Enfrentamiento contra el dragón

Temprano en la mañana, cuando el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, el jefe de los sirvientes me despertó e informó que los soldados se encontraban esperándome en la puerta del castillo. Ordené que trajeran mi armadura y la espada que me regalaron los herreros de la ciudad. Cuando terminaron de colocarme mi armadura, salí al patio y monté a Triana. Los soldados se encontraban preparados y con la moral bastante alta, sabiendo que su príncipe los acompañaría a la batalla.

"Mi príncipe, el cardenal, la condesa Capell y la vizcondesa Claw le envían estos amuletos de protección", recogí los amuletos que sostenía el jefe de mi guardia. Tras colocarlos en mi cuello, le ordené a Triana que marchara. Los soldados me observaban mientras marchaba al frente.

"Llame a esos dos, vendrán conmigo", le ordené al jefe de mi guardia, quien al poco tiempo trajo a Murat y a Dozon. "Pensé que los reclutas no vendrían".

"Nuestro comandante nos otorgó un permiso especial gracias a nuestro talento en combate", respondió Dozon.

"Está bien, pero deben recordar que nos dirigimos a la batalla contra un peligroso enemigo". Cuando terminé de decir la frase, ya me encontraba al frente de los miles de soldados. "Hombres, el día de hoy marcharemos hacia la batalla. Cada uno de ustedes está aquí para proteger a estas personas. Por esa razón, saldremos victoriosos. Solo así protegeremos la sonrisa de los niños, la de nuestros padres y la de aquellos que nos aman". Este era mi primer discurso. Pensé que el discurso no le llegaría a nadie, pero para mi sorpresa, los soldados gritaron enérgicamente su canto de batalla. "Marchen", ordené. Detrás de mí, el comandante y sus tenientes ordenaron que todos se movieran. Los ciudadanos se amontonaban alrededor del camino, esperando para ver al ejército. Cuando nos encontrábamos cerca de la puerta de la ciudad, unos caballeros se unieron al ejército. Resultaron ser los caballeros santos, los cuales protegían los lugares sagrados dentro del imperio. Las horas pasaron y los muros de la ciudad dejaron de ser visibles. Los campos verdes corrían gran parte del terreno. A los costados del camino real se veían animales pastando tranquilamente. A pesar de que muchos soldados marchaban a pie, ninguno se veía cansado. Incluso se los veía con más energía. No tardamos mucho en llegar al primer cruce.

"Mi príncipe, si continuamos por la derecha, llegaremos antes, pero el terreno estará en nuestra contra. En cambio, si vamos por la izquierda, pasaremos sobre el acantilado que está cerca del dragón".

"¿Cuántos soldados vienen con nosotros?" pregunté.

"Son tres mil soldados imperiales, seiscientos guardias reales y cien caballeros santos", respondió el príncipe.

"Envíen a mil soldados y a cincuenta caballeros santos por el camino de la derecha, que se mantengan a distancia del dragón. Los demás iremos por el camino de la izquierda. Después de disparar los cañones, el ejército atacará", ordenó el príncipe.

"Como ordené, mi príncipe, primer regimiento conmigo, séptima sección conmigo", ordenó el comandante y tomó el camino de la derecha.

"Los demás conmigo", ordené, y todo el ejército me acompañó por el camino de la izquierda.

"Mi príncipe, si continuamos a este ritmo, llegaremos mañana por la tarde al acantilado, pero nuestros hombres ya se están cansando", informé.

"Sigamos un poco más. El puesto de guardia no está muy lejos. Ahí descansarán", respondió el príncipe.

Las horas pasaron, y cuando el cansancio comenzaba a caer sobre el ejército, llegaron al puesto de guardia. Los soldados bebieron de las fuentes y comieron. Cuando la noche llegó, el ejército armó sus tiendas y se fueron a descansar.

Yo me acerqué al borde y contemplé la vista. Bajo mis pies, podía observar el gran bosque, como un gran espacio quemado. Seguramente esa es la guarida del dragón.

"Mi príncipe, sería conveniente que descanse", sugerí.

"Iré a dormir dentro de poco", respondió el príncipe. Después de decir esto, se quedó en silencio por un tiempo. "La batalla será dura, ¿verdad?"

"Me temo que sí, mi príncipe. Los dragones suelen ser muy traicioneros. Es posible que nos esté esperando", respondí.

"Sabes, siempre quise gobernar Mirza, Nara o Venafren, pero nunca imaginé que en mis primeros días tendría que enfrentar a un dragón, eliminar una plaga de serpientes marinas y poner el puerto en cuarentena", dijo el príncipe.

"Puede ser difícil de imaginar, pero si usted logra resolver estos problemas en tan poco tiempo, su derecho al trono se fortalecerá. Usted más que nadie ya debe saber que la familia real posee muchos enemigos y aprovecharán cualquier oportunidad para desacreditarlo", respondí.

"Pero... ¿y si no soy un buen líder? ¿Si mis órdenes perjudican a más personas de las que debería? ¿Qué destino me aguarda?"

"Solo el tiempo lo dirá, pero recuerde, mi príncipe, que todos estos hombres lo siguen porque creen y confían en usted", respondió el consejero.

"Se lo agradezco. Creo que me iré a dormir", dijo el príncipe.

