Prólogo

Antiguo Egipto

Siglo XXXII a. C.

(Varios milenios después de la gran guerra).

Hasta en las mejores familias existen problemas y los grandes panteones de Dioses no iban a ser menos.

Para Annubis, verse en medio de aquel conflicto familiar iba a suponer una gran pérdida.

Cuando Seth, su padre, mató a su hermano Osiris, Annub se vio en la obligación de ayudar a su tía y a su madre a devolverle la vida para así restaurar el equilibrio natural.

Annub, pensó que hacía lo correcto, pero cuando Osiris usurpó su lugar en el inframundo, donde se convirtió en juez soberano y supremo de las leyes del inframundo, supo que se había equivocado. Nunca debió permitir que el alma de Osiris regresase a su cuerpo. Sin embargo, ya poco podía hacer.

Annub luchó por recuperar su puesto como ser supremo de la Duat, el inframundo egipcio. Pero le resultó imposible; por lo que se vio relegado a ser quien guía a los difuntos hacia el gran juicio de Osiris donde se lleva a cabo la ceremonia del peso del corazón.

Pese a todas las creencias que existen en la actualidad Annubis no representaba únicamente al Dios de la muerte sino, también, al Dios de la vida. Ya que únicamente él poseía tanto las llaves del paraíso como del inframundo. Él era el encargado de llevar a las almas a su última mirada. Y era el único de los dioses de su panteón que permanecía impasible ante las súplicas de aquellos seres insignificantes. Nunca concedió ningún favor, ni nunca participó en ninguna ceremonia. Al contrario que Isis, Neftis o el mismísimo Horus. Todos ellos concedían favores a los humanos, que luego solían cobrarse de las maneras más crueles imaginables.

Por supuesto después de todos aquellos sacrificios que los Dioses requerían para no desatar su ira contra ellos. Era Annub quien se tenía que encargar de aquellas pobres almas errantes. Algunas intentaban regresar a su cuerpo físico, pero él no podía permitirlo; así que más de una vez tuvo que arrancar a aquellas almas de su cuerpo muerto. Nunca existían segundas oportunidades. Él se encargaba de conducir el alma del difunto hasta el tribunal presidido por el Osiris, donde debía someterse al juicio que determinaría si era digno o no de vivir eternamente en el paraíso. Solo si se superaba la prueba final, reviviría para siempre. Y aquello no solía pasar, a no ser que pertenecieran a una de las trece familias que ayudaron a Osiris y sus hermanos a luchar contra aquellos temibles Dioses. En cuyo caso eran inmortales y Osiris permitía que reencarnasen de nuevo en sus propios cuerpos. Para lo que era necesario llevar a cabo una ceremonia de momificación. Pero salvo esas excepciones Osiris obligaba a Annubis a llevar a las almas de aquellos pobres infelices al paraíso o a lo más profundo de la Duat, donde serían devorados por horribles seres.

Como maestro de llaves, no solía visitar el mundo superior llamado tierra. Prefería habitar en el inframundo, y solamente lo abandonaba cuando debía acudir a recoger a algún alma que se resistía a abandonar la tierra. Pero aquellos paseos solían estropear su pacífica existencia. Annub no quería tener contacto alguno con aquellos seres.

Sin embargo, llegó un día en el que un grito desesperado lo sacó de su largo letargo.

—¡Annubis, Dios de la vida, maestro de llaves, te suplico que atiendas mi súplica!, ¡Socorre a esta pobre mujer!. Te daré lo que me pidas, ¡por favor, ayúdame!

Sorprendido ante la necesidad de tal invocación, y puesto que aquel día estaba realmente aburrido, Annub decidió acceder a aquellas súplicas y se personó ante la mujer que lo había invocado.

Al materializarse ante ella decidió hacerlo en su forma animal. El chacal solía ahuyentar hasta al hombre más valiente. Annubis era consciente de que su aspecto cuando se transformaba era temible, pero aquello le divertía.

Sus cerca de dos metros de alto, su cuerpo musculoso y una cabeza de chacal que le cubría hasta el pecho. Debía ser una imagen aterradora para un simple mortal.

Contempló con una ligera sonrisa, como la mujer abría los ojos de manera desorbitada. Durante un instante, apartó la vista de la humana y analizó donde se encontraban.

