caitulo 3

Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,

hoy florecida como la primavera.

Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle

-brazo de mar de olas inasibles-

la ebriedad de mis pies frutales

con sus pasos sin tiempo.

La raíz de mi tobillo con su

eterno verdor,

el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo

como arquetipo de lo eterno.

La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante

a fuerza de vivir apresurada.

La sombra de mi errante cuerpo

detenida en la propia esquina de tu casa.

Un abejeante sueño de mis pupilas

cuando resbalan hasta tu frente.

La hermosura de mi cara

en una doncellez de celajes.

La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,

y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo

para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.

O con la mano aérea del que va de viaje

porque su sangre submarina jamás se detiene.

La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas

y la virginal lluvia del río más oculto.

Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,

el vientre como abanico despliega.

La espalda donde bordas tus manos

hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.

La pasión con que te desgarras

en el lecho del mismo torrente inabarcable

como si el mismo corazón se te hiciera líquido

y escapara de tu boca como un mar sediento.

El manojo de mis pies

despiertos andando sobre el césped.

Como si trémulos esperaran la inexpresada cita

donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.

Y en tus dedos apresado el apremio de la vida

que en libertad dejó tu sangre,

aunque con su cascada, con su racha,

los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

La cabellera que brota del aire

en líquidas miniaturas irrompibles

para que tus manos indemnes hagan nido

como en el sexo mismo de una rosa estremecida.

La entraña donde te sumerges como buscando estrellas

o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.

La boca que te muerde

como si paladeara ríos de aromas;

o hincándote los dientes

matizara la vida con la muerte.

El tálamo en que mides mi cintura

en suave supervivencia intransitiva,

en viaje por la espuma difundido

o por la sangre encendida humanizado

el mundo en que vivo

estremecida de gestaciones inagotables.

El minuto que me unge de auroras

o de iridiscencias indescriptibles.

Como si el ritmo de tu efluvio soberano

salvaras el instante de miel inadvertida;

o dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas

el tiempo desmedido y remedido.

en que apresados quedaran los sentidos

y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.

Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas

o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

La piel que me viste, me contiene y resuma,

la que ata y desata mis ramajes.

La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo

y te entrega su más íntimo secreto.

Mi vena, llaga viva, casi quemadura,

huella del fuego que me devora.

El nombre con que te llamo

para que seas el bienvenido.

El rostro que nace con la aurora

y se custodia de ángeles en la noche.

El pecho con que suspiro, el latido,

el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia

y te deja cautivo en él duerme, sueño del amor.

Árbol de mi esqueleto

hasta con sus mínimas bisagras.

El recinto sombrío

de mis fémures extendidos.

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,

pequeña molécula de carne jamás humillada.

El orgullo sostenido de mis huesos

al que hasta con las uñas me aferro.

Mi canto perenne y obstinado

que en morada de lucha y esperanza defiendo.

La intemporal casa

que mi polvo amoroso te va ofreciendo.

El nivel del quebranto

o la herida que conmigo pudo haber terminado.

El llanto que me ha lavado

y que este pequeño cuerpo ha trascendido.

Mi sombra tendida

a merced de tu recuerdo.

Hay un país en el mundo colocado

en el mismo trayecto del sol,

Oriundo de anoche,

Colocado en un inverosímil archipiélago

de azúcar y de alcohol.

Sencillamente liviano, como una ala de murciélago apoyado en la brisa.

Sencillamente claro, como el rastro del beso en las solteras antiguas.

o el día en los tejados.

Sencillamente frutal, fluvial. Y material. Y sin embargo

sencillamente tórrido y pateado

como una adolescente en las caderas.

Sencillamente triste y oprimido.

Sinceramente agreste y despoblado.

En verdad.

Con dos millones suma de a vida y entre tanto cuatro cordilleras cardinales

y una inmensa bahía y otra inmensa bahía, tres penínsulas con islas adyacentes y un asombro de ríos verticales

y tierra bajo los árboles y tierra bajo los ríos y en la falda del monte y al pie de la colina y detrás del horizonte

y tierra desde el cantío de los gallos

y tierra bajo el galope de los caballos

y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor

y debajo de todas las huellas y en medio el amor.

Entonces es lo que he declarado.

Hay un país en el mundo

sencillamente agreste y despoblado.

Algún amor creerá

que en este fluvial país en que la tierra brota,

y se derrama y cruje como una vena rota,

donde el día tiene su triunfo verdadero,

irán los campesinos con asombro y apero

a cultivar, cantando su franja propietaria.

Este amor

quebrará su inocencia solitaria.

Pero no.

