Nos quedamos en silencio por lo que parecieron horas, el sonido de la película actuando como un tenue telón de fondo para el caos emocional que se había desatado. Yo estaba pegada a Cristian, sintiendo la calidez que emanaba de él, la manta ya un simple adorno.
“¿Tienes sueño?” le pregunté, mi voz apenas audible.
Él negó con la cabeza, su barbilla rozando la parte superior de la mía. “No. Solo quiero que esto no se acabe.”
La frase, tan simple, me hizo un nudo en la garganta. De repente, la sala de cine, mi estricta rutina... todo se sentía sofocante. Necesitaba aire, pero, sobre todo, necesitaba más de él.
Me levanté del sofá con una rapidez que lo tomó por sorpresa. “Vamos a tu habitación,” le dije, sin rodeos. Estaba cansada de las excusas, de los juegos tontos, de la manta y de la distancia.
Cristian me miró, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de sorpresa y algo mucho más profundo. Se puso de pie, su altura imponiéndose sobre mí. “¿Estás segura, Sam?” preguntó, su tono serio y respetuoso. Se acercó y me tomó la cara entre sus manos, obligándome a mirarlo a los ojos. “No quiero que te arrepientas mañana.”
“No lo haré,” aseguré, mi voz firme. “Estoy cansada de ser la niña que se asusta.”
Él sonrió, esa sonrisa que ahora prometía más que burlas. Me tomó de la mano y me guio fuera de la sala, subiendo las escaleras en completo silencio. El calor subió a mis mejillas, pero esta vez no era vergüenza, era anticipación.
Al entrar en su habitación, el espacio se sintió de repente más pequeño. Era simple, masculina, con la cama perfectamente hecha—algo que siempre me había extrañado de él. Soltó mi mano y cerró la puerta con un clic suave que resonó con la finalidad de una decisión.
Se volvió hacia mí y yo me acerqué un paso. No había necesidad de más palabras. El aire se hizo pesado, denso con todo lo que no habíamos dicho en años.
Cristian avanzó, y esta vez, el beso no fue un arrebato de tensión, sino una declaración total. Sus brazos me rodearon la cintura, levantándome del suelo y haciéndome soltar un pequeño grito ahogado que él ahogó con su boca. Me apoyó contra la puerta, intensificando el contacto.
Mis manos se aferraron al cuello de su camisa, y sentí la tela delatando el calor de su piel. El aroma a loción se intensificó, mezclado con un dejo de menta y la familiaridad de su ser.
Me bajó lentamente, permitiendo que mi cuerpo se deslizara contra el suyo. Sus labios dejaron los míos para besar mi cuello, y sentí un escalofrío delicioso recorrer mi espalda. No era el frío de la sala de cine; era una emoción cruda, nueva y avasalladora.
Con un gesto inesperado, deslizó sus manos bajo la ridícula camisa de Cristian que yo aún llevaba puesta. Su piel caliente al contacto con la mía me hizo arquear la espalda.
"Sabes que tu cara roja siempre me ha encantado," murmuró contra mi oído, volviendo a ese tono juguetón que ahora era solo un preludio a algo más íntimo.
Yo cerré los ojos, disfrutando de la sensación de sus dedos subiendo por mi espalda. "Y tú siempre has sido un idiota," repliqué, pero la voz me salió más como un gemido.
Él se separó lo suficiente para desabotonar lentamente su propia camisa, sin dejar de mirarme a los ojos, como si cada botón deshecho fuera una promesa. Cuando la camisa cayó al suelo, la visión de su torso firme y bien trabajado me recordó que el Cristian de los jardines de niños era solo un recuerdo. Este hombre era real, aquí, ahora.
"Déjame demostrarte qué más puedo hacer además de molestarte y sacarte de quicio," me susurró, y esta vez no era una broma. Era una invitación a romper todas las reglas.
Y Samanta Thomson, la modelo, la hija perfecta, la que medía cada bocado y cada movimiento, decidió que, por una noche, la dieta y las reglas podían esperar.
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Comments
Teresa Villarreal
Gracias, amiga está es mi segunda novela tuya son muy hermosas e interesantes
2023-02-26
2
Nancy Aguiar
Pobre Sam, Ahora a pasar penurias por la Virginidad .. Cristian a pasar trabajo🤔🤔😏😏😏🤫🤫🤭🤭🤭
2022-09-23
1