La oscuridad era, tal que el dios no entendía como una simple mortal era capaz de ver algo. Era una oscuridad densa y hasta ellos llegaban sonidos espeluznantes. Se podían escuchar gritos desgarradores y llantos. Un intenso olor a salvia e incienso hacían el ambiente prácticamente irrespirable. Fue entonces cuando escuchó los cánticos de las sacerdotisas de Isis, y comprendió que la caprichosa Diosa estaba llevando a cabo uno de sus famosos rituales. Cada determinado tiempo solía mandar emparedar vivas a las mujeres humanas a las que ella les hubiese propuesto formar parte de sus leales súbitas y ellas se hubiesen negado. Lo llamaba "la limpieza anual".

Annubis se dio cuenta de que quien lo había invocado debía ser una de aquellas humanas desdichadas a la que su hermana había mandado emparedar.

En cuanto se dio cuenta de este hecho se dispuso a desaparecer. No quería tener problemas con Isis, y sabía que si ayudaba a aquella mujer los tendría. Pero justo un instante antes de desaparecer, la mujer salió de su letargo y se postró a sus pies. Aquello le provocó curiosidad. ¿Qué querría de él aquella mortal?. Dispuesto a acabar con aquella tontería, finalmente habló.

—¿Para qué me has llamado, humana?.—Su voz sonó atronadora entre aquellas cuatro paredes.

La menuda mujer levantó su vista hacia él y le sorprendió ver sus ojos totalmente blancos. Se sorprendió ante ese hecho. Aquella no era una simple mortal. Pertenecía a los oráculos, o brujas, como las conocen los humanos. Seres con poderes especiales que podían predecir el futuro, provocar enfermedades y otras habilidades mágicas. Solían ser mujeres mayores, pero en este caso era una mujer joven de pelo largo y negro, ataviada con una túnica sacerdotal blanca. Lo que la convertía en un oráculo de alto rango. Debía de ser hija de alguna de las brujas de mayor rango, ya que es la única forma de poder acceder a esa posición.

—¿Eres “el maestro de llaves”? —preguntó la mujer con voz firme.

Aquello provocó un ligero malestar en Annubis.

—¿Me invocas y no sabes quién soy?—Le preguntó realmente molesto.—¿Qué es lo que deseas de mí?.¡No estoy para perder el tiempo!.

Ella lo miró fijamente. Si sentía miedo, lo disimulaba muy bien.

—Lo comprendo, y te ruego perdones mi atrevimiento, pero necesito pedir clemencia por mi hija.— esta vez su voz suena firme—. Quiero implorarte que salves la vida de mi hija.

La sorpresa de Annubis ante tal petición fue enorme.

—¿Salvar a tu hija? —repuso él—. ¿Eres consciente de lo que me estás pidiendo?; además ¿por qué habría de interferir en los designios de otra diosa?. Si este es vuestro destino, es porque así está escrito. No puedo hacer nada. Tu hija morirá contigo.

Ella dio un paso al frente, y fue entonces cuando Annubis descubrió que estaba embarazada. Y a juzgar por el estado de su vientre, no debían faltar muchas lunas para ese alumbramiento.

—¡Oh, gran señor del inframundo!, atiende mi súplica. Por mi condición de clarividente sabes que soy capaz de predecir cosas —dice la mujer—. Unas veces el futuro, y otras muchas el pasado. Sé que esta alma que está por nacer, está destinada a vivir y a seguir el curso de su destino. Como dios del inframundo y de la reencarnación te imploro que tomes el alma que habita en mi vientre ya la lleves a una mejor reencarnación. Libérala de esta muerte absurda. Dale la oportunidad de vivir. Ella es la llave que salvará el mundo.

Aquella última frase hizo reír al dios.

—¡Vaya! ¿Realmente crees que me voy a creer eso?. —preguntó Annubis con sorna.

—Puedes comprobarlo por ti mismo. —se acercó a él lentamente mientras dejaba se despoja a de la túnica, con el fin de que él pudiese tocar su abultado vientre.—¿No quieres verificar si tengo razón? Verifica por ti mismo que el alma de mi hija es la más pura que jamás ha existido.

Annubis retrocedió ante la cercanía de la mujer.

—Sacerdotisa, no tengo tiempo para estas tonterías humanas. No me hagas perder más tiempo—Pero algo le impedía marcharse. En su mente de pronto pudo visualizar a una mujer. Era menuda y esbelta, con precioso cuerpo que invitaba a pecar; pero, lo que más le maravilló fue su rostro angelical. Unas mejillas sonrosadas y una nariz pequeña y respingona, pero lo más espectacular de todo eran sus ojos. Tenía los ojos grandes, enmarcados por unas largas pestañas; sin embargo, lo más llamativo era su extraordinario color, ya que tenía las pupilas de un tono morado con motitas doradas. Era un color extraño en un ser humano. Sin embargo, su mirada era limpia y llena de determinación. Annubis nunca había visto una piel tan clara y luminosa como la suya. Era etérea. Como un rayo de luna una noche de lucha llena. De repente una voz rugió en su interior. "¡sálvala! Ella te pertenece es tuya. Es la llave".

