El umbral del infierno

Apenas comencé a convivir con el cuco, las cosas comenzaron a cambiar.

Lo que antes surgía como una necesidad de intimidad entre los dos, muy pronto se convirtió en mi obligación por mantenerlo contento.

Ya no había relaciones espontáneas y románticas, era cosa de cada noche, con el mismo libreto, sin importar la calidad del día que hubiera transcurrido.

Si yo había tenido un día agotador, él siempre lo había pasado peor. Si yo estaba estresada, también él. Si yo no tenía ganas, había falta de interés de mi parte...

Cada día que pasaba, las cosas se ponían más densas entre nosotros. La mala energía tendía a contagiarse a los chicos, aunque yo intentara lo contrario.

Se fue volviendo una persona exigente, irritable, celosa y problemática.

Cada noche yo pensaba en qué debía esforzarme más, para que no discutiéramos, para que hubiera paz. Y luego, cada mañana me daba cuenta de que no era suficiente. Nunca nada era suficiente para tener paz.

Mi embarazo fue de cuidado desde un principio. Mi presión arterial tendía a bajar demasiado, ocasionándome cansancio, mareos y malestar. Pero mi niña crecía a ritmo constante y saludable en mi vientre.

El cuco trataba de estar siempre presente en mis visitas al médico, en las ecografías y en los controles. Tendía a ser un padre entusiasta y amoroso delante de los profesionales, y un marido desinteresado y frío a solas. Mis necesidades no eran prioridad, las compras para la bebé siempre se iban postergando y mi día a día giraba en torno a la casa, los chicos y tener todo siempre listo y a punto para él.

Poco a poco fui alejándome de mi madre y mis amigos. Siempre estaba ocupada, cansada y con pocas oportunidades de reunirme con ellos, si no era con el cuco.

Lentamente, me fui convirtiendo en alguien que deseaba lo mejor, se esforzaba por dar lo mejor de sí y nunca hallaba un remanso de tranquilidad.

Mis sueños se volvieron algo tibio que compartía solo con mi bebé. Fui creando un mundo para las dos, que fuera un espacio para reír, cantar y bailar sin razón. Donde los quehaceres fueran algo secundario y simplemente pudiéramos compartir la dicha de vivir juntas. Mirarnos las dos. Aprender la una de la otra. Soñaba con un ambiente que me permitiera amar a mi hija y brindarle el mundo sin que interfirieran los gritos, los reclamos, las peleas y las escenas absurdas.

Cuando mi vientre se hizo más notorio, la gente comenzó a preguntar cosas casuales, como si ya habíamos comprado la cuna, si ya sabíamos donde daría a luz, notaban que la ropa casi no me servía y comentaban que los cuidados y las cosas materiales para los bebés eran muy costosas.

El cuco cada vez nos veía más como una carga. Escatimaba los gastos y ponía límites a todos los integrantes de la casa, como si fuéramos súbditos que debíamos acatar sus decisiones y velar por sus intereses únicamente.

Cuando salía a pasear un poco con los chicos, siempre encontraba motivos para molestarse, tenía desconfianzas estúpidas y celos infundados. Nada le venía bien.

Cuando lo esperábamos para salir a alguna parte, siempre mostraba mala voluntad o se negaba, alegando que él estaba cansado, que él estaba todo el día trabajando afuera de casa, para que nosotros estemos en casa sin hacer nada. Desmerecía cualquier esfuerzo de los demás, pero engrandecía los suyos.

Se volvió cada vez más severo y frío con sus hijos, hasta el punto en que yo debía arbitrar todas las conversaciones, y cada pedido debía retransmitirlo a solas, para que no se desquitara con ellos de todos sus enojos.

Yo asistía a las reuniones de padres, compraba libros y revisaba tareas. Colaboraba en sus actividades y escuchaba sus historias. Curaba sus raspones y chichón, secaba lágrimas y abrazaba fuerte.

Él rara vez compartía por voluntad propia una salida infantil, y cuando lo hacía, compensaba con dinero todas sus ausencias.

Mi madre intervino un día en que me descompuse en la calle, y él no respondió al teléfono. Ella me alcanzó en el hospital, me acompaño a casa, retiró a los chicos del colegio y se sentó a esperarlo para hablar sobre dejarme sola con todo.

Cuando llegó y se pusieron a hablar, prometió ser más cuidadoso, más atento y ¡propuso que ella viniera a vivir con nosotros!

Era perfecto para su comodidad. Mi mamá podría ayudar con los niños, la casa y la bebé en camino.

Ella se dejó envolver, con la perspectiva de estar al lado de su única hija durante este momento tan especial. Sin querer, la dejé cruzar el mismo umbral infernal que yo había cruzado unos meses atrás.

Era tanta mi soledad y mi desconcierto, que yo me sentí muy bien con la idea de tener a mi mamá cerca. Era una manera de estar en contacto con lo que un día fui y hoy ya no veía por ningún lado. Yo no quise contarle a mi madre mis angustias, mis vivencias amargas, para no reconocer que había estado muy equivocada. Solo bastaron unos días, para que ella supiera todo lo que había ocultado.

Es duro vivir y lidiar con cosas que uno desconoce, pero es aún más duro decirle al mundo que no puedes con ello...

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Comments

Yazmin Gómez

Yazmin Gómez

ufff un retrato hablado del día a día de cualquier mujer

2023-10-19

3

Nereida Rojas

Nereida Rojas

Aveces nosotras las mujeres por vivir de apariencias o por ocultar lo que vivimos nos sometemos a eso ojo no lo e vivido yo soy muy independiente y no me gusta depender de nadie

2023-10-17

1

Liliana De C Garcia Hernandez

Liliana De C Garcia Hernandez

Lamentablemente en esta sociedad hay personas o parejas así, que por querer tener un hogar estable se aguantan muchos maltratos psicológicos

2023-09-16

5

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