-Señorita Márquez, el secretario general del sindicato desea hablar con usted-, me anunció mi secretaria.
No tenía ganas de hablar con nadie. Miraba el cielo gris de Lima desde mi ventana, en el vigésimo piso del edificio donde están las oficinas. Desde allí administramos todos los negocios. Tenemos varias fábricas en la capital. A mi padre le gustaba repartir su tiempo visitándolas, conversando con los empleados y los obreros. Quizás por eso era muy idolatrado y detestado por los accionistas, porque se hacía querer por su personal. Yo no sé, aún, qué hacer para ser como mi papá.
-¿Tiene cara de pocos amigos, Janeth?-, pregunté remolona, saboreando un chupete.
-Sí ¿lo hago pasar?-, preguntó ella.
-Sí-, suspiré. Giré la silla, arreglé mis pelos, tiré el chupete al tacho, pasé la lengua por mis labios y crucé mis manos sobre mi escritorio. Entonces se abrió la puerta de mi despacho y entró Marco Alonso, el secretario general del sindicato, vigoroso como un toro saliendo del corral.
-Señorita Márquez, un gusto conocerla-, me dijo estirando la mano.
-Siéntese por favor, y dígame en qué le puedo ayudar-, dije solemne, luego de estrecharle la diestra. Sentí su mano áspera y firme. Me sorprendió.
-Pues preocupado por que dentro de los despidos que ordenó, hay varios que pertenecen al sindicato, me dijo, hemos interpuesto una demanda al ministerio y esperamos su reposición en sus cargos-
Me alcanzó copias de sus reclamos y demandas. Los miré pero no los leí. Yo estaba más entretenida mirándolo a él. Tenía un no sé qué, un algo, que lo hacía interesante. Sus ojos eran muy varoniles, su nariz recta lo hacía atractivo y estaba su pelo bien cortito, sin patillas. Le vi las manos cuando me mostraba los documentos y tenía muchos pelos, eran firmes, como tenazas y alcancé a ver sus hombros enormes, estirándose a los lados.
-Es potestad de la empresa dar por culminada las relaciones con sus empleados que ya no requerimos, se les ha pagado todas las cláusulas en sus contratos, indemnizaciones, vacaciones truncas, todo, beneficios y bonificaciones extras-, le aclaré.
-Todo es verdad, señorita Márquez, pero entienda que no podemos permitir que nuestros afiliados sean separados de buenas a primeras-, me protestó.
Me encantó su enfado. Sus mejillas se pintaron de rojo y su mirada se hizo más dominante. Me gustan los hombres dominantes. Empezaba a gustarme él.
-He descubierto la existencia de clanes dentro del Grupo El Destello, eso no lo voy a permitir-, intenté superar mi sentimiento de sumisa que empezaba a provocarme Alonso.
-Entonces tendrá que lidiar con el ministerio-, me amenazó. Se puso de pie y volvió a estirar su mano. La recibí con una sonrisa larga.
-Saludos a su esposa-, dije lanzando la piedra.
-¿Esposa? Soy soltero, señorita-, se sonrió él.
-Ah, me hice la zonza, frotando los muslos, cierre la puerta al salir, por favor-
Cuando salió timbré al móvil de Janeth. -Mándame una carpeta con todos los datos de éste Marco Alonso-, le pedí. Sentí el fuego del deseo revoloteando en mis entrañas.
*****
Había leído del cuadro virreinal que se exhibía en uno de los principales museos de la ciudad. Cuando vi su fotografía recordé algo en una revista que mi hermana Fabiola leía con suma atención. -Falsificaciones invisibles-, decía el artículo.
Después de indagar con anticuarios, decidí entrar en acción. Era todo un reto. Ese tipo de deseos me enerva la sangre, me la hace burbujear en las venas y desata, al máximo mi sensualidad. La adrenalina me provoca eso. Me siento muy sexy, con mi feminidad al máximo y la candela calcinándome toda.
Estudié muy bien el museo, su seguridad, sus cámaras de vigilancia y las vías de entrada y salida. Me puse unos leggins negros muy pegaditos, una camiseta manga larga, también negra y zapatillas, además de guantes. Me miré en el espejo y me vi tan felina, que me deleité buen rato, admirando mis curvas y mis pechos empinados. Mordí mis labios. -Hermosa-, me dije divertida.
Era una noche muy tupida, oscura, de mucho frío. Me detuve en una esquina poco iluminada. Desenrollé una soga y me columpié por una casa vecina, hacia su techo. Había un gato mirándome con asombro.
-Miauuu-, le dije y se espantó, huyendo despavorido, pegando brincos como conejo.
En forma sigilosa me deslicé hacia una ventana contigua por donde podía ingresar. Estaba conectada a la alarma. Para eso tenía que cortar los cables que cruzaban por dentro, en una esquina del techo. Tarea difícil, más cuando todo está cerrado. Con un alicate y un desarmador, abrí un huequito en la ventana y metí un cable con una cámara endoscópica. Prendí el celular y eché un vistazo a la conexión. Miré a todos lados, hasta que al fin vi el cable, que corría hacia las ventanas.
Luego, sabiendo qué terreno pisar, me fue fácil introducir unas tijeras bien afiladas, manejadas con un stick selfie y con la ayuda de la cámara endoscópica, corté en la parte exacta.
Abrí la ventana, metí primero la cabeza, oteé en la oscuridad y sin moros en la costa, entré, también sigilosamente, poniéndome de cuclillas en la alfombra. Me puse lentes infrarrojos y detecté que en el piso habían varios switchs, imagino, también, interconectadas con la alarma.
El cuadro estaba en el segundo piso. Caminé de puntitas hasta el siguiente ambiente y de allí bajé las escaleras tratando de no tocar nada. Cualquier rozadura podría encender las alarmas.
Se exhibía en un pedestal. De mi morral extraje un polvillo y lo rocié esperando encontrar, quizás, rayos láser, pero no, no había nada. Nadie pensó, jamás, en la posibilidad de que se llevaran el cuadro. Me dio risa.
-Hombres-, dije deleitándome con la pintura.
Y en efecto, aquel cuadro era lo que había imaginado, desde el principio.
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Comments
T@ty Torres 💫✨
me tiene encantada está historia.. te felicito..
2023-11-16
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Ximena Peran Vargas
Muy entrete tiene de todo esooooooo 👍💪😍🥰💕
2023-10-02
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