Oh cuán bella era esa juventud atlante.
Pese a la situación de que el jovencito Singapur y su hermana Macedonia, eran ya príncipes, pues dejaron de denominarse infantes al pasar de los 10 años y siendo que no habían dejado el trono vacío sus progenitores, según la ley de la Atlántida, los hijos de un pueblo y de una nación que se había tornado reino por sus riquezas obtenidas de la misma bondad universal y terrenal:
"Sin que haya robo, abuso, interacción armada al pueblo o del pueblo hacia los seres humanos que fuesen aptos por sus logros en beneficio de su pueblo, su continente o su planeta, y que hayan sido electos por esas condiciones y no por otras cuestiones mencionadas genéricamente, tendrían de ser los gobernadores para bien de las presentes y futuras generaciones".
Así, Macedonia, de trece años que ya tenía, era consagrada al estudio en general: desde las especies existentes, hasta los pueblos y costumbres, de los idiomas y de las riquezas y pobrezas para colocar en la balanza de lo aprendido y lo hecho al mismo nivel.
Su hermano varón Singapur, debería seguirle los estudios y al tiempo de aprender, ayudarse mutuamente.
Cuidarse y protegerse; pero, más a ella y él siendo ser varón, realizar las actividades que ella precisase.
Un séquito juvenil andaba tras de ellos.
Era una imitación o un ensayo diario de lo que hacían los padres. Y así en toda familia de las ciudades reinales, de las ciudades internas y de las ciudades puerto, y de los pequeños poblados agropecuarios.
Las mujeres lavaban por igual, cocinaban, de igual manera tejían y bordaban, así también se peinaban y bellas quedaban.
La reina madre hacía los deberes femeniles y cualquier cosa que en sí haya necesidad de poner la idea en la acción para hacerlas realidad.
Ellas sabían levantar velas y hacer a los veleros navegar.
Sabían cazar animales abundantes para tomar sus pieles y alimentarse o alimentar a su pueblo en los feroces inviernos.
— Mirad Macedonia he aquí vuestro vestido para ir a cazar conmigo este fin de siete dìas, cuando pase la primera luna – invitaba Singapur a Macedonia desde muy pequeño y ya habían hecho esos viajes a las montañas desde sus ocho años.
— No iréis solos mientras seáis muy niños – les decía el Rey Tiawanakus.
— Así subiremos la montaña.
Otras veces, era hacia mar adentro.
Una vez Macedonia sintió tanto miedo y también Singapur temblaba, pues la mar estaba muy furiosa y el velero plano, que era solamente una caja de madera con aire dentro, parecía que iba a sucumbir. Sus guías y cuidantes no sabían qué hacer para detener el pavor de los infantes.
— ¡Macedonia!– gritó Singapur cuando apenas se sostuvo por una cuerda y casi lo lleva una ola.
Macedonia entonces se arrojó hacia su hermano, como cualquier otro familiar o amigo varón lo hubiese hecho.
No tuvo miedo a la oscuridad de las aguas en oleaje de magnitud, y llegó hasta el borde de la jangada y atravesó su cuerpo entre su hermano y la alta mar, aferrándose a la misma soga.
Así atajó a su hermano en cuanto él resbalaba y en esos momentos los marineros acompañantes consiguieron agarrar a Singapur de los brazos y una pierna, haciéndolo volar mientras la frágil nave quedaba casi vertical y más bien no pasó a más pues se niveló la pequeña embarcación de pesca y ya el chico estaba salvado.
La frialdad de la noche, después de la tormenta marítima fue terrible, mientras el frío les hacía temblar y chirriaban los dientes, Macedonia mantuvo a su hermano menor con apenas dos años, abrazado muy fuertemente para calentarlo, ya que él se durmió del cansancio y azote del mar, pues todo el día había seguido los ejemplos de los conductores de la pequeña jangada y la vela que la hacía volar por encima de las aguas saladas.
Aquella experiencia marítima fue muy importante en el aprendizaje de los infantes, y el concilio de los 10 reinos de la Atlántida pidió al Rey de Lhiria, que no permitiese ni mandase jamás a sus criaturas reinales a semejante aventura, sin que les acompañaren por lo menos dos o tres guardaespaldas expertos en natación marina y en fin toda una serie de observaciones al respecto.
Sucede que el reino de Lhiria era el único por aquellos años, que contaba con dos infantes al punto de ser príncipes. Los 9 reinos restantes, tenían pequeños desde 7 años abajo hasta varios de meses de nacidos.
Esto provocaría una serie de leyes.
Y el reino de Lhiria que era, un tanto más libre, más moderno para la época, no lo vio con agrado total.
Respetaban las leyes, pero la libertad de criar a sus herederos era o pretendía ser, más dirigida hacía un tiempo nuevo, con hartos cambios pretendidos.
Un ajuste de acciones llevó a un conflicto de reinos unidos en el concilio atlante y en foco quedarían los hermanos Macedonia y Singapur.
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