Y creerá que en medio de esta tierra recrecida,

donde quiera, donde ruedan montañas por los valles

como frescas monedas azules, donde duerme

un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,

irán los campesinos por la loma dormida

a gozar forcejeando con su propia cosecha.

Este amor

doblará su luminosa flecha.

Pero no.

Y creerá

que donde el viento asalta el íntimo terrón

y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,

donde cada colina parece un corazón,

en cada campesino irán las primaveras

cantando entre los surcos su propiedad.

Este amor

alcanzará su floreciente edad.

Pero no.

Hay un país en el mundo

donde un campesino breve, seco y agrio

muere y muerde descalzo su polvo derruido,

y la tierra no alcanza para su bronca muerte.

¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.

Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,

triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije

sencillamente triste y oprimido.

No es eso solamente.

Faltan hombres

para tanta tierra. Es decir, faltan hombres

que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre

después de unas canciones.

Madre de la hortaliza.

Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.

Madre solícita y nocturna junto al lecho…

Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces

los alcen contra el sol y la distancia.

Contra las leyes de la gravedad.

Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.

Y hombres que se acuesten con la arcilla

y la dejen parida de paredes.

Y hombres que descifren los dioses de los ríos

y los suban temblando entre las redes.

Y hombres en la costa y en los fríos desfiladeros

y en toda desolación.

Es decir, faltan hombres.

Y falta una canción.

Miro un brusco tropel de raíles

son del ingenio

sus soportes de verde aborigen

son del ingenio

y las mansas montañas de origen

son del ingenio

y la caña y la yerba y el mimbre

son del ingenio

y los muelles y el agua y el liquen

son del ingenio

y el camino y sus dos cicatrices

son del ingenio

y los pueblos pequeños y vírgenes

son del ingenio

y los brazos del hombre más simple

son del ingenio

y sus venas de joven calibre

son del ingenio

y los guardias con voz de fusiles

son del ingenio

y las manchas del plomo en las ingles

son del ingenio

y la furia y el odio sin límites

son del ingenio

y las leyes calladas y tristes

son del ingenio

y las culpas que no se redimen

son del ingenio

vente veces lo digo y lo dije

son del ingenio

«nuestros campos de gloria repiten»

son del ingenio

en la sombra del ancla persisten

son del ingenio

aunque arroje la carga del crimen

lejos del puerto

con la sangre y el sudor y el salitre

son del ingenio.

Plumón de nido nivel de luna

salud del oro guitarra abierta

final de viaje donde una isla

los campesinos no tienen tierra.

Decid al viento los apellidos

de los ladrones y las cavernas

y abrid los ojos donde un desastre

los campesinos no tienen tierra.

El aire brusco de un breve puño

que se detiene junto a una piedra

abre una herida donde unos ojos

los campesinos no tienen tierra.

Los que la roban no tienen ángeles

no tienen órbita entre las piernas

no tienen sexo donde una patria

los campesinos no tienen tierra.

No tienen paz entre las pestañas

no tienen tierra no tienen tierra.

País inverosímil.

Donde la tierra brota

y se derrama y cruje como una vena rota,

donde alcanza la estatura del vértigo,

donde las aves nadan o vuelan pero en el medio

no hay más que tierra:

los campesinos no tienen tierra.

Y entonces

¿De dónde ha salido esta canción?

¿Cómo es posible?

¿Quién dice que entre la fina salud del oro

Los campesinos no tienen tierra?

Esas es otra canción. Escuchad

la canción deliciosa de los ingenios de azúcar

y de alcohol.

Procedente del fondo de la noche

vengo a hablar de un país.

Precisamente

pobre de población.

Pero no es eso solamente.

Natural de la noche soy producto de un viaje.

Dadme tiempo coraje para hacer la canción.

Y éste es el resultado.

El día luminoso

regresando a través de los cristales

del azúcar, primero se encuentra al labrador.

En seguida al leñero y al picador de caña

rodeado de sus hijos llenando la carreta.

Y al niño del guarapo y después al anciano sereno

con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,

y a la joven temprana cosiéndose los párpados

en el saco cien mil y al rastro del salario

perdido entre las hojas del listero. Y al perfil

sudoroso de los cargadores envueltos en su capa

de músculos morenos. Y al albañil celeste

colocando en el cielo el último ladrillo

de la chimenea. Y al carpintero gris

clavando el ataúd para la urgentemente,

cuando suena el silbato, blanco y definitivo, que el reposo contiene.

El día luminoso despierta en las espaldas de repente, corre entre los raíles,

sube por las grúas, cae en los almacenes.

En los patios, al pié de una lavandera,

mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.

