El agua era muy fría, ya que provenía de una montaña nevada a varios kilómetros de allí.
El riachuelo de centurias, recorría entre piedras pulidas por las corrientes desde su vertiente de gran longitud, hasta esa caída, en carácter de río angosto, de profundidad, de cuatro metros, que mantenía la temperatura casi helada, la cual corría se templaba por el valle, formado por montañas que bajaban hasta el nivel del mar, en cuyas orillas estaba el enorme palacio de los reyes de Lhiria, padres de Singapur y Macedonia.
Al riachuelo le llamaban precisamente "Centurias", el cual vaciaba el líquido elemento en un peñasco y de allí iba cayendo en varios desniveles de 30, 21, 16 y 10 metros respectivamente.
Desde esas altura, se despeñaba en varios velos de agua, al piso de piedras minúsculas en que rebotaban las cascadas y del impacto en el pedregoso piso, rebotaba varios metros, provocando diversos arco iris a lo largo del día.
Allí fue donde el Rey Tiawanakus, mandara hacer esa preciosa alberca de mármol azul.
Desde otra altura cubierta por un bosque, un grupo de ninfos miraba escondido, lo que sucedía:
— ¡Singa, mira, han sumergido a vuestra hermana!
Singapur abrió el ramaje y efectivamente vio cuando la ninfa que tomó la cabeza de la princesa y la sumergió, notoriamente deliberada y auspiciosa, provocando que Macedonia tragase, pues se emergió tosiendo agua, casi ahogada por los segundos sumergidos que pasó, presionada con fuerza para que se sumerja más al fondo posible.
— ¡No permitáis que hagan eso a vuestra hermana la princesa! – sugirió el joven amigo de Singapur.
— ¡Dejad!
— ¿Pero, cómo príncipe, iréis a permitir que falten así a nuestra princesa?
— No os involucréis, ellas son mujeres y están vestidas íntimamente, además, el asunto lo deberán resolver entre damas. Será la culpable una o más de ellas y si mi hermana calla por protegerles, su doncella deberá hablar la verdad y entonces...
— ¿Entonces qué Príncipe?
— ¡Entonces, nada! Vamos al agua, el que llegue de último es el doncellil del verdugo... ja, ja, ja— gritó Singapur y se abrió campo entre los otros adolescentes, bajando adelante a carrera entre el camino serpenteante, hacia otra caída a mano derecha de la cuenca del río de los ninfos, como le llamaban al lugar.
— Vamos, vamos, el último en llegar será para mí... – gritó Móren.
— El que aguante más sin salir del agua, será marido de doña Gironda – gritó un tercer muchacho y todos, uno por uno, como haciendo una secuencia que desde el aire parecía un arco, fueron cayendo al agua de manos en punta o de pies o de nalgas, agarrando sus piernas en forma de silla y golpeando en el agua sus panzas o como fuera, la cuestión era, no quedar de último.
Dentro del fondo de las aguas, era mucho más hondo que en la alberca y los ninfos parecían peces en grupo, que nadaban por dentro muy hábilmente y podían aguantar la respiración por harto tiempo.
Después, arribaban a una orilla, desde donde se apreciaba una especie de portal entre dos muros muy altos, que eran en realidad parte del arrecife, por el que, el río de aguas frías, salía al mar.
Allí muy próximo, inician muy al borde de las piedras una hilera de playas delgadas que bordeaban la parte interna del cañón y salía, a una playa mayor.
Pero, los ninfos, no tenían permiso de salir de la parte encajonada del río, pues allí fuera, eran jóvenes de más edad que solían pasear, jugar y bañarse en grupos o solos.
Para los chiquillos, era ese su lugar y allí jugueteaban por mucho tiempo, hasta la hora de las comidas o prohibitivas para sus andanzas, especialmente al arribar la noche. Especialmente aquellas noches, más oscuras, cuando las dos lunas no alumbraban juntas o separadas.
Al acabar de jugar en el agua, zambulléndose, salían a orinar y en esa acción, jugaban con sus miembros, mostrándolos y dándose palmadas sobre los mismos, hacían alusión al tamaño en una especie de competencia, después corrían a risa limpia y a empujones o conversando y riendo, retornaban a palacio.
Singapur era acompañado por sus donceles, mientras otros amigos, más extraños a la intimidad palaciega iban a sus propias casas.
Al llegar al interior de palacio ya próximo a su aposento, Singapur vio que el grupo de doncellas y amigas que acompañaban a su hermana, estaban allí y había entre ellas, una discusión a baja voz, y algunas damas mayores de la Columbia la reina madre, a quien no habían dicho nada al respecto de lo ocurrido en la alberca, escuchaban atentamente la discusión.
Una de las doncellas que estaba jugando en el agua, relataba el inconveniente:
— Fue de pronto que sucedió, sin querer: la infanta Europa de Riere, cayó encima y sin quererlo, golpeó la cabeza de la infanta Macedonia. Eso fue todo.
—Yo sentí su mano y miren aquí mi frente está arañada – arguyó Macedonia.
— Yo vídeo así – exclamó Persia. –Estaba un poco atrás, no puedo asegurarlo.
— No tienes por qué hacerlo, yo afirmo que fue como dije, un acto involuntario. Europa, no sería jamás tan torpe, si es íntima vuestra amiga.– reafirmó mirando fijamente a Macedonia, como diciéndole ya basta–.
Y eso sucedió, pues la infanta Macedonia se calló y ordenó a sus doncellas para que la acompañen a quitarse las ropas mojadas al baño que comparte con su madre y entrar a su aposento a descansar.
Más allá Singapur hizo ademán de indiferencia, pero quedó preocupado de lo que podía pasar.
—Europa es una infanta de uno de los reinos vecinos y viene siempre a jugar en Lhiria y se aloja allí mismo en el palacio— opinó uno de los consejeros de Tiawanakus.
—Ojalá no cause una fricción entre las familias este hecho, aparentemente tonto, pero que en realidad tiene mucho que ver con ser verdad y las familias pueden quedar molestas–
— Esto será muy difícil de tratar... mi hija no hizo aquello a propósito, jamás lo haría–. Explica Tiawanakus a sus representantes, que deberán conseguir buen resultado en las reacciones de los padres de la causante.
— Ellos no lo verán así como lo vemos nosotros – opina Egeus.
— Tomaremos el mayor cuidado, señora Columbia y señor Tiawanakus. Intentaremos inclusive quedar como culpables – agregó Egeus.
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