La Silla

—"Apúrate, zoquete, que vas a llegar tarde"— le gritaba el papá de Julián tocándole la puerta del cuarto.

Julián, quien se había amanecido viendo una revista para adultos que encontró en el ropero de su abuelo (menudo viejo verde había resultado ser el anciano), dormía pensando en que algún día todas las chicas del mundo serían para él. Era un pequeño casanova en potencia, pero solo en su imaginación.

La noche anterior a esa se quedó jugando fútbol hasta muy tarde con sus amigos del barrio y llegó cansado. Solo quería dormir.

—Mañana temprano me bañaré, hoy tengo frío— dijo y se acostó.

Pero de pronto algo cortó su sueño, eran ruidos que venían del primer piso (la habitación de Julián daba justo al tragaluz de la casa) y llamado por la curiosidad se levantó como un resorte de la cama, pero sin hacer ruido. No prendió la luz de su cuarto, se iba a delatar, jaló la silla de su escritorio y asomó la cabeza por la ventana. La imagen que vio en ese momento se le quedó prendida en la retina: ¡Una mujer semidesnuda se lavaba el cabello!

Observó solo por segundos una vez para no ser descubierto, pero el tiempo fue suficiente para percatarse de que la mujer que vio no era su tía, tampoco alguna de sus primas, ni ninguna mujer que haya visitado la casa.

¿Quienes vivían en el primer piso?

La tía de Lisa.

El tío Paco. Ambos hermanos de su mamá. Sus dos primas hijas de la tía: Catherine y Sarai; y por supuesto el abuelo Don Egidio. Ocasionalmente, venía el papá de sus primas, que en esos tiempos andaba distanciado de su esposa, las visitaba pero no muy a menudo.

Pero entonces la pregunta de Julián era: ¿Quién es esta mujer?

Porque como recalco otra vez no era la tía, y menos sus primas que aún eran adolescentes. Pero era eso sí una mujer joven.

Nuevamente Julián (conteniendo la respiración) se asomó procurando no hacer ruido, su corazón galopaba a mil.

Se notaba en el cabello mojado de ella, pequeños rulos, la espalda desnuda delataba que sí en verdad era alguien joven, sus caderas, sus piernas, sus formas.

Esa zona del lavabo se transformó en ese instante en un paraíso para él. Pero Julián no se conformó con eso, él quería ver más, así que asomó más la cabeza y parte del cuerpo por la ventana, pero fue tal su infortunio que su movimiento desestabilizó la silla y produjo un ruido estruendoso. Julián se sintió morir.

— ¡Qué diablos, no puedo ser más tarado!— se recriminó en voz muy baja.

Se quedó en silencio un par de minutos. Y no escuchó más ruido en el tragaluz, el único ruido ahora eran los de su estómago por lo nervioso que estaba.

— Estoy seguro de que el ruido que hice con la silla se escuchó hasta abajo, estoy muy seguro. ¿Y si esta mujer se percató de que alguien la estaba observando y que ese alguien fui yo?—

Ya no escuchó nada y hasta se percató que habían apagado la luz del tragaluz,

—¿Será posible?— Julián se preguntaba y un sudor frío pasaba por su frente.

—¿Estará subiendo para tocar la puerta?— Sii, debe estar subiendo a tocar la puerta. —¡Tocará la puerta!

Y rápidamente, Julián se metió en su cama y se cubrió con la frazada desde la cabeza a los pies. Eran momentos de suspenso para él. Un minuto después, todo era silencio total; dos, cinco, diez, veinte, treinta minutos pasaron y nada, no se escuchó que tocaran la puerta de su casa. Respiró tranquilo y se quedó dormido.

A la mañana siguiente, fueron los golpes en su puerta lo que lo despertaron. Con los ojos aún pegados de sueño, se levantó y se dirigió al baño. A punto de entrar, escuchó a personas conversando en la sala. La voz de su papá, de su tía Lisa y la voz de una mujer que no reconocía.

—¿Será posible?— pensó.

Julián abrió muy bien los ojos y dio unos pasos cerca a la zona del pasadizo lo suficiente para que lo notaran. Su padre notó su sombra.

—Hey muchacho, ¿que haces escondido allí?

Al sentirse descubierto no tuvo más remedio que caminar hacia la sala.

—¿Qué, no sabes saludar?— volvió su padre a dirigirse a él.

—Lo siento— respondió avergonzado Julián— Buenos días papá; buenos días tía; buenos días señorit...

—Hola Julián— interrumpió la extraña mujer, joven y muy bella. Cortando las palabras de él, se levantó de su asiento, y dándole un apretón de manos delicadamente, continuó:

—Me llamo Marianne, y soy la madrina de tu prima Catherine. Me han hablado mucho de ti y muy bien por cierto. Encantada de conocerte, mucho gusto.—

Y dándole a Julián una mirada muy intensa, no apartó sus ojos de él en ningún momento. Intimidado por ella, Julián dio pequeños pasos hacia atrás y pensó:

—¿Que extraño?— ¿Será ella a quién vi anoche?—Prefiero no averiguarlo aqui— y con voz nerviosa, dijo:

—Perdón, me tengo que retirar. Iré a mi a terminar unas tareas que me dejaron en el colegio.—

Su papá y su tía aprobaron su decisión con un gesto afirmativo de cabeza. Y cuando se daba la vuelta para ir a su habitación, la joven mujer dijo:

—Ten cuidado al sentarte Julián. No te vayas a resbalar de la silla.

[Julián quedó impávido por un momento]

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