En las calles se queja en el pregón. Apenas

su pié despunta desgarra los pesebres.

Recorre las ciudades llenas de los abogados

que no son más que placas y silencio, a los poetas

que no son más que nieblas y silencio y a los jueces

silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas

y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.

¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de sangre.

Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento.

Sangre en el efectivo producto de amargura.

Este es un país que no merece el nombre de país.

Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.

Es cierto que lo beso y que me besa

y que su beso no sabe más que a sangre.

Que día vendrá, oculto en la esperanza,

con su canasta llena de iras implacables

y rostros contraídos y puños y puñales.

Pero tened cuidado. No es justo que el castigo

caiga sobre todos. Busquemos los culpables.

Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos

sobre los hombros de los culpables.

Y esa es mi última palabra.

Quiero oírla. Quiero verla en cada puerta

de religión, donde una mano abierta

solicita un milagro del estero.

Quiero ver su amargura necesaria

donde el hombre y la res y el surco duermen

y adelgazan los sueños en el germen

de quietud que eterniza la plegaria.

Donde un ángel respira.

Donde arde una súplica pálida y secreta

y siguiendo el carril de la carreta

un boyero se extingue con la tarde.

Después no quiero más que paz.

Un nido de constructiva paz en cada palma.

Y quizás a propósito del alma

el enjambre de besos y el olvido.

Oí tocar a los grandes violinistas del mundo,

a los grandes "virtuosos".

Y me quedé maravillado.

¡Si yo tocase así!... ¡Como un "Virtuoso"!

Pero yo no tenía

escuela

ni disciplina

ni método...

Y sin estas tres virtudes

no se puede ser "Virtuoso".

Me entristecí.

Y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.

Una día oí... en un lugar... no sé cuál...

"Sólo el virtuoso puede ver un día la cara de Dios".

Yo sé que la palabra "Virtuoso"

tiene un significado equívoco, anfibológico,

pero, de una o de otra manera, pensé,

yo no seré nunca un "Virtuoso"...

y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.

Anduve... anduve... anduve...

descalzo muchas veces,

bajo la lluvia y sin albergue...

solitario.

Y también en el carro itinerario

más humilde de la farándula española.

Así recorrí España.

Vi entonces muchos cementerios,

y aprendí cómo se llora

en los distintos pueblos españoles.

Blasfemé.

Viví tres años en la cárcel…

no como prisionero político,

sino como delincuente vulgar...

Comí el rancho de castigo

con ladrones y grandes asesinos...

Crucé diversos países y continentes;

viajé en la bodega de los barcos,

les oí contar sus aventuras a los marineros

y su historia de hambre a los miserables emigrantes.

He dormido muchas noches, años, en el África Central,

allá, en el Golfo de Guinea,

en la desembocadura del Muni,

acordando el ritmo de mi sangre

con el golpe seco, monótono y tenaz

del tambor prehistórico africano

de tribus indomables.

He visto a un negro desnudo

recibir cien azotes con correas de plomo

por haber robado un viejo sombrero de copa

en la factoría del Holandés.

Vi parir a una mujer

y vi parir a una gata.

y parió mejor la gata;

vi morir a un asno

y vi morir a un capitán.

y el asno murió mejor que el capitán.

Y ese niño,

¿por qué ha llorado toda la noche ese niño?

No es un niño, es un mono —me dijeron.

Y todos se rieron de mí.

Yo fui a comprobarlo

y era un mono pequeño en efecto,

pero lloraba igual que un niño,

más desgarrada, más dolorosamente que todos los niños

que yo había oído llorar en el mundo.

El Sargento me explicó:

—Anoche en el bosque matamos al padre y a la madre,

y nos trajimos al monito.

¡Cómo lloraba el monito!

Estuve en una guerra sangrienta,

tal vez la más sangrienta de todas.

Viví en muchas ciudades bombardeadas,

caminé bajo bombas enemigas que me perseguían,

vi varios palacios derruidos, sepultando

entre sus escombros niños y mujeres inocentes.

Una noche conté cientos de cadáveres

buscando a un amigo muerto.

Viví en manicomios y hospitales.

Estuve en un leprosario

(junto al lago petrolífero y sofocante de Maracaibo),

me senté a la misma mesa que los leprosos.

Y un día me acordé del Cid

y les di la mano a todos,

sin guantelete,

no tenía otra cosa que darles.

He dormido sobre el estiércol de las cuadras,

en los bancos municipales

y he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos.

Y esta llaga que llevo aquí escondida

—desde mozo, hace 60 años—,

que sangra, que supura, no se cierra

y no puedo enseñarla por pudor.

No es herida gloriosa de guerra...