La imagen desapareció de su cabeza, y él sintió la pérdida de aquella mujer como algo real. No pudo evitar gruñir ante esa pérdida.

La bruja sonrió.

—Ella te lo ha mostrado. ¿Crees ahora en el destino?.

Annubis se dio por vencido. No podía perder a aquella mujer aunque aún no hubiese nacido. Así que hizo lo único que estaba en su mano. Llamó al único ser capaz de cambiar el destino de una persona.

—¡Shai! Te necesito. Acude a mi ruego.

Instantes después se materializó en el pequeño espacio otro hombre de igual o superior tamaño que Annubis. El recién llegado miró a su alrededor con el ceño fruncido.

—¡Annubis! ¿Por qué me reclamas? Estaba a punto de cerrar un trato con cierta humana, y ella estaba dispuesta a servirme muy bien a cambio de mi benevolencia. —En ese instante reparó en la mujer desnuda, y le dedicó tal mirada lujuriosa que la bruja buscó su túnica para volver a cubrirse. El humor del Dios del destino pareció cambiar—¡Vaya! Si me llamas con semejante ofrenda, no puedo negarme ¿qué deseas?.

Annubis dio un paso hacia la mujer y la escondió a su espalda.

—Shai, ella no es tu ofrenda. Quiero que me devuelvas el favor que te hice cuando te peleaste con Hathor y tuve que salvarte de su ira. Tus palabras textuales fueron "Cuando lo necesites, solo llámame y cumpliré cualquier petición que me hagas", pues bien ese día ha llegado. Quiero que salves a la hija de esta mujer.

Shai los miro a ambos como si ambos se hubiesen vuelto locos.

—¿Quieres que salve a una ofrenda de Isis!? ¡¿estás loco?! Ni de broma. Antes prefiero que me entregues a Hathor. Ella al menos no es tan cruel como esa supuesta diosa del amor.

Shai tenía razón; si Isis descubría que ambos habían ayudado a la bruja, tendrían graves problemas. La bruja decidió intervenir.

—Mis señores, la Diosa no sabe nada de mi embarazo. Yo no pido clemencia por mi vida y cumpliré con mi papel de sacrificio a Isis, pero os suplico que salvéis el alma de mi hija.

Shai y Annubis intercambiaron una mirada.

—Es un alma pura. Compruébalo. Solo te pido que te la lleves lejos de aquí, y que la encarnes en otro cuerpo.

Shai dudaba pero finalmente aceptó.

—Con esto damos nuestra deuda por saldada, Dios del inframundo.

Dicho esto, se acercó a la mujer y puso la mano en su vientre. Instantes después desapareció. En ese momento la mujer rompió aguas. El parto había comenzado, pero ella ya sabía que su hija nacería muerta en esta vida y que ella no superaría el parto. Cayó al suelo por el dolor, antes de perder el conocimiento le dijo algo a Annubis.

"Aunque pasen los siglos, cuando encuentres a la mujer que está destinada a vivir a tu lado, tu cuerpo ya no deseará a otra: tu corazón le pertenece exclusivamente a ella y el de ella nada más que a ti. Ambos estáis destinados a encontraros a través del tiempo y la materia. Vuestro amor será eterno y llave para arreglar el gran desastre que se avecina".

Una vez dada su última profecía, la mujer murió. Annubis esperó a que su alma desencarnase para llevarla con él hacia el inframundo con el fin de ser juzgada por Osiris. Sin embargo, ocurrió algo que lo dejó sin aliento. De pronto de entre las sombras surgieron diez seres oscuros que se lanzaron sobre el alma en cuanto abandonó el cuerpo, haciendo se desintegrase en ese mismo instante. Annubis ni siquiera tuvo tiempo de luchar. Finalmente, decidió marcharse de allí y olvidar lo ocurrido. Sin embargo, no fue consciente de que estos hechos desencadenaron un efecto mariposa que tendría consecuencias en el futuro.

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Betty Sanchez tello

Betty Sanchez tello

bonito comienzo /Smile/

2024-05-27

0

DORIS CASTRO

DORIS CASTRO

buen comienzo

2024-05-16

0

Elizabeth Mendez Leon

Elizabeth Mendez Leon

me gusta lo que he leído

2023-12-30

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