La mañana siguiente, en la puerta de la comandancia de la policía, había un paquetito, bien envuelto, con un listoncito rosado y una nota escueta que decía, " investiguen procedencia africana, con cariño: fantasma".
Eran las joyas que me había robado la noche anterior.
La policía, entonces, indagó sobre aquellas joyas y descubrió que habían sido trasladadas en contrabando desde Sudáfrica, por ese inescrupuloso millonario, y que eran en realidad propiedad de Wolfang Weber, un gran amigo de mi madre y que tenía en gran consideración y que había sido robado y hasta golpeado por los malandrines pagados por Watkins.
Él se había apropiado de una verdadera fortuna de El Destello para satisfacer sus placeres ocultos. La policía jamás pudo demostrarle nada y mi padre lo aceptó, siempre a regañadientes. Sus desfalcos eran cuantiosos y tenía la complicidad de importantes gerentes de la empresa.
-Me voy a vengar de ti-, me dijo cuando lo eché de la empresa.
-Has robado a la empresa y al amigo de mi madre-, lo encaré.
-No puedes probar eso-, me retó.
Ahora la policía lo tenía detenido y toda su fortuna, había sido devuelta a El Destello.
*****
-El fantasma vuelve a atacar-, leí en el diario. Estaba en primera plana. Me detuve frente al quiosco cuando fui a comprar el pan. Rodolfo, mi seguridad personal, me vigilaba de lejos, sin perderme detalle. Me había puesto una camiseta blanca y un short muy cortito. Solté mi pelo y me puse zapatillas. Los chicos no dejaban de mirarme. Me gusta mucho cuando lo hacen.
-Insólito: Misterioso ladrón entró a casa y se lleva cuantiosa fortuna en joyas y se descubre que millonario los introdujo de manera ilegal desde Sudáfrica. Fantasma hizo el trabajo de los policías. Ahora el empresario está tras las rejas-, decía la noticia. Sonreí, saqué y mordí mi legua y luego me fui, moviendo mi cintura toda coqueta, a comprar el pan.
*****
¿Por qué lo hice? No sé. Yo me considero una justiciera por afición antes que por necesidad. Me encanta la adrenalina. A otras personas les gusta la velocidad, el póquer, lo deportes extremos o la caza furtiva, pero a mí me gusta vivir, siempre, al filo del peligro y enfrentar a bandidos poderosos y malvados. Ignoro por qué. Creo que es mi propia forma de ser, romper esquemas, ser diferente, retar al miedo y demostrarme, a mí misma, que todo lo puedo. Y nada mejor que ser una vengadora, porque a esa valentía combina sensualidad. Nada más sexy que ser una súper heroína que escala paredes para entrar a un edificio. Desde pequeña admiré a la Gatúbela, la enemiga acérrima de Batman, y mientras otras chicas soñaban en convertirse en doctoras o ingenieras, yo fantaseaba con vestirme de negro, usar antifaz, y jamás ser descubierta.
Al morir mi padre heredé el Grupo El Destello. Hacemos de todo. Desde correas, zapatos, carteras, hasta cruceros y flota de yates. El prestigio de El Destello ha traspasado fronteras y exportamos a casi un centenar de países. Lo que mi papá empezó como un sencillo zapatero remendón, se convirtió, en apenas un par de décadas después, en una gigantesca empresa con cinco millares de empleados, facturando, anualmente, millones de dólares.
Ya llevo seis años al mando de ese gigante. Yo era aún una chiquilla, apenas, cuando mi padre enfermó. Una grave dolencia lo fue calcinando por dentro, hasta hacerlo crónico e irreversible. Me pidió que fuera profesional porque tarde o temprano yo tendría que tomar las riendas del negocio. -Tú eres en quien más confío, Paola, me suplicó, todo será tuyo dentro de poco, debes estar preparada-
Mi padre tuvo una larga agonía, pero siempre se empino al castigo, no se rindió jamás y batalló contra la enfermedad y seguir engrandecimiento al Grupo El Destello hasta lograr un descomunal éxito. Pero ya no pudo más. Falleció en mis brazos una mañana de otoño, reiterándome que yo debía seguir sus pasos y rogándome que no lo defraudara.
Nadie me conocía en el directorio, tampoco. Nunca iba por más que me rogaba mi padre. Yo prefería ir a bailar con mis amigas, correr olas en El Silencio o meterme a la cama con Anthony, mi primer enamorado. Él me llevaba a las estrellas con sus besos y caricias y no necesitaba más en la vida. Pero, de repente, de un momento a otro, con el deceso de mi padre, mi existencia cambió para siempre.
Ya había terminado la carrera de administración de empresas en la universidad, hice una maestría de negocios internacionales y me doctoré en manejo de negocios. Estaba lista para el desafío.
Ver morir a mi padre en mis propios brazos, sin embargo, fue una aterradora experiencia para mí. Pensaba que él jamás se iría de mi lado. Era mi hombre de acero, mi héroe, el Superman que me cuidaba desde niña, el John Wayne pendiente de que no me pasara nada. Y entonces lo creí inmortal. El golpe de verlo sin aliento, tumbado en mis brazos, exánime y sin vida me hizo, quizás, más atrevida, desafiante y audaz, para no defraudarlo.
*****
Mamani, el secretario del sindicato de obreros, fue otro de los que eché de la empresa. Era el segundo en importancia en la representación de los trabajadores. El principal era Marco Alonso, pero Mamani había fraccionado al personal y logró nombrarse, con la anuencia del directorio, la cabeza visible de los obreros. A mí no debía importarme eso, pero mi secretaria, Janeth, me puso en autos de todo. A ella la conocía mucho porque iba muchas veces a la casa a hablar con mi padre de la marcha del conglomerado. Tiene mi edad y nos hicimos, desde el comienzo, buenas amigas, contándonos cuitas y chismes. Por eso, se quedó en sus puesto cuando asumí las riendas de El Destello. Y es más, la nombré supervisora general de la sociedad, pero ella se quedó, para siempre, como mi secretaria personal.
-Mamami es un hombre ambicioso, cruel, abusivo, incluso he escuchado que cobra cupos a los obreros-, me advirtió mostrándome el organigrama del consorcio.
Hablé con muchos obreros y me contaron lo mismo. Que Mamani imponía rifas, polladas, incluso solicitaba pagos para poder filtrar hojas de vida, con logros falsos, a recomendados y así lograr que recursos humanos los contratase y consolidar su poder desde adentro, del corazón de la empresa.
No dudé ni un minuto. Le bajé el dedo de inmediato.
Lo vi enfurecido, echando relámpagos por los ojos, cuando la señorita González (ya era casada y con hijos pero siempre señorita fue para nosotros) ordenó al personal de seguridad lo escoltara hacia la salida de la fábrica de pinturas donde ese sujeto tenía su búnker.
-¡Me las vas a pagar, mala!-, me amenazó mostrándome los puños.
Con él se fueron un centenar de sus secuaces. Al quedarse acéfalo el sindicato de obreros, unifiqué los gremios en uno solo, que quedó al mando de Marco Alonso, que se hizo, entonces, secretario general de los trabajadores o como yo les llamaba siempre, colaboradores.
-Cuídese mucho de ese sujeto, es un tipo cruel y despiadado-, me advirtió la señorita González.
Lo miré por la ventana haciendo gestos obscenos. -No es más que un pobre diablo-, le respondí sin darle mayor importancia.
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Comments
Kore Sants
👍👍👍👍
2023-07-03
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