¡Pero hay llagas redentoras!

Y una vez... alguien me llevó ciego

a un lugar de pesadilla.. .

de bicéfalos monstruos.

¿Alguien?...

¿o fue el veneno antiguo y poderoso de mi sangre

que está ahí, agazapado como un tigre,

se levanta a veces, deforma el Amor

y me deja sin defensa

en un mundo subyugante, satánico y angélico a la vez,

donde se pierde al fin la voluntad

y uno ya no puede decir quién quiere que venza,

si la luz o la sombra?

Sin embargo,

aquella vez vencieron y me salvaron los ángeles...

Pero yo no fui un soldado valiente.

¡Oh el amor, el amor...! ¡Qué formas toma a veces!

¿Por qué ha de ser así?

¿Por qué este veneno de la sangre está ahí siempre,

agazapado como un tigre, y no se va,

y a veces se levanta, y lucha...

y, ¡ay!, puede más que los ángeles?

Volví a blasfemar.

Y otra vez,

desesperado,

quise escaparme por la puerta maldita y condenada

y mi ángel de la guarda me tomó por los hombros

y me dijo severo: no es hora todavía...

hay que esperar.

Y esperé.

Y sufrí,

y lloré otra vez.

He visto llorar a mucha gente en el mundo

y he aprendido a llorar por mi cuenta.

El traje de las lágrimas

le he encontrado siempre cortado a mi medida.

Viví en Norteamérica seis años, buscando a Whitman,

y no lo encontré. Nadie le conocía.

Hoy tampoco le conocen.

¡Pobre Walt!, tu palabra "Democracy"

la ha pisoteado el Ku-Klux-Klan.

y "aquella guerra", ¡ay!,

la perdisteis los dos:

Lincoln y tú.

Llegué a México

montado en la cola de la Revolución.

Corría el año 23...

aquí planté mi choza,

aquí he vivido muchos años,

aquí he vivido,

he llorado,

he gritado,

he protestado

y me he llenado de asombro.

He presenciado monstruosidades y milagros:

aquí estaba cuando mataron a Trotsky

y cuando asesinaron a Villa,

cuando fusilaron a 40 generales juntos...

y aquí he visto a un indito,

a todo México

arrodillado llorando ante una flor.

He acompañado a la muerte muchas veces:

la vi a la cabecera de mi madre,

de mi compañera,

de amigos innumerables.

He sufrido y sufro el destierro...

Y soy hermano de todos los desterrados del mundo.

Tengo un amigo judío que estuvo en Auschwitz

y me ha enseñado las cicatrices del látigo alemán.

He estado en el infierno.

En un infierno

que Dante y Virgilio no soñaron siquiera.

Salí del infierno... y he rezado mucho después.

Me sepultaron vivo

y me escapé de la tumba.

He vivido largos años

y he llegado a la vejez

con un saco inmenso,

lleno de recuerdos,

de aventuras,

de cicatrices,

de úlceras incurables,

de dolores,

de lágrimas,

de cobardías y tragedias.

y ahora... de repente,

a los 80 años

me doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín...

que soy un "Virtuoso",

que puedo tocar en los grandes conciertos del mundo.

Me gusta haber llegado a la vejez

siendo un gran violinista... un "Virtuoso".

Pero... con esta definición

que oí cierta vez en un lugar... no sé cuál:

"Sólo el Virtuoso puede ver un día la cara de Dios".

Autor del poema: León Felipe

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TÚ Y YO

I

Yo vi un ave

que suave

sus cantares

entonó

y voló...

Y a lo lejos,

los reflejos

de la luna en alta cumbre

que, argentando las espumas

bañaba de luz sus plumas

de tisú...

¡y eras tú!

Y vi un alma

que, sin calma,

sus amores

cantaba en tristes rumores;

y su ser

conmover

a las rocas parecía;

miró la azul lejanía...

tendió la vista anhelante,

suspiró, y cantando amante

prosiguió...

¡y era

yo!

II

¿Viste

triste

sol?

Tan triste

como él,

¡sufro

mucho

yo!

Yo en una

doncella

mi estrella

miré...

Y dile,

amante,

constante

fe.

Pero ingrata

olvidóme,

y no sabe

que padezco

cual no puede

nunca, nunca

comprender...

¡Que mi pecho

no suspira,

ni mi lira

tiene acordes

de placer!

Yo vi en la noche

plácida luna

que en la laguna

se retrató;

y vi una nube,

que allá en el cielo,

con denso velo

la obscureció.

Yo vi a la aurora,

bañada en rosa,

dorar la hermosa

faz de la mar...

