la lucha de los príncipes, sino de infiltrarse en la nobleza.

—Mi señora—escucharon hablar a Jacob.

El anciano, al ver a la reina peliblanca de las hadas junto a Selene, hizo una doble reverencia para respetar a ambas mujeres. Si bien estas no les obligaba a hacerlo, en especial Stella quien tenía mucha lástima por el anciano que tanto tiempo pasó solo en el refugio, deseaba hacerlo, ya que las consideraba las únicas con el derecho de tener tal saludo.

—Los príncipes han despertado, ¿Cierto?—preguntó Selene mientras se levantaba.

Con ayuda de un bastón, puesto que aun sus piernas se encontraban atrofiadas y su debilidad persistía, dejó sus documentos en la mesa y salió de habitación al lado de Stella y Jacob. Mientras caminaban rumbo a la habitación de los príncipes, no pudo evitar sonreír con malicia.

—¿Qué piensas hacer?—cuestionó Stella un poco asustada.

—Empezar a joderles la vida—dijo antes de detenerse frente a la puerta—tranquila, no los tocaré. Sabes muy bien que antes de ver a un niño herido prefiero que me corten un brazo, por más que estos hayan sido unos malparidos desgraciados conmigo; sin embargo, eso no evitará que ellos paguen lo que me hicieron.

Después de decir eso, los tres adultos entraron a la habitación haciendo que las Hadas que ayudaban a los príncipes salieran del lugar. Stella, al ver a los dos niños dormir juntos, no pudo evitar sentir una punzada de ironía.

Si bien era cierto que ellos eran las reencarnaciones de dos de los humanos más desgraciados que ella ha visto en toda su vida, también era cierto que solo eran niños. ¿Hasta que punto se le podía hacer pagar una deuda pasada a dos almas que ahora solo eran dos infantes inocentes?

Selene, al verlos, se separó un poco de sus dos acompañantes y se acercó a la cama para observarlos mejor. La imagen de Nix no le traía buenos sentimientos; sin embargo, al ver a Somnus dormir no pudo evitar sentir como su corazón se aceleraba.

Aun lo amaba, no podía negarlo. Era una idiota que todos los días regañaba a su corazón por amar a un hombre que solo le hizo daño; sin embargo, obligaba a su órgano a sentir también el dolor que este le provocó, por lo que cada que recordaba sus sentimientos retrocedía debido a que aun tenía una pizca de dignidad.

Con rabia, ya que tampoco ayudaba a que en esta nueva vida el cuerpo de Somnus se pareciera mucho al anterior, se acercó a una jarra de agua que estaba al lado de la cama, encima de una mesa de noche, y usó un poco de su energía mágica para enfriarla bastante. Evitando que el líquido se congelara, tomó la jarra y se la arrojó a los dos niños.

Los dos príncipes, al sentir el agua, se levantaron del susto. Su piel se erizó enseguida y sus corazones latían con fuerza al tacto tan frío del agua. Enseguida vieron que frente suyo se encontraba una hermosa mujer de cabello largo plateado, ojos grises como la luna y piel blanca como la nieve. Esta, quien sostenía aun la jarra, la dejó de lado y con ayuda de su bastón se sentó en la cama donde antes dormía Somnus.

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