"Después de todo, él apenas tiene catorce años. Es capaz, pero aún no termina de madurar", comentó en voz baja el jefe de guardias.

A la mañana siguiente, el ejército desarmó el campamento y continuó la marcha. En más de una ocasión, el ejército fue atacado por lobos de fuego o treants, pero ningún soldado resultó herido. El segundo día llegó a su fin cuando los rayos de luz daban inicio al tercer día. El ejército desarmó el campamento y marchó hacia el futuro campo de batalla. Las primeras horas pasaron y el ejército se posicionó en el acantilado.

"Mi príncipe, nuestros exploradores indican que los soldados esperan para atacar al dragón", informó el capitán.

"Soldados, bajen el acantilado por aquel camino y esperen a que los cañones disparen", ordenó el príncipe. Los soldados comenzaron a descender, y cuando todos estuvieron abajo, ordenó que dispararan. Las balas de cañón salieron disparadas a su máxima velocidad. Dos balas fallaron, pero la tercera impactó directamente en un ala.

"Balistas, ¡disparen!", ordenó el príncipe, y las grandes balistas dispararon sus proyectiles hacia el dragón. "Que los soldados inicien el ataque".

En ese momento, el dragón rugió con furia y comenzó a lanzar fuego. "¡Humanos desgraciados, sufran mi castigo!", dijo el dragón y golpeó el suelo, provocando que este se moviera.

"Disparen otra ronda", ordenó el príncipe. Los cañones dispararon nuevamente, y las balas golpearon la cola y el cuerpo del dragón. "Ya no disparen, nuestros hombres se encargarán de ahora en adelante".

En ese momento, los soldados llegaron hasta el dragón. Los impactos de los cañones habían dañado el cuerpo del dragón, y la sangre comenzaba a cubrir el campo de batalla. El dragón, ahora más enojado, incendió los árboles carbonizados al mismo tiempo que lanzaba zarpazos con sus potentes garras.

"Balistas, disparen a la cabeza". Los soldados siguieron la orden y comenzaron a disparar. Cuando un proyectil golpeó al dragón, este miró al acantilado y lanzó una bola de fuego. Cuando la bola impactó, los barriles de pólvora explotaron, provocando que todo el acantilado comenzara a temblar y se derrumbara. Los soldados continuaron luchando sin darse cuenta de lo que sucedía. El dragón lanzó otro potente ataque a los soldados. Este movimiento permitió que dos soldados tomaran ventaja y atacaran la parte del cuerpo que había sido herida por los cañones. Cuando él se encontraba débil, comenzó a extender sus alas para descubrir que ya no podía volar. Con sus últimas fuerzas, el dragón lanzó sus últimas bolas de fuego. El cadáver del dragón cayó al suelo.

En el momento en que los soldados se disponían a celebrar, un grito llegó a sus oídos: "El acantilado". Cuando todos se giraron, vieron que todo el acantilado se vino abajo. "Busquen a su majestad". La búsqueda duró horas, cuando alguien llamó: "Comandante, por aquí". Cuando el comandante llegó, se encontró con el cuerpo de Triana y con la espada de Arthur, además de algunos cuerpos que fueron aplastados por las rocas. "Nuestro príncipe ha muerto", dijo con dificultad el comandante.

Ciudad portuaria de Mirza, Mansión Claw. Treinta minutos antes del derrumbe del acantilado.

"Tío, me gustaría ir a la calle del mercado a comprar algunas cosas", le comenté a mi tío, que estaba tomando una taza de té.

"Niña ingrata, nuestro príncipe fue a luchar contra un dragón y en vez de estar preocupada por él, quieres ir de compras", me regañó mi tía.

"Cariño, deja a la pobre niña en paz. Claro que puedes ir cuando gustes".

"Se lo agradezco".

"Pero ve con tus primas. No me gusta que vayas por la ciudad sola".

"Claro, tío. Ahora voy a hablar con ellas".

"Eres muy permisivo con ella. Recuerda que ella está compitiendo contra tu hija para ganarse el corazón del príncipe".

"Por favor, no sigas. Ella es mi sobrina, la hija de mi hermana, además de tener un estatus superior al nuestro", escuché decirle mientras abandonaba el salón.

"Elena, ¿a dónde vas?", preguntó alguien.

"Estaba por ir a buscarlas. Voy a la calle del mercado y mi tío me dijo que venga a buscarlas", respondí.

"Quería comprar algunos cosméticos, así que iré con gusto", dijo Ana.

"¿Elena, te encuentras bien? Estás pálida", alcancé a escuchar. No sé qué me sucede, pero mi corazón comenzó a doler y estoy perdiendo el aire.

"Padre, madre, vengan rápido", gritó Aurora. Mis tíos y los sirvientes llegaron rápidamente.

"Elena, sobrina mía, ¿qué ocurre?", gritaba mi tío, pero el dolor era tan intenso que casi no podía escuchar lo que me decían.

"Rápido, llevémosla a la sala", los sirvientes ayudaron a mi tío a llevarme a la sala y me dejaron en uno de los sofás. Mientras más tiempo pasaba, mi corazón se presionaba más y más. El dolor fue tan intenso que sentía que moriría. Ya casi no podía respirar, mi visión se volvió borrosa y solo pude pensar en Arthur antes de quedar inconsciente.

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