Y vi los rayos

de un sol ardiente

que rudamente

borraron luego,

con rojo fuego,

su bella faz...

Así vi que bella

naciera en un día,

con dulce alegría,

la aurora luciente

de un plácido amor;

¡mas hoy yo contemplo,

no más en mi vida,

de negro vestida,

la estatua tremenda

de amargo dolor!

¡Hoy sólo me complace

oír la queja amarga,

que al cielo envía tierna

la tórtola del monte

con moribundo son!

Sentir cómo susurra

la brisa entre las hojas...

¡Mirar el arroyuelo

que al eco de la selva

confunde su rumor!

Canto cuando las estrellas

esparcen su claridad:

cuando argentan las espumas;

¡las espumas de la mar!

Canto cuando el ancho río

murmurando triste va...

Cuando el ruiseñor encanta

¡con su arpegio celestial!

Y al ronco mugir de las olas;

la noche con su lobreguez;

y el trueno que silva en los aires,

¡me encanta y embriaga a la vez!

Me place lo triste y lo alegre;

me gusta la selva y el mar,

y a todos saludo contento...

¡Y algunos se ríen al verme!...

Y, a veces, ¡me pongo a llorar!

Yo adoré a una mujer con el fuego

de mi joven y audaz corazón:

mas ya he dicho que aquélla olvidóme,

y que vivo en tremendo dolor.

¿Estoy loco? No sé: lo que siento,

no lo puedo jamás explicar.

Es un rudo y feroce tormento...

Nada más; nada más... ¡nada más!

¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida

del raudal turbulento de la vida!

Soy... algo doloroso cual lamento...

Arista débil que arrebata el viento!

Soy ave de los bosques solitaria!...

Deshojada y marchita pasionaria!...

Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma...

¡perdido de este mundo entre la bruma!

¡Felices aquellos que nunca han amado!

¡Felices!... ¡Felices que no han apurado

el cáliz terrible de un fiero dolor!

Y ¿qué es el amor?

¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana...

Origen venturoro de sin igual placer...

con algo de la tarde y algo de la mañana...

¡Con algo de la dicha y algo del padecer!

¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo?

¿No oís del arroyo el süave y callado rumor?

¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo!

¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor!

¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa

si hubiera conservado por siempre mi niñez,

si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa,

lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez!

¡Felices aquellos que nunca han amado!

¡Felices!... ¡Felices que no han apurado

el cáliz terrible de un fiero dolor!

¡Qué amargo es el amor!

¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando,

yo cruzaré el desierto de mi vida,

mostrando a todos mi profunda herida,

que lágrimas y sangre está manando!

Y al compás de canciones sombrías,

cantaré de mi amor la memoria...

Y sin gloria,

llorando siempre, pasaré mis días

¡entre polvo, entre lodo, entre escoria!

Y al ronco mugir de las olas;

la noche con su lobreguez;

y el trueno que silva en los aires,

serán mi tormento también.

Me place lo triste y lo alegre:

me gusta la selva y el mar...

Yo siempre estaréme contento;

y algunos, reirán al mirarme,

¡y a veces, pondréme a llorar!

Cantaré si el ancho río

murmurando triste va;

si el ruiseñor me encantare

con su arpegio celestial;

cuando mire a las estrellas

esparcir su claridad

sobre las peñas negruzcas

y las espumas del mar.

¿Por qué?... Porque sin amor,

vuelan dolientes, sin calma,

las avecillas del alma

entre el viento del dolor.

¡Daré dulces canciones

a los fugaces vientos,

para que entre sus alas

las lleven lejos, lejos,

del mundo hasta el confín!

Iréme a las montañas...

iréme a los oteros...

y allí tal vez, ¡Dios santo!,

tal vez seré feliz.

¡Y en las alas del viento,

oirá mis canciones

la ingrata!... La ingrata

a quien adoré.

Aquélla que rióse

de ver mi desgracia...

Aquélla a quien dile

mi amor y mi fe!

¡Triste es la noche!

Triste es la selva...

Y del arroyo

lo es el rumor;

pero es más triste

que el arroyuelo

y que la noche,

mi corazón.

Mis acentos,

en los vientos

cual lamentos

moribundos

sonarán,

como el eco

que en el hueco

del árbol seco,

tiernos forman

los Favonios

al pasar.

¡Aprendan

los bardos

mi historia

de amor;

y cántela

todo

el que es

Trovador!

¿Viste

triste

sol?

¡Tan triste

como él,

sufro

mucho

yo!

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Liz Aurora Rodrigues Urquia

Liz Aurora Rodrigues Urquia

Si no van a poner más capítulos, para que ponen esta novela

2023